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The Guardian en español

Theresa May utiliza la carta de la reina para fortalecer su relación con Trump

Donald Trump, presidente electo de EEUU, y Nigel Farage, eurodiputado de UKIP, tras la victoria del republicano en las elecciones del 8 de noviembre. | Foto: @Nigel_Farage

Patrick Wintour

La desesperación del Gobierno conservador por interponerse entre Donald Trump y Nigel Farage, el líder del Ukip, acabó con una apresurada invitación al nuevo presidente a hacer una visita de Estado al Reino Unido. El triunfo de Trump sorprendió al Ejecutivo de Theresa May, mientras que Farage –la eterna piedra en el zapato de los conservadores– se jactaba ante Asuntos Exteriores de su vínculo con Trump y con su estratega principal, Steve Bannon.

La fotografía de un Farage radiante en la lujosa Trump Tower fue una humillación para los altos cargos del gobierno, igual que la reunión de una hora de duración que lo convirtió en el primer político británico en ver al presidente electo.

Algunos periódicos sugirieron que Farage debería reemplazar a Sir Kim Darroch como embajador británico en Washington. Incluso se temió que Trump, que suele saltarse el protocolo, apoyara la idea.

En medio de este panorama febril surgió la idea de que la reina Isabel II invitara al presidente estadounidense. El 20 de noviembre, dos semanas después del triunfo de Trump, el Sunday Times ya mencionaba el plan de una visita de Estado durante el verano.

Una fuente que ha hablado de la visita con un ministro asegura: “El Gobierno ha decidido que su arma secreta para ganarse a Trump será ofrecerle una reunión con la reina Isabel II, alojándolo a él y a su esposa Melania en el castillo de Windsor”.

Otra fuente del Gabinete afirma: “La reina es esencial en este asunto. No es un arma secreta, sino el arma pública más poderosa que tenemos. Nigel Farage no puede presentarle [a Trump] a la Reina”. 

La invitación parece un acto de sobrecompensación, un esfuerzo por asegurarse de que el Reino Unido, en principio uno de los países rezagados en su relación con Estados Unidos, vuelva a su posición tradicional de primus inter pares, “el especial”. Mientras está en proceso de abandonar la UE, el Reino Unido no puede darse el lujo de perder terreno en Washington. Además, viendo los cambios de humor de Trump, Downing Street decidió poner toda la carne en el asador para conservar su influencia sobre los republicanos.

Un viaje secreto

Aunque Downing Street primero hizo un grosero intento de culpar a un desconocido Comité de Asuntos Exteriores por la decisión de ofrecer la invitación –“Asuntos Exteriores decide estas cosas”– nunca se podría haber enviado una invitación de este tipo sin el consentimiento de las más altas autoridades del Gobierno.

Los dos asesores más cercanos a Theresa May, Fiona Hill y Nick Timothy, viajaron en secreto a Washington antes de Navidad y hablaron de esta idea, así como de asuntos políticos como el enfoque de Trump respecto a la OTAN, Siria y un acuerdo de libre comercio. 

El Palacio de Buckingham seguramente fue consultado, pero no puede en la práctica oponerse y sabe que estas visitas tienen un trasfondo político. A través de los años, y en función del interés de la nación, la reina ha tenido que brindar con una larga lista de dictadores, jeques y líderes adinerados que llegaban al Palacio con el talonario en la mano. Sólo el año pasado, la visita del presidente chino Xi Jinping tuvo momentos descarnados, con muchos políticos volviéndole la espalda y un boicot del príncipe Carlos al banquete oficial.

Sin embargo, el Palacio de Buckingham no se opuso al aspecto más notorio de la invitación a Trump: su urgencia. Muchos presidentes estadounidenses han recibido invitaciones oficiales –Ronald Reagan en 1982, Bill Clinton en 1995, George W. Bush en 2003 y Barack Obama en 2011– pero en todos los casos fue tras llevar al menos dos años en la Casa Blanca.

Según una carta de Peter Ricketts, exsecretario permanente de Asuntos Exteriores, publicada el martes por el Times, teniendo en cuenta las divisiones que provocó la campaña electoral de Trump y la incertidumbre sobre cómo gobernará, ofrecerle una visita de Estado, en lugar de una visita política común, ha sido prematuro. 

Bajar el tono

Lord Ricketts sugirió que May había puesto a la reina Isabel II en una posición complicada y argumentó que podría haber una forma de bajar el tono a la visita. Pero incluso Ricketts, un diplomático de la vieja escuela, admite que esta maniobra podría ser imposible de llevar a cabo. Hay dos opciones: invitan a Trump a una visita de Estado y lo ponen en el carruaje de lujo con la reina, o no. No hay zona gris. 

Sólo existen dos puntos que ofrecen cierta flexibilidad. El primero es el momento. En una rueda de prensa el pasado lunes, May rectificó y dijo que aún no habían enviado la invitación oficial. Si la visita se retrasara hasta el otoño o hasta el año que viene, Trump ya estaría más asentado en el cargo, o quizás ya no estaría. Para ese momento ya se pueden haber levantado las restricciones inmigratorias y quizá se haya tranquilizado el clima en las calles.

También hay formas de hacer que una visita de Estado de Trump no esté tan expuesta públicamente. Por ejemplo, puede no hablar frente a ambas cámaras del Parlamento, una fruslería que se suele ofrecer como parte de la visita de Estado.  El pasado lunes, durante su hábil presentación frente al Parlamento, el Ministro de Asuntos Exteriores, Boris Johnson, dijo que no se había tomado ninguna decisión al respecto.

Muchos miembros del Gobierno ven las críticas a la visita de Estado de Trump como una guerra sustituta de los que perdieron el referéndum sobre el Brexit, pero la Cámara de los Comunes demostró el lunes que no sólo los proUE se sienten incómodos con las decisiones que ha tomado May. Como advirtió el diputado conservador Simon Burns al ministro Johnson, parafraseando a John F Kennedy: “Los que se montan sobre la espalda del tigre acaban dentro de él”.

Traducción de Lucía Balducci

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