Las fiestas populares siempre han sido una buena excusa para cultivar el orgullo de barrio aunque pocas veces estas demostraciones de organización colectiva nos han dejado imágenes tan espectaculares como la que hoy vamos a recordar. En 1889, con motivo de las fiestas de San Lorenzo, los vecinos de Lavapiés montaron toda una Torre Eiffel en la confluencia de las calles del Ave María y San Simón.
El seis de mayo había dado comienzo la famosa Exposición Universal de París para la que construyó el ingeniero su torre y los medios de comunicación españoles habían seguido con interés su construcción e inauguración. Esto debió avivar el ingenio vecinal.
Tenía quince metros de altura (aunque por ahí se reduce a once metros y medio y en algún lugar se eleva a dieciocho o incluso veinte). Según el periódico El Estandarte, la idea surgió de un tal Francisco Muñoz, que decidió contactar con un hojalatero de la calle Ave María de nombre Francisco Fermín para poner en marcha la propuesta.
El centro de reunión de comerciantes y vecinos organizadores de las fiestas –había una comisión por calle– era el Café de Morales, donde por la noche se reunían para ultimar los detalles de la verbena. Era habitual que en las comisiones de fiestas fueran los comerciantes, hombres de prestigio y de mayor poder adquisitivo quienes figuraban a la cabeza, aunque eran conocedores de que, finalmente, sería el barrio entero el que ejecutaría y, llegado el caso, juzgaría con severidad el resultado. En este caso el presidente era Narciso Casal, antiguo concejal del Ayuntamiento de Madrid.
Fue en este café –donde, por cierto, se colocaría un arco con la Puerta de Alcalá– donde se decidió construir la torre Eiffel, abriendo una suscripción popular de 526 pesetas entre los vecinos para sufragar el adorno, cuyo cose finalmente se elevó a las mil pesetas. Estaba iluminada por dos focos de gas y se comenzó a construir el 31 de julio con la participación de carpinteros, pintores y talleres del entorno.
También hay noticia de que se acordó en la comisión de fiestas hacer una reproducción del submarino de Isaac Peral, que se colocó en la misma calle del Ave María. Así mismo, se emprendieron otras ideas ambiciosas, como una imitación de la Giralda para uno de los arcos, entre otros alardes arquitectónicos.
Según se desprende de las notas de la época, los vecinos de Madrid se encontraban inmersos en una competencia barrial por hacer de sus fiestas las más atractivas de la ciudad. Poco antes, habían sido las de Santa María Magdalena en la zona chispera de la calle de Hortaleza, que habían maravillado a los asistentes. El Imparcial del 4 de agosto, por ejemplo, lo relataba hablando de “la resurrección de las verbenas madrileñas”.
Estos alardes venían a acompañar a la decoración habitual, compuesta por gallardetes, arcos de follaje –hubo que traer vegetación extra de la Casa de Campo– , farolillos, banderas y mantones de Manila. Los integrantes de la Junta Directiva de la Comisión de Fiestas se pasaban por el Almacén de la Villa a recabar objetos para adornar las calles, que luego repartían a los vecinos para su colocación.
La Gazeta Universal cifraba en 67 los arcos construidos en las calles de Lavapiés, “sin contar los pequeños que los vecinos levantan a las puertas de sus casas”. Según las noticias de prensa, un comercial de la calle de Valencia quiso encargar a un pintor escenógrafo apellidado Muriel cuatro lienzos con motivos arquitectónicos para otros tantos arcos, pero este se encontraba ocupado por el estreno de una obra teatral.
La impostada torre Eiffel debió convertirse en un punto central de la fiesta, puesto que frente a ella se colocaron cucañas coronadas por un gallo (premio el que lo alcanzara) y un trampolín, donde se divertían los más pequeños. El primer piso era un estrado desde donde el Orfeón Madrileño y la orquesta del Asilo de San Bernardino actuaban. Según dicen, los vecinos de Lavapiés no tardaron en rebautizar con guasa la arquitectura efímera como “La Torre Infiel”.
Pero, insistimos, el esfuerzo por hacer de aquellas fiestas las mejores de Madrid estaba repartido, y los vecinos de La Paloma y otros barrios tomaban notas, pues pronto les tocaría a ellos ejercer de anfitriones. Los bailes se hacían en la calle de Argumosa y en la del Olivar con Lavapiés coronaba el arco dispuesto un San Lorenzo hecho con pan y horneado por un tahonero de la zona. El personal de algunos teatros de Madrid montó una cabalgata en honor a San Lorenzo con carrozas; abundaban las murgas, los pianos de manubrio, los puestos de dulces (y vino), y los vecinos abrían sus patios y casas para festejar con todo el mundo.
De aquella torre Eiffel y el ímpetu de las fiestas a finales del XIX queda el recuerdo, al menos, de un lienzo pintado al óleo que se conserva en el Museo de Historia de Madrid y una ilustración de Primitivo Carcedo para La Ilustración Nacional que la biblioteca digital Memoria de Madrid rescató de la Hemeroteca Municipal. Todo un reto intentar estar a la altura.