La portada de mañana
Acceder
Investigación - Los préstamos que evitaron la imputación de Juan Carlos I
El mapa de las 65.000 viviendas turísticas ilegales que hay en España
Opinión - 'Sánchez, ante el capítulo decisivo', por Neus Tomàs

Viaje a Salla, el pueblo de Laponia que no quiso ser ruso: “No tenemos miedo”

Òscar Gelis Pons

Salla (Finlandia) —
14 de diciembre de 2025 21:50 h

0

“Salla, en medio de la nada” es el slogan turístico de un pueblo del norte de Finlandia con 3.000 habitantes (y 10.000 renos) que desde que cerró la frontera con Rusia lucha por no decaer. Antes de la crisis del coronavirus, por aquí cruzaban alrededor de 220.000 coches al año, muchos de ellos turistas que venían desde Rusia. Pero ahora la frontera lleva dos años cerrada y el tránsito de vehículos ha desaparecido, sumiendo a las calles de Salla en un letargo donde apenas se ve a nadie.

A raíz de la guerra en Ucrania, el Gobierno de Finlandia decidió poner fin a décadas de neutralidad cuando el país nórdico, que comparte una frontera de 1.340 kilómetros con Rusia, ingresó a la OTAN. Casi al mismo tiempo, más de un millar de personas llegaron a puestos fronterizos remotos como el de Salla, para pedir asilo, lo que colapsó la frontera y generó temores por una crisis humanitaria.

Mis abuelos perdieron su casa cuando la mitad de Salla quedó en la parte rusa. Eso lo llevo en la sangre, si los rusos vienen, estoy preparada para coger un fusil

Desde el Gobierno de Helsinki, una coalición de centroderecha y extrema derecha, se acusó a Moscú de estar detrás de la llegada de los inmigrantes como táctica de guerra híbrida para desestabilizar el país, por lo que decidió cerrar por completo la frontera oriental y aprobar una polémica ley que permite a su Guardia Fronteriza hacer devoluciones forzosas. El Ejecutivo finlandés, también empezó a construir una valla de 200 kilómetros que ya está terminada en el tramo de Salla, equipada con cámaras, alambre de espino y vigilada por drones para desalentar la llegada de más inmigrantes. Más recientemente, el Parlamento también decretó la salida del Tratado de Ottawa, lo que ha abierto la posibilidad de que la frontera se siembre con minas antipersona.

Pero a pesar de su proximidad con Rusia y de las tensiones geopolíticas, en este municipio que alberga el segundo puesto fronterizo más septentrional de Finlandia, sus vecinos están más preocupados ante una eventual recesión económica que de una posible agresión militar desde el este.

Sin miedo a la amenaza rusa

El declive de visitantes en Salla empezó en el año 2014 con la devaluación del rublo tras la ocupación rusa de Crimea. Lo que sí que ha provocado el conflicto en Ucrania en curso desde el 2022 es un cambio radical en el sentimiento de los finlandeses hacia su país vecino, un hecho que se hace más palpable en la parte oriental del país. Los vecinos de Salla afirman no tener miedo, ni temer por una invasión militar rusa, pero sí que señalan que la confianza con el otro lado de la frontera ha quedado completamente rota.

“Desde hace generaciones que tenemos la frontera aquí cerca y hemos aprendido a vivir en esta situación” explica Seppo Selkälä, director administrativo del Ayuntamiento de Salla. “Hemos tenido muchas interacciones económicas y personales con el otro lado de la frontera y claro que ha habido momentos con una relación mejor y momentos más difíciles, pero hemos aprendido a gestionar eso”, añade.

Los turistas rusos en Salla solían alojarse en cabinas en la naturaleza o hacer compras en los supermercados. Salla también queda de paso para visitar Rovaniemi, que atrae a miles de visitantes en invierno. Delante del Ayuntamiento se tenía que construir el primer centro comercial, pero el plan quedó en un solar que hoy está vacío. El declive de turistas rusos también se ha notado en las tiendas y en la única cafetería que tiene el pueblo, donde ahora siempre hay suficientes mesas libres.

Satu Laiho es la gerente de Turismo en Salla y explica que el sector ha tenido que adaptarse a nuevos mercados, definiéndose como un destino “fuera de las rutas convencionales, donde disfrutar de la tranquilidad y la naturaleza”, dice. Con estos reclamos, Salla ha sabido atraer a turistas nacionales y europeos: “Al inicio de la guerra en Ucrania había preocupación y nos hacían muchas preguntas al respecto: ¿es seguro estar tan cerca de la frontera? Pero ahora las dudas se han desvanecido”, asegura.

Los rusos siempre han estado aquí y siempre estarán aquí, ¿por qué me tengo que preocupar? Tenemos unas buenas fuerzas armadas, pero no creo que la construcción de la valla aporte nada a nuestra seguridad

En la tienda-taller de Heimo Hautajärvi, él y su mujer hace más de 44 años que fabrican anoraks y ropa impermeable para hacer montañismo. Hautajärvi se queja de que a pesar de sus 76 años no se puede jubilar, “porque aquí no queda gente joven a quien le pueda vender el negocio, si bien las ventas van bien”, cuenta. A esta pareja le gusta estar en la naturaleza todo el año, en invierno con esquís y en verano recogiendo bayas salvajes, por lo que conocen bien los bosques que rodean la frontera: “Los rusos siempre han estado aquí y siempre estarán aquí, ¿por qué me tengo que preocupar? Tenemos unas buenas fuerzas armadas, pero no creo que la construcción de la valla aporte nada a nuestra seguridad”, dice.

Otro impacto que ha tenido el cierre de la frontera es para los estudiantes de la escuela primaria que tiene 80 alumnos, de los cuales 50 son extranjeros. De ellos, la mayoría son rusos de familias que veían como una buena oportunidad la posibilidad de escolarizar a sus hijos en Finlandia: “Ahora tienen que hacer un trayecto de más de 1.000 km cruzando hasta Noruega por encima del círculo polar ártico para poder visitar a sus padres” explica Selkälä.

La huella de la invasión soviética

Heli KarjaIainen vivía a tan solo tres kilómetros de la frontera, dentro de la zona de paso restringido, por lo que necesitaba un permiso especial para llegar a su casa: “Más allá de interferencias en el sistema de GPS del móvil, nunca he notado nada extraño”, cuenta. En un momento en que los países europeos parecen entrar en pánico con los avistamientos de drones y otras amenazas de guerra híbrida que apuntan al Kremlin, KarjaIainen asegura que esos episodios no le preocupan demasiado: “Supongo que si Rusia quisiera tener un gran impacto por sus acciones, lo mejor es que lo haga en un lugar donde viva más gente que en Salla”, dice. Mientras hablamos, rompe el cielo el sonido aturdidor de un avión de combate, haciendo vibrar los cristales en el interior de una casa: “Esto es habitual, los aviones salen de la base aérea militar de Rovaniemi y dan la vuelta aquí, a veces lo confundo con la máquina quitanieves”, dice entre risas.

El taxi conducido por Marja no lleva turistas, sino personas mayores que tienen que recorrer 150 kilómetros hasta Rovaniemi para visitar a un médico especialista en el hospital. A pesar de que ella es de una generación demasiado joven para recordar la guerra, explica: “Mis abuelos perdieron su casa cuando la mitad de Salla quedó en la parte rusa. Eso lo llevo en la sangre, si los rusos vienen, estoy preparada para coger un fusil”. Estas palabras de Marja resumen un sentimiento que se entrevé en las encuestas nacionales, que muestran que el 80% de los finlandeses estarían dispuestos a defender su nación en caso de agresión. Esa mentalidad, junto con la desconfianza generalizada hacia los mandatarios rusos, ha llevado al país nórdico a prepararse a fondo para cualquier tipo de crisis, incluida una guerra.

Para conmemorar las veces que el país luchó contra la Unión Soviética, el Museo de la Guerra y la Reconstrucción de Salla está repleto de objetos de los soldados que combatieron aquí. En la Guerra de invierno (1939-1940), Finlandia luchó en solitario contra el ejército soviético después de que la URSS invadiese el país. En ese conflicto, Finlandia perdió el 9% de su territorio, incluida la mitad del municipio de Salla, quedando su núcleo antiguo en el lado ruso, por lo que el pueblo se tuvo que reconstruir. Al año siguiente volvió a estallar la Guerra de Continuación (1941-1944) en la que el ejército finlandés luchó junto a la Alemania nazi para recuperar el territorio perdido, pero sin éxito.

A veces desearía tener a Suecia como vecino

“Hay paralelismos obvios entre los tiempos de la Guerra de invierno y la situación de hoy entre Rusia y Ucrania”, sostiene la encargada del museo, Annina Luostarinen. Sin embargo, “el mundo ha cambiado y la guerra se hace de otra forma ahora”, dice. “Creo que hay que ser optimista en estos temas y ahora no volvería a ocurrir una invasión” añade.

Volviendo al Ayuntamiento, Seppo Selkälä señala los programas de cooperación transfronterizos que se han cancelado, mientras que los fondos gubernamentales ahora se centran más en aspectos de la defensa como la valla fronteriza que en los servicios de Salla: “A veces desearía tener a Suecia como vecino”, termina lamentándose.