NO VALE
El pasado martes 9 de octubre, tuve la gran oportunidad de dar una conferencia denominada “De laberintos y Catedrales”, en la sala de la Fundación Ibercaja en la logroñesa calle Portales. Con un aforo prácticamente lleno, fue una delicia poder compartir, al menos una parte muy querida, lo que he ido conociendo y descubriendo en estos últimos años sobre el tema, muy especialmente dentro de la Tesis de mi doctorado.
Comenzamos por reconocer cómo el laberinto surge en todas las culturas y en todas las épocas, por tratarse de un arquetipo fundamental: el del ser humano en búsqueda. Desde los petroglifos de hace varios miles de años, o en el mundo de Egipto y Creta, hasta la actualidad, los laberintos se manifiestan en dos o tres dimensiones, dibujados o construidos, y nos siguen atrapando, pero a veces no con un sentido negativo sino totalmente protector.
Uno de los capítulos más interesantes dentro del conocimiento de los laberintos es precisamente el referido a los construidos en la Edad media en el interior del pavimento de numerosas iglesias y catedrales europeas, especialmente en Francia. El denominado “camino de Jerusalén” se muestra, a quienes lo recorren, como un potente símbolo de Vida, como una herramienta capaz de servir para encontrarse, y no para perderse. Ubicado siempre en lugares cargados de significado y energía telúrica, sabiamente escogidos por los maestros de obra, en combinación con el uso de la geometría y la luz filtrada por las vidrieras, el laberinto refuerza la arquitectura en un admirable ejercicio de proporción.
Las catedrales de Amiens, San Quintín, y Chartres, muy especialmente, siguen atrayendo a miles de visitantes y peregrinos a sus laberintos, fascinados por su hermosa traza en losas de piedra combinadas en dos colores, pero también por los misterios y simbolismos que encierran. Los casi 13 metros de diámetro del laberinto de Chartres, permiten recorrer cerca de 264 metros de recorrido pausado, en el que muchos visitantes, caminando descalzos, sienten cómo la fuerza del agua subterránea, que discurre a unos 37 metros de profundidad, se eleva y vuelve a bajar al encontrarse con una bóveda ubicada a la misma altura hacia el cielo, estirando sus espaldas hacia ella. Y qué decir del 22 de agosto, fecha actual correspondiente al 15 de agosto medieval antes del cambio del Calendario Juliano, cuando la imagen de la Virgen María se desliza desde la vidriera de la fachada occidental hasta iluminar precisamente el centro del laberinto. En ese lugar especial, se encontraba una placa de bronce con la imagen de Teseo luchando con el Minotauro, símbolo a su vez de la lucha del Bien contra el Mal. Lástima que el ejercito republicano francés la retirase e finales del siglo XVIII para construir cañones.
Y tantas teorías más, y tantos misterios más... que siguen atrapándonos a los educados en el racionalismo, obligándonos a intentar conocer también desde el sentimiento y la intuición. A tí que lees este escrito, te invito a unirte a la búsqueda. No en vano, todos participamos de nuestros propios laberintos. ¡Ojalá que nunca te falte tu Ariadna!
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