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Mariano Rajoy, torero de reyes y malabarista de la Constitución

Mariano Rajoy ha toreado al rey Felipe VI. La “declinación en diferido” que hemos visto este jueves es una pirueta de dudoso encaje constitucional y un movimiento (astuto) que desprecia “el papel del monarca” con el que tanto se hincha el pecho el PP en otras ocasiones.

Con la misma lógica del “todo es mentira, salvo una cosa”, Rajoy ha vuelto a decir A y B al mismo tiempo y esta vez la víctima de la confusión es Felipe VI. Se suponía que el candidato del PP iba hoy a recibir el encargo del rey de presentarse a la investidura. Ha salido de allí contándonos que “aceptaba” ese encargo, sí, pero que a la vez no descartaba no presentarse a la votación de investidura si las negociaciones no le van bien.

Con esta ocurrencia, Rajoy hace malabares con los límites de su sacrosanta Constitución, que establece claramente en su artículo 99 que quien acepte el encargo del rey “expondrá ante el Congreso de los Diputados el programa político del Gobierno que pretenda formar y solicitará la confianza de la Cámara”. Y en realidad tiene sentido: quien acepte formar gobierno tiene el reto de someterse luego a la votación para medir las fuerzas y con un plazo que fuerce que se agilicen las negociaciones. Si no hay plazos y no hay votación, no hay presión para negociar y sin presión no hay cesiones.

Obviamente, una persona puede arrepentirse de querer ser presidente del Gobierno o echarse atrás antes de la investidura, por razones de causa mayor. Pero no es el caso. Mariano Rajoy lo que está haciendo es jugar a su juego preferido: ganar tiempo y alargar el horizonte. Rajoy sale de su reunión con el rey sin plazo fijado y sin asegurar que habrá votación.

Si lo hubiera hecho otro, tronaría el cielo con voces denunciando una falta de respeto a las instituciones, un descaro sin justificación, un desafío a la Constitución. Pero a estas alturas habrá que aceptar que Rajoy está por encima de todos los raseros. 

Para lo tediosa que es la situación, el resumen es sencillo. Llevamos desde el 26J esperando que llegara el momento en que el rey recibe a Rajoy y por fin se pone en marcha algo, lo que fuera, un procedimiento de negociación y debate que acabara dando forma a un gobierno de uno u otro color.

El presidente del Gobierno en funciones ha enviado en las últimas horas mensajes indirectos al rey de que no quiere que le encargue la investidura. Lo que pretendía Rajoy es visibilizar que no tiene apoyos y por tanto poner toda la presión sobre PSOE y Ciudadanos, y que esa presión estrangulara todas sus promesas hasta acabar rendidos. Y, entonces sí, presentarse a la votación de investidura con, al menos, el sí de Ciudadanos y la abstención del PSOE.

Pero el rey no iba a aceptar otro rechazo. Ya después de las elecciones del 20D, Rajoy declinó la primera oferta de Felipe VI para intentarlo y el turno corrió a Pedro Sánchez. Esta vez, Rajoy se ha tragado el 'No' pero ha encontrado otra manera de pasarle por encima: decirle al monarca algo como no te preocupes que yo te acepto el encargo para luego decir en rueda de prensa que no descarta luego declinarlo.

Es decir, estamos igual que estábamos, pero con el rey humillado, la Constitución arrugada y Rajoy mirando el atardecer sobre un nuevo horizonte, cada vez más lejano.

Mariano Rajoy ha toreado al rey Felipe VI. La “declinación en diferido” que hemos visto este jueves es una pirueta de dudoso encaje constitucional y un movimiento (astuto) que desprecia “el papel del monarca” con el que tanto se hincha el pecho el PP en otras ocasiones.

Con la misma lógica del “todo es mentira, salvo una cosa”, Rajoy ha vuelto a decir A y B al mismo tiempo y esta vez la víctima de la confusión es Felipe VI. Se suponía que el candidato del PP iba hoy a recibir el encargo del rey de presentarse a la investidura. Ha salido de allí contándonos que “aceptaba” ese encargo, sí, pero que a la vez no descartaba no presentarse a la votación de investidura si las negociaciones no le van bien.