Rioja2 con Fernando Alonso
@page { size: 21cm 29.7cm; margin: 2cm } P { margin-bottom: 0.21cm } No, no hace falta que se froten los ojos: soy yo. Y Fernando Alonso el que está a mi lado. ¿Le conocen? Perdón por la broma, pero no me resistía. El bicampeón del mundo de Fórmula 1 estuvo un día después de su renovación por la escudería Renault dando un curso de conducción segura en Madrid. Allí, pasó un día con Rioja 2, que te cuenta en primera persona cómo es Fernando Alonso en las distancias cortas. Un inmenso honor y un auténtico placer, compartir derrapadas con el mejor piloto español de la historia.
Llegó a eso de la una del mediodía. Casi media hora antes de lo previsto. Barba de un puñado de días, gesto taciturno, cabellos desordenados, no sabría decir si estudiado o natural, ojos de haberse levantado hace cinco minutos y una sonrisa ausente que sólo afloraría más tarde, no en el fotocall con los afortunados ganadores de un curso de conducción con el “meteorito asturiano” organizado por Renault, sino cuando se puso al volante de uno de los nuevos Mégane Coupé. Este chico sólo es feliz con un volante en la mano atado a cuatro ruedas. El resto le resulta tedioso. No disfruta con los compromisos comerciales. Es profesional y los atiende como puede, pero no lo puede disimular. Ernesto, el fotógrafo, le pedía insistentemente una sonrisa en el fotocall, pero nada. No le sale. La mueca que intentaba esbozar no era precisamente de felicidad. Antes, posando ante un nuevo Mégane Berlina y un Laguna Coupé, el piloto no concede un gesto para la posteridad. Ernesto está preocupado, no quiere que la sesión se eternice, y trabaja a una velocidad de F1. Nada, no se le ve un sólo diente.
Alonso ya no me impresiona en persona. Si lo hizo cuando le conocí, en el año 2000, cuando empezaba a destacar en la Fórmula 3000. Entonces me sorprendió su cuello, una pasada, una 50 calculé a ojo. Incluso juraría que ha crecido desde entonces. Pero no ha cambiado nada. Sigue siendo tímido, nada que ver con lo que se ve cuando habla con Lobato. Ahí sabe lo que tiene que decir. Pero en el trato cuerpo a cuerpo se esconde y sabe que juega con ventaja, porque la admiración de la gente le sirve de barrera. Con su padre y con su representante, Luis García Abad, si que departe relajado sin problemas, pero le sacas de su círculo y la tristeza en su mirada y su parquedad de palabras sorprende, aunque comprendes que es una máscara, un escudo ante lo desconocido, el mundo real. No le debe gustar nada sentirse un objeto, un producto andante. Ahora pasa por aquí, ahora posa ahí, ahora habla con fulano, ahora la foto con el alcalde, ahora tienes diez minutos para comer, ahora súbete al coche… yo también acabaría harto.
Sin embargo, una vez con los ganadores del concurso dentro del coche, Alonso se mostraba más locuaz. La gente de a pie le admira, es imprevisible, y seguro que también le divierte, siempre con el gas a fondo, trompo por aquí, derrape por allá, quemando ruedas a la mínima… Más de un centenar de veces bajó, por una pendiente del 11 por ciento mojada y esquivando chorros de agua a una velocidad endiablada, con control de tracción y sin él.
Ahí si que se le veía sonreír. Estampó su firma como un millar de veces sobre tarjetas, cuadernos, camisetas y gorras. Quizá superaron el millar las fotos con todo el mundo. Infatigable, incansable, profesional, perfecto. Algunos de ellos le daban regalos: una foto, un CD, una camiseta… apenas pasaban por sus manos, García Abad los ponía a buen recaudo. En mi bolsillo un llavero pequeñito de Renault “para cuando te den las llaves del R29″, tenía pensado el discurso. Pero se volvió conmigo. No le iba a arrancar una sonrisa con algo tan básico, aunque delante del espejo, la noche antes, sonaba hasta gracioso. Mi madre seguro que me habría intentado convencer para que hablara a Alonso sobre el coleccionable de 12 capítulos que hice para Motor 16 en 2005, cuando quedó campeón del mundo por primera vez. No sabría explicarle en menos de tres horas a mi madre que no podría ser, que seguro que ni ha leído la revista en los últimos años…
Estamos en las instalaciones del RACC en Moraleja de Enmedio, con varias pistas para poder conducir en situaciones adversas, realizar el test del alce (volcó un coche que no llevaba ESP), o comprobar subviraje y sobreviraje. Los compañeros de Europa Press TV le tenían que hacer tres preguntas y Fernando tenía que contestar mirando a cámara. Lo sacó a la primera. Y no creo que se lo trajera estudiado de casa. Sencillamente es un profesional como la copa de un pino. Sabe que tiene que alabar al nuevo Mégane, preocuparse por la crisis y ‘confesar’ que ha renovado con Renault porque se siente como en casa. Es un crack. Sobre todo dentro de la pista, claro. Al final de la jornada llega un coche de Televisión Española. Una campaña de Unicef. Con un frío que pela, el asturiano sonríe de oreja a oreja. Se equivoca y pide entre carcajadas el texto con lo que tiene que decir. Un folio entero. Profesional… y atento.
A todas horas rodeado de su padre (sorprendente verlo en estos saraos), y su inseparable Luis García Abad, Fernando atiende al personal de Comunicación Interna de Renault, que también aprovecha para fotografiarse junto al campeón… no se puede dejar escapar una oportunidad así. Incluso el fotógrafo me deja dos millones de pesetas en mis manos para que le retrate.
Aprovecho el viaje con el bicampeón del mundo para deslizarle unas cuantas preguntas. Fernando no es tonto y sabe que soy periodista. No va relajado. ¿Qué te parece el coche? “Está bien”, dice. ¿Cuándo empiezas las vacaciones?, le pongo la muleta delante. “Mañana”, confiesa regalando media sonrisilla. ¿Hasta cuándo?, le lanzo la pregunta obligada. “Hasta el 12 de diciembre”. ¿Has visto ya el nuevo R29? “No”. Más escueto, imposible. Todo esto sucede mientras en una recta de 150 metros el tipo flirtea con los cien kilómetros por hora y frena en plan rally. “Cuidado ahí atrás”, avisa un momento antes de coger los peraltes como si estuviera en un F1 y girar con brusquedad un microsegundo las ruedas hacia la derecha para dar un volantazo instantáneo hacia la izquierda y hacer derrapar el coche para dejarlo encarado para la siguiente recta.
Menos mal que llevaba puesto el cinturón de seguridad del asiento trasero derecho, porque aún así, casi beso el lado contrario del coche de la brutalidad del cambio de dirección. “Eres el mejor”, le dice Ernesto, después de retratar al campeón en plena acción desde el asiento del copiloto e intentar bajar a menos de 150 las pulsaciones del corazón. “A por el tercero”, le digo mientras nos estrechamos la mano. “A por él”, me contesta con la otra media sonrisa que me debía.
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