Hace algunos años, al asumir un nuevo reto profesional, viví una experiencia que transformó mi visión sobre el liderazgo y el verdadero valor del talento. Me contrataron por mi capacidad para romper esquemas, por mi forma “distinta” de liderar y por el potencial disruptivo que representaba para revolucionar el modelo organizacional.
Poco después de integrarme, recibí una llamada inesperada de alguien del equipo, que no compartía por completo la visión de mi contratación: “Paco, ahora no puedes hacer lo que hacías antes; aquí se hacen las cosas de otra forma”.
Esa frase me golpeó con la fuerza de una revelación. Se me exigía dejar de ser quien siempre había sido, como si el talento apasionado y disruptivo que me caracterizaba tuviera que ser empaquetado y guardado, relegándolo a un protocolo sin alma. Tras unos instantes de reflexión, respondí: “Comprendo que, en este nuevo cargo y responsabilidad, debo ajustar mi forma de ser y trabajar, pero si cambio por completo, ya no soy la persona que habéis contratado. Me elegisteis por el talento que he desarrollado a lo largo de mi vida, y si ahora lo reprimo y no lo despliego, dejo de ser el profesional que esperabais.”
Esta experiencia me ha impulsado a cuestionar… ¿Por qué pienso que el talento NO se puede retener?
La esencia del talento
¿Alguna vez has intentado atrapar el viento o encerrar una tormenta en una caja? Así de absurdo para mi resulta querer retener el talento. El talento es acción pura y dura, es energía en movimiento, una chispa que enciende ideas y pasión que impulsa cambios. No se encierra, se impulsa. No se controla, se inspira. No se posee, se cultiva. Se fideliza y, sobre todo, se enamora.
Aún hoy, en muchos entornos, se sigue creyendo erróneamente que el talento es un don innato, inmutable, pero en realidad nacemos con distintas capacidades que, con dedicación y compromiso, se transforman en un potencial ilimitado. Este desarrollo solo ocurre en entornos que permiten descubrir y cultivar habilidades, impulsando tanto el crecimiento personal como el profesional.
Talento en Acción: Inspiración y Flow
El talento no es algo que se exhibe de manera pasiva, el talento estalla con la acción y se alimenta de retos constantes. Tal como explica Mihaly Csikszentmihalyi en su obra Flow , alcanzamos nuestro máximo rendimiento cuando nos sumergimos en actividades que nos apasionan, donde el desafío equilibra nuestras habilidades. Imponer límites a la creatividad es como encerrar a un río en una botella: el talento necesita fluir, explorar y crecer. Me parece muy importante comprender que el verdadero valor del talento reside precisamente en su capacidad de transformar, de aportar nuevas ideas, de cuestionar el statu quo.
Las organizaciones deben dejar de tratar el talento como un recurso estático. La clave no es retenerlo mediante el control, sino fidelizarlo ofreciendo desafíos, oportunidades de aprendizaje y reconocimiento genuino. Se trata de abrir espacios para la creatividad, la disrupción y aceptar el error como parte del camino hacia la innovación, conectando valores personales con objetivos colectivos.
Liderazgo humanista: El camino para enamorar el talento
El enfoque tradicional de retener el talento a través del control está condenado al fracaso. En este sentido, el liderazgo humanista se presenta como el modelo idóneo para gestionar el talento. Un liderazgo que pone a la persona en el centro, que escucha, acompaña e inspira, es el modelo idóneo para gestionar el potencial humano. Cuando se conecta el talento con su pasión y se le brinda un entorno que respalde su evolución, este se enciende con fuerza transformadora.
Crear espacios donde el talento quiera quedarse, no por obligación, sino por convicción, implica construir relaciones basadas en confianza, respeto y un propósito compartido. Es fundamental entender que el verdadero desafío no es retener al talento, sino inspirarlo día a día para que elija crecer y transformarse.
Es hora de cambiar el paradigma.
No podemos seguir permitiéndonos el lujo de intentar retener lo irretenible. Debemos transformarnos en motores de inspiración, en ecosistemas donde el talento decida quedarse porque descubre un propósito, crecimiento y conexión genuina.
Estoy convencido de que existe una reflexión aún más amplia y muchas otras acciones que podríamos implementar para transformar nuestros entornos laborales. Sin embargo, considero que las siguientes iniciativas son algunas de las más esenciales y urgentes para lograr que el talento se sienta valorado y motivado:
- Culturas organizacionales creativas: Diseñar e implementar ambientes que celebran la creatividad y el error como parte natural del aprendizaje y del camino hacia la innovación.
- Desarrollo continuo: Invirtiendo en programas de formación y en iniciativas de desarrollo personal y profesional que potencien de manera constante las habilidades y capacidades de las personas.
- Liderazgo humanista: Fomentando liderazgos que escuchen y acompañen, que sepan inspirar y empoderar a sus equipos desde la confianza y el respecto, reconociendo la singularidad de cada persona.
- Conexión de valores: Alinear los valores personales con el propósito y la misión de la organización, de modo que el trabajo se transforma en una vocación compartida.
- Fomento de la diversidad e inclusión: Crear entornos donde se valoren distintas perspectivas y se celebre la diversidad, reconociendo que cada persona aporta un potencial único que enriquece la organización.
- Flexibilidad y bienestar integral: Promover políticas que faciliten el equilibrio entre la vida profesional y personal, impulsando el bienestar emocional y físico de cada persona del equipo.
En definitiva, no se trata de encadenar al talento, sino de construir alas junto a él. Solo las organizaciones que logren inspirar, retar y acompañar, harán que el talento elija quedarse, evolucionar y transformar.
El aprendizaje que me dejó aquella llamada fue revelador. Cambiar y adaptarse no implica perder la esencia; al contrario, se trata de ampliar el espectro del propio talento para enfrentar nuevos desafíos. Es cierto que, en ocasiones, el talento puede incomodar o incluso asustar a quienes se sienten amenazados por el cambio, temiendo que la creatividad y la innovación desplacen sus zonas de confort o pongan en riesgo su posición. Sin embargo, si lo vemos como un aliado, descubrimos que el talento es una oportunidad única para crecer juntos/as y aprender que cada persona posee un potencial que, al integrarse con el de las demás, enriquece el conjunto.
Cuando las empresas dejan de ver el talento como un recurso estático y lo entienden como una llama en constante evolución, se transforman en espacios de inspiración y colaboración. En estos entornos, cada persona contribuye desde su singularidad, aportando ideas y habilidades que, combinadas, impulsan un futuro lleno de innovación, pasión y crecimiento compartido. Así, el talento deja de ser motivo de temor y amenaza, convirtiéndose en el motor que impulsa el progreso colectivo.
¿Hablamos? Me encantaría leer tus ideas, experiencias y reflexiones sobre cómo construir entornos donde el talento realmente quiera quedarse y seguir evolucionando.