El pasado 29 de abril los vecinos de Carabanchel se manifestaron contra algunos de los puntos contenidos en el proyecto para urbanizar los terrenos de la antigua cárcel de Carabanchel. Entre las reivindicaciones, había una que se separaba del resto, relacionadas con las dotaciones del barrio y las zonas verdes: el cierre del Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de la Avenida de los Poblados. En realidad, la petición goza de gran raigambre entre el tejido asociativo carabanchelero, que ha unido alrededor del solar de la cárcel la lucha por servicios para el distrito con la exigencia de memoria .
El conocido como CIE de Aluche abrió en el 51 de la Avenida de los Poblados en 2005 para sustituir al viejo CIE de Moratalaz. Junto a él, se intalaron la comisaría del distrito de Latina y la Brigada de Extranjería. Pronto llegaron las denuncias de entidades relacionadas con los derechos humanos por las condiciones de las personas reclusas, muchas de ellas privadas de libertad por infracciones administrativas.
En 2008 los presos se pusieron en huelga de hambre y se empezaron a organizar las hoy habituales marchas por el cierre del CIE. Las que se llevan a cabo los últimos días del año suelen estar organizadas por el movimiento libertario y, con frecuencia, se convocan otras, que cuentan con la participación de colectivos relacionados con la salvaguarda de los derechos humanos, grupos políticos y vecinales. Probablemente, el momento álgido, que centró todas las miradas sobre la instalación, fue la muerte en 2004 de la interna Samba Martine.
Entre los organizadores de las marchas y protestas contra el CIE aparecen invariablemente los grupos memorialistas, lo que se explica por una línea de continuidad poco conocida: el centro ocupa las dependencias del antiguo Hospital Penitenciario de la Cárcel de Carabanchel, que también albergó población reclusa.
En octubre de 2024 el gobierno declaró la Cárcel de Carabanchel Lugar de Memoria Democrática, una figura que no conlleva ningún tipo de protección urbanística y fue pensada para poner de relieve socialmente espacios vinculados a la memoria democrática, la guerra del 36 o la dictadura. Curiosamente, el expediente dejaba fuera el único edificio que sobrevivió al derribo del complejo en 2008.
Luis Suárez-Carreño, antiguo preso de la cárcel, participa de la Plataforma por el Centro de Memoria Cárcel de Carabanchel. La primera vez entró con solo veintiún años acusado de repartir propaganda ilegal. Fue encerrado en otras ocasiones y aún hoy continúa militando en el empeño de que aquello no se olvide. Piensa que los motivos del derribo de Carabanchel trascienden los meramente económicos. “La cárcel se cierra en 1998 y en 2025 aún no se ha movido un ladrillo, como operación financiera para el Estado es ruinosa”. En su opinión, “se quiso borrar la imagen de la cárcel y con ello también un poco nuestra historia”.
Esa operación de desmemoria, explica, está detrás de que conozcamos como CIE de Aluche el Centro de Internamiento de Extranjeros cuando, en realidad, se encuentra administrativamente en Carabanchel. “Para terminar de desligarlo de la memoria de la prisión se instala la comisaría, con unos elementos arquitectónicos muy horteras, de colorines, probablemente para alejarlos de la idea de represión. Como además el edificio es posterior al clásico [se construyó en los años sesenta] y estaba situado en un vértice del complejo, es sencillo hacer que no se identifiquen ambas historias”, explica.
Desde la Plataforma por el Centro de Memoria Cárcel de Carabanchel han planteado que el edificio del antiguo hospital penitenciario ofrece un espacio de oportunidad para establecer in situ un centro de memoria. “Por un lado, se cerraría esa estructura represiva que atenta contra los derechos humanos encerrando a jóvenes que no han cometido ningún delito. Por otro, aunque no es representativo del primer espacio histórico, sí que lo es funcional y simbólicamente, porque allí hubo presas y presos. Tendría sentido que albergara el centro de memoria de la propia cárcel”, dice Suárez, que explica que la ubicación es una opción más. La que más visos de llegar a buen término ha tenido, de hecho, es la de reservar un terreno dentro del propio ámbito de la cárcel derribada, lo que les fue ofrecido verbalmente durante la anterior legislatura, aunque actualmente no se sabe nada de ello.
Nati Camacho es una de las mujeres presas en el módulo que se habilitó en los sótanos del Hospital Penitenciario. Estuvo allí dos meses, después de haber pasado la primera mitad de 1973 en otro espacio habilitado para mujeres en el complejo de Carabanchel, el Hospital Psiquiátrico. “Me gusta llamarlo los Carabancheles, haciendo un símil con lo que entonces eran dos poblaciones. En todo caso, reproducían las mismas terribles condiciones en las que estaban el resto de presos”, explica recordando que pasó los dos periodos de reclusión estando embarazada.
Los recuerdos de Camacho son vívidos y transmiten el sabor amargo de la experiencia detrás de aquellos muros. Cuenta primero las vivencias del primer internamiento: “El centro de detención para mujeres estaba situado en un espacio que nos obligaba a pasar por todas las galerías. Allí estaban todos en el psiquiátrico, en una situación terrible, hasta el punto de no controlar a veces los fluidos. Cuando las mujeres salíamos a comunicar o a ver a los abogados y a las abogadas... era una sensación horrorosa. Mi experiencia hasta la fecha era la de reivindicar, estar en la fábrica, negociar aumentos salariales...para mí fue muy duro”, recuerda.
Aún así, su peor recuerdo data del segundo internamiento, en el edificio del actual CIE. “Porque allí llego embarazada ya de seis meses y salgo diez días antes de que nazca mi hijo”, explica. La situación de aquel sótano, en el que había cerca de una veintena de reclusas con sus niños, le impresionó mucho.
“Solo se salía al patio una hora, tanto las madres como sus hijos, algunos de los cuales habían nacido en la cárcel. El rancho era ínfimo y aquellas mujeres no tenían dinero para alimentarlos con algo de fruta u otro extra. Aunque ya me habían detenido en cinco o seis ocasiones, y era muy consciente de vivir bajo una dictadura, la situación con la que me encontré era tremenda. Los hombres -los políticos- ya habían conseguido organizarse comunitariamente, vivían una resistencia organizada, algo que con las presas comunes no sucedía”.
Rememora los peores momentos en aquella prisión. “El hospital penitenciario estaba guardado, como el resto de la cárcel, por la Guardia Civil, que estaba situada en unos muretes exteriores. Las reclusas que se ponían de parto tenían que gritar suficientemente para que lo escucharan y llamaran a las funcionarias, que estaban en el interior de la prisión y reaccionaban cuando les parecía. Eran falangistas, de la Sección Femenina. El resto de presas estábamos en nuestras celdas, encerradas, con lo cual si se producía un parto la situación era tremenda, con todas aporreando las puertas y dando gritos. Imposible tener peores recuerdos”.
Camacho piensa que el derribo de la cárcel fue “una traición a la historia” pero cree que el Centro de Memoria de la Cárcel de Carabanchel es un proyecto viable. “El espacio es muy grande, son 17 hectáreas. Hay espacio para todo, para un hospital, para viviendas sociales, para usos comunitarios y para un centro de memoria también. Yo creo que estamos todavía en el tiempo de poder rescatar ese deshonor con la democracia ”, afirma con optimismo.
Tiene también pensamientos para el actual CIE. “Es completamente inhumano”, dice, y contempla el espacio como una de las posibilidades para encarnar el espacio de memoria. “Es que ahí estuvimos, yo puedo contar exactamente las escaleras que tenía que bajar para salir a un sótano, y luego a otras escaleritas que me sacaban al patio... Osea, que sí, también tiene un valor para recuperar la memoria”.
La poco conocida historia del complejo penitenciario por excelencia de la dictadura ha sido contada este año por Luis A. Casero en Carabanchel. La estrella de la muerte del franquismo. El libro nació de un encargo de La Comuna, presxs del franquismo y la propia Plataforma por un Centro de la Paz y la Memoria en la antigua cárcel. En 2018 la activista afroamericana Angela Davis visitó el CIE de Aluche invitada por la Asociación de Mujeres de Guatemala (AMG) y denunció la situación de privación de libertad en que se encontraban aquellas personas migrantes. Una situación que recordaba, con razón, a las protestas internacionales durante el franquismo por la situación de los presos políticos españoles. La memoria de los presos de Carabanchel no cayó con la demolición de la Prisión Provincial de Madrid durante el ejecutivo de Zapatero, existe en la voz de quienes estuvieron allí encerrados; y de aquellos que, aún hoy, lo están en el Centro de Internamiento para Extranjeros.