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Espacio de opinión de La Palma Ahora

Historias que no debemos pasar

Juan Calero Rodríguez

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No hay que estar demente para tirar los hijos al mar.

Esas alas de criatura, pobrecitos,

barcos que van y vuelven y van

y extravían en círculos la espera

sin saberse libres de cautividad.

Cualquier conquista bélica conlleva destrucciones, hambre y muerte. Recientemente nos hemos visto colapsados con las imágenes de ese niño de tres años ahogado en la orilla de una playa, que como tantos miles de compatriotas, se lanzan a cualquier costa por intentar cruzar el Mediterráneo en busca de un sueño, realmente, muy difícil de alcanzar en el primer mundo.

Desde mucho antes de que el ser humano se comportara como tal y caminara por sus propios pies creando este paraíso terrenal que llamamos Tierra, existen las migraciones. La Biblia da fe de ello, al igual que los antiguos griegos, los romanos, los fenicios… a base de guerras conquistando nuevas tierras.

Detrás de cada migrante y de cada familia rota, hay historias que no debemos pasar por alto. La primera prueba es no morir ahogado en el mar, o asfixiado en el maletero de un coche, o de una maleta, o caer a tierra cuando abre el tren de aterrizaje del avión. Luego viene lo peor, no pueden correr la misma suerte cada uno en esas oleadas que llegan a tierra firme. La situación no se arregla con repartirlos por cuotas entre los países europeos de acogida. Estamos en pleno verano y ahora son noticia; dentro de un mes, nadie los recuerda y el invierno es duro. Sin vivienda, sin trabajo, sin comida y sin futuro.

Esas migraciones de total actualidad en las noticias, son producidas por el exterminio del pueblo a manos de un califato terrorista, descendiente de Al Qaeda, el cual surgió para hacer frente a la invasión de Irak, en 2003, y posteriormente reclama la autoridad religiosa sobre todos los musulmanes del mundo, a través de su severa interpretación del Islam, con la Sharia y su violencia brutal contra los chiitas y cristianos.

Este autoproclamado Estado Islámico se viene imponiendo por la fuerza y el miedo. Ha ordenado la expulsión de todos los cristianos [ y vienen realizado en público decapitaciones masivas de cristianos que se niegan a convertirse al Islam, incluyendo niños, y destruyendo templos y mezquitas.

Historias de antes, de siempre

de pequeños, de toda una vida.

Ahora que ya no quedan refugios,

ni insectos jugando a las escondidas.

De nuevo nos azota el eterno tema de los nacionalismos. Su objetivo es unir todas las regiones habitadas por musulmanes bajo su control en una amplia zona que abarca Irak, Siria, Jordania, Israel, Palestina, Líbano, Chipre y parte del sur de Turquía; imponiendo por la fuerza y el miedo su cultura y barriendo todo vestigio anterior que no sea la suya. Y si además otras milicias que controlan gran parte de la península egipcia del Sinaí, el este de Libia y Pakistán han jurado lealtad a la organización, podemos preocuparnos e intuir que posteriormente podrán seguir ampliándose por Europa, Asia y África.

Y ofrendamos nombres a los náufragos cotidianos

tan frágiles para que suenen sobre todas las cosas

perdidos entre los pasos de nuestro tiempo

Tenemos una Europa altanera, egoísta y desunida que hace caso omiso a los estados del sur, víctimas de estas oleadas, que reclaman un llamado de orden a sus dirigentes, básicamente del norte. También hay por medio de tanto desespero, mafias organizadas enriqueciéndose a costa de la carne humana como mercancía.

Nadie comprende el sacrificio de vivir

con las trampas intactas

levantarse donde los pinos

inventan su mito y la música vieja.

No vale acoger en nuestras casas a un niño o una familia completa del éxodo, cuando el problema sigue en su tierra y ésta amplía fronteras. Hay que erradicar el problema de raíz.

De amigos que se ocultan y se privan

y alguna vez recuerdan

dónde removimos luces sedientas.

Luego viene la incorporación de toda esta gente y su aceptación por la sociedad que ni los mira, ni los ve, por tener otro color de piel, otra idiosincrasia, otra lengua y sobre todo por llevar el dolor de ser emigrantes.

Somos el sonido de las aguas acumuladas

donde entona una balada a lo lejos

las maneras de estrechar otros cuerpos.

¿Y el dolor de ellos, quién lo ampara?

Incorporo a este texto un poema que aparece publicado en mi reciente libro ‘Los puentes que dejamos al pasar’, por NACE, 2015, sobre el éxodo de cubanos y que puede aplicarse a cualquier migración.

‘La balada del Estrecho’

No hay que estar demente para tirar los hijos al mar.

Esas alas de criatura, pobrecitos,

barcos que van y vuelven y van

y extravían en círculos la espera

sin saberse libres de cautividad.

Nadie comprende el sacrificio de vivir

con las trampas intactas

y levantarse donde los pinos

inventan su mito y la música vieja.

De amigos que se ocultan y se privan

y alguna vez recuerdan

dónde removimos luces sedientas.

Historias de antes, de siempre

de pequeños, de toda una vida.

Ahora que ya no quedan refugios,

ni insectos jugando a las escondidas.

Levanto la mano derecha sin pedir la palabra

para romper el dolor del hombre y hacerlo mío.

Tal vez haya algo, pero nunca sabremos

cómo será el fin del eterno cielo

sobre un pueblo, gramo de simiente,

ripio cansado de esperar.

Somos el sonido de las aguas acumuladas

donde entona una balada a lo lejos

las maneras de estrechar otros cuerpos.

Y ofrendamos nombres a los náufragos cotidianos

tan frágiles para que suenen sobre todas las cosas

perdidos entre los pasos de nuestro tiempo

sin el ángel de la tregua.

El límite atemoriza por este estrecho interminable

y enloquece algo la historia

hasta el fin de los exilios.

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