Javier Valenzuela: “En España se confunde amnistía con amnesia, perdón con olvido, reconciliación con ignorancia”
“–Y mamá que estaba tan contenta porque había llegado la paz”. –Es que no ha llegado la paz Luis, ha llegado la victoria“. Seguro que saben de qué diálogo hablamos (si no, búsquenlo en Google). El mes de abril de 1939 se estrenaba una nueva etapa en la historia del país y de Madrid. Y la victoria trajo consigo castigo, humillación y olvido. Por eso, cada película, novela o conversación que recuerda la dignidad de los derrotados y las victorias truncadas anteriores a la victoria (”sabe Dios cuándo habrá otro verano“, continuaba el diálogo mencionado), lejos de sumar al topicazo de ”otra más sobre la guerra“, ayudan a normalizar las historias segadas por la desmemoria de la dictadura.
Es el caso de Pólvora, tabaco y cuero (Huso, 2018), la tercera novela de Javier Valenzuela, que habla en clave negra de victorias derrotadas, como la de las mujeres abriéndose paso, luego de vuelta a la cocina gris de la sección femenina. O del protagonismo de la gente corriente en la política –los trabajadores– y sus barrios, como el de Tetuán, que sirve de escenario para la trama policiaca que articula el libro.
Javier Valenzuela (Granada, 1954) comenzó a publicar en la segunda mitad de los setenta en la mítica revista Ajoblanco, de donde pasó a las redacciones de Diario de Valencia y El País,El País periódico del que fue, a lo largo de tres décadas, director adjunto y corresponsal en Beirut, Rabat, París y Washington. Fue director general de Comunicación Internacional en La Moncloa, uno de los fundadores del digital infoLibre y el primer director de su revista tintaLibre. Aunque ha publicado muchos otros libros, actualmente está muy centrado en su carrera como novelista, que cuenta con los títulos como Tangerina (Martínez Roca, 2015), Limones negros (Anantes, 2017) y, ahora, Pólvora, tabaco y cuero, que hoy nos ocupa.
La novela se presenta el miércoles 3 de abril a las a las 19 horas en la Casa del Libro de la Gran Vía. Como padrino de Valenzuela estará uno de los clásicos vivos del género negro español, muy ligado a nuestro barrio de Malasaña: Juan Madrid. Javier ha tenido la amabilidad de responder algunas preguntas a este medio acerca de su novela y sobre otros asuntos de la actualidad política.
– Somos Malasaña: Empecemos por lo más obvio... pero a la vez potente, ¿por qué un detective anarquista? ¿Tiene algo que ver tu simpatía por lo libertario desde la etapa en Ajoblanco?
–Javier Valenzuela: Informar de cómo respiras ideológicamente, no intentar camuflarte en supuestas neutralidades o equidistancias, me parece un deber ético elemental para todo aquel que actúe en la esfera pública y los periodistas y escritores lo hacemos. Los hechos son sagrados, pero todos, absolutamente todos, los abordamos desde un determinado punto de vista. Yo practico la transparencia, jamás he ocultado que soy progresista y que, dentro del campo progresista, estoy con los libertarios. Prefiero la libertad con riesgos a la servidumbre tranquila. No es casualidad que empezara a ejercer el periodismo en una revista ácrata e irreverente como Ajoblanco. Así que, a la hora de crear el investigador de un crimen en el Madrid de la Navidad de 1936, lo más natural es que este fuera anarquista. Pero, fíjate, Ramón Toral es tan anarquista que no está afiliado a ningún partido o sindicato, ni tan siquiera a la CNT. Eso lo emparenta con los detectives del género negro que a mí me gustan, los Marlowe y compañía, que son todos gente rebelde, individualista, insobornable.
–S.M.: Otro personaje importante es Marcela Burgos, una maestra, también anarquista y feminista de Mujeres Libres. La palabra feminismo está hoy en todos lados, ¿qué opinión te merece la fuerza del movimiento? ¿Qué puede enseñarnos aún hoy la experiencia de aquellas Mujeres Libres?
–J.V.: Me apena que muchas y muchos de los feministas de nuestros días ignoren que la causa de la igualdad de derechos tiene en España precedentes tan heroicos como el de Mujeres Libres. Aquellas pioneras escandalizaban a la gente de su tiempo, incluso a la mayoría de la gente de izquierdas, diciendo algo tan básico como que no puede existir verdadera libertad y justicia si se discrimina a la mitad femenina de la humanidad. Eran maravillosas. Por lo demás, me sumo con entusiasmo a la actual oleada feminista. Para mí, las grandes causas de nuestro tiempo son la salvación del planeta, la defensa de la libertad frente al ascenso del autoritarismo y la corrección de las tremendas desigualdades de género y socioeconómicas.
–S.M.: Por continuar con los personajes, Lucía Sánchez Saornil, Arturo Barea, Cipriano Mera, Felipe Sandoval... En la novela aparecen varios personajes reales, ¿qué aporta a la historia el hecho de que sean personas además de personajes?
–J.V.: En España se confunde amnistía con amnesia, perdón con olvido, reconciliación con ignorancia. Es bochornoso que la mayoría de los españoles sepan tan poco sobre la Segunda República, la Guerra Civil y la dictadura de Franco. Desconocen a personajes tan colosales como Durruti, el general Miaja, Arturo Barea, Cipriano Mera o La Pasionaria, sobre los que, de haber sido estadounidenses, ya se habrían hecho numerosas novelas, películas y series televisivas. Quise introducir a algunos de ellos como personajes de mi novela tanto por razones pedagógicas como por el hecho de que hacerlo da más verosimilitud a las historias que allí cuento.
–S.M.: Tu novela es de esas en las que la ciudad es uno de los protagonistas. Está ambientada en el barrio de Tetuán, aunque también salen otros espacios de la ciudad, como el centro o el propio frente, ¿qué te atraía más del Madrid de 1936?
–J.V.: En el género negro la ciudad no es un mero decorado, es también protagonista. El San Francisco de Hammett, la Barcelona de Vázquez Moltabán, el Los Ángeles de James Ellroy… Yo quería hacer una novela negra con Madrid como protagonista, iba a ser mi modo de decirle a esta ciudad lo muy agradecido que estoy por lo generosa que siempre ha sido conmigo. ¿Y qué momento más noir en la historia de Madrid que aquel en que, como dijo Antonio Machado, vivió “con plomo en las entrañas”, fue “rompeolas de todas las Españas”? Decidí que situaría esa novela en el Madrid del ¡No pasarán!
–S.M.: Hemos leído que eres partidario de lo que suele denominarse memoria histórica (nosotros también). El historiador Enzo Traverso opina que hay que ir más allá de recordar los agravios a los caídos o a los represaliados y recordar también las “genealogías alternativas” del pasado. ¿Qué podemos aprender de los que soñaron con la revolución y perdieron la guerra?
–J.V.: Albert Camus, que es uno de mis referentes éticos e intelectuales, solía decir que su generación aprendió en la Guerra Civil española que se puede tener razón y ser derrotado. En unos tiempos como los actuales, dominados por la nefasta idea de que la victoria es la prueba de la bondad de una causa, esta reflexión me parece importantísima. La actual democracia española daría un paso de gigante si proclamara oficialmente que los golpistas de julio de 1936 fueron unos canallas y que los defensores de la República tenían razón.
–S.M.: Como en el 36, vuelve a hacerse cotidiano escuchar las palabras extrema derecha, ¿tiempos más interesantes para el periodismo o para escribir novelas?
–J.V.: Asistimos al regreso del fascismo. Viene camuflado, ya no lleva uniformes y correajes paramilitares ni hace el saludo romano, pero dice lo mismo que el de los años 1930: que la culpa de nuestras penurias la tienen las minorías étnicas o culturales y que la salvación está en un patrioterismo exacerbado. Al fascismo 2.0 hay que combatirlo por tierra, mar y aire. Con el periodismo, basado en la verdad, y con la ficción, basada en la verosimilitud.
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