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El Museo Vivanco expone 22 obras de Picasso

El Museo Vivanco expone 22 obras de Picasso

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La pasión de la familia Vivanco por compartir la Cultura del Vino a través del arte alcanza su punto álgido este otoño con la exposición Picasso Dionisiaco, que podrá visitarse del 5 de octubre al 16 de junio de 2019. Una interpretación enológica del autor malagueño a través de 22 obras -tres de ellas cerámicas- de la colección del Museo Vivanco de la Cultura del Vino, que se exhiben por primera vez, de forma conjunta, en la Sala de Exposiciones Temporales del museo.

Esta celebración del vino y la mitología, importantes fuentes de inspiración para Picasso, se inauguró este jueves por Santiago Vivanco, presidente de la Fundación y Experiencias Vivanco; y por Eduardo Díez, director de Enoturismo y del Museo Vivanco de la Cultura del Vino, tras un sorprendente espectáculo de Body Art Painting.

Se dice que Pablo Ruiz Picasso fue un gran bebedor de vino en su juventud y abstemio en su madurez. Leyendas aparte, tanto esta bebida universal como los elementos mitológicos vinculados al vino tuvieron gran presencia en su obra, quizá como testigo de la dualidad de las pasiones de los hombres, de la bifurcación del camino entre lo racional y lo irracional, algo que siempre le obsesionó. Podemos rastrear su atracción por la mitología clásica en numerosas obras de su prolífica producción.

Así lo atestiguan, por ejemplo, sus interpretaciones sobre el tema del minotauro, como las que se incluyen en las estampas de la Suite Vollard, creadas entre 1933 y 1937. En estas representaciones subyace el desasosiego que provocaban en el artista las contradicciones humanas y las metamorfosis que experimentamos a lo largo de nuestra existencia. Quizá por ello el minotauro se ha interpretado a menudo como un alter ego del artista.

El universo del hijo de Zeus, Dioniso aparece también de manera recurrente en las creaciones picassianas a lo largo de los años. Encontramos, además, numerosos puntos de conexión entre la personalidad del creador del cubismo y la naturaleza del dios del vino. Caracterizado por su delirio místico, alimenta el mundo de las musas y la inspiración. Con su temperamento exuberante, ejerce con la misma intensidad la bondad que la perversión. Representa fielmente el pulso vital entre la pasión y la razón, con un desenlace siempre incierto.

De hecho, Picasso abominaba las leyes y las costumbres establecidas. ¿Dónde está el dios y dónde se descubre al artista? Las claves se encuentran en las 22 obras que constituyen la exhibición Picasso Dionisiaco, que se centra no tanto en la técnica, sino en la figura del artista y su proceso creativo.

El arte como provocación

“Todos se empeñan en comprender el arte. ¿Por qué no se intenta comprender el canto de los pájaros?, ¿por qué nos gustan las flores, la noche, lo que nos rodea, sin que intentemos comprenderlo? Pero, cuando se trata de un cuadro, la gente piensa que lo tiene que comprender. ¡Si fueran capaces de entender que un artista crea porque tiene que hacerlo, que él es sólo una parte insignificante del mundo, y que no deben prestarle más atención de la que prestan a otras muchas cosas que nos proporcionan placer y que sin embargo no las podemos explicar!”.

Esta cita de Pablo Ruiz Picasso con la que se abre la exposición desvela uno de sus hilos conductores. Picasso entiende el arte como un sentimiento que debe brotar de cada persona; y el artista tiene que provocar una reacción en el espectador.

La muestra se estructura en cinco bloques, cada uno de los cuales culmina con una cita textual de Picasso que dota de sentido a la selección de obras que contemplamos. Este detalle, el hecho de que el entrecomillado lo encontremos al final de cada apartado expositivo, y no al inicio, no es gratuito. La finalidad no es otra que respetar esa intencionalidad del artista para permitir que el espectador manifieste su propia reacción de forma espontánea, sin intermediarios ni textos que puedan

condicionarle.

El primer bloque es el único en el que las obras exhibidas, principalmente cubistas, no están vinculadas a la mitología clásica.

A modo introductorio, se pone de manifiesto en él la abundancia de la producción artística de Picasso, a quien se atribuyen más de 10.000 pinturas, 600 esculturas, 200 cerámicas, dibujos, bocetos y obra gráfica a lo largo de su carrera. Es, en efecto, uno de los creadores más prolíficos de la Historia del Arte. En este apartado encontraremos la Bouteille de vin (1922), la pieza cerámica Búho (1954) o las litografías Sala Gaspar (1961) y Galerie 65, Cannes (1956).

El segundo bloque abre, de par en par, la puerta a la fuerza inspiradora de Dioniso en Picasso, quien se interesó por la mitología desde muy temprana edad: su primera obra mitológica conocida, Hércules con su maza, firmada como 'Pablo Ruiz', es de 1890. Será un tema recurrente durante toda su trayectoria. En este grupo encontramos obras vinculadas a esta mitología dionisiaca en las que el genio malagueño se esfuerza en transmitir la importancia de saber mirar. Muestra personajes en actitud pensativa, como sucede en los aguafuertes Bacanal (1960) y Cabeza de fauno o Pequeño Baco (1950-1964), o la litografía El durmiente (1975).

FAUNOS

Picasso era consciente de la estrecha línea que separaba su obra y su personalidad, una circunstancia que le provocaba notable desasosiego. De hecho, podemos decir que su personalidad tenía mucho de fauno: estos personajes, que acompañaban el cortejo de Dioniso, eran seres joviales y de actitud festiva. Pero en ocasiones se volvían violentos e incapaces de controlar sus impulsos, especialmente cuando corrían detrás de las ninfas. Así, el pintor malagueño combinaba un irresistible magnetismo con un temperamento que hacía difícil la convivencia, especialmente con sus parejas sentimentales.

El tercer bloque de la exposición está dedicado precisamente a los faunos, esos seres mitológicos lascivos, de apariencia humana con patas de cabra, muy recurrentes en la obra de Picasso. Habitantes de las selvas, de naturaleza compleja y contradictoria, han quedado inmortalizados en litografías como Faunes et flore (1959), Danza de faunos (1957), Flautista y cabra (1948), La Danse du Berger (finales del siglo XX) o el linograbado Mère, danseur et musicien (1959) y la jarra El barbudo (1953).

Las bacanales, esas fiestas desenfrenadas en honor a Dioniso (y posteriormente al dios romano Baco) en las antiguas Grecia y Roma, son el eje del cuarto bloque. Pero lo que vemos en obras como Escena báquica con minotauro (1933), Baco y mujer de perfil (1934), Bacanal (litografía de 1956 y una tinta china y aguada del mismo título, de 1967), el aguafuerte Escultor y tres bailarinas (1956), Bacanal con cabra (1959-1962) o la litografía Sileno en compañía danzante (edición de 2006), no son simples representaciones de una época pasada, sino reinterpretaciones del mundo clásico guiadas por la propia personalidad de Picasso. Detrás de estas obras se encuentra su ferviente pulsión por manifestarse como un espíritu libre. Picasso odiaba las reglas y una bacanal era el mejor ejemplo de ruptura con las normas establecidas.

El quinto y último apartado, colofón del interés y del respeto de Picasso por el mundo clásico y de su gran conocimiento del mito de Dioniso, se manifiesta en obras como la litografía de 1956 Hommage à Bacchus, que se complementa con dos extraordinarias piezas de la colección del Museo Vivanco: un relieve romano de vendimia y un grabado de Mantegna, que representa una bacanal. Un extraordinario punto final a esta inmersión en el Picasso más mitológico.

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