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Aprovechando la celebración del Mundial de Rusia lanzamos este blog para contar las historias más curiosas o desconocidas de los mundiales: política, literatura, algún test de conocimientos, economía y algo de fútbol.

La batalla de Santiago: el germen de las tarjetas amarillas

La batalla de Santiago

Óscar Abou-Kassem / Paco López

Las imágenes de lo ocurrido en Santiago de Chile aquel 2 de junio de 1962 tardaron dos días en llegar a Gran Bretaña. Antes de emitir el resumen del partido el presentador de la BBC, David Coleman, hizo una introducción antológica: “Buenas noches. El partido que están a punto de ver es la exhibición de fútbol más estúpida, espantosa, repugnante y vergonzosa de la historia del deporte rey. Es la primera vez que estos países se enfrentan y esperamos que sea la última. El lema nacional de Chile es ”Por Razón o Por la Fuerza“. Hoy, los chilenos no estaban preparados para ser razonables, los italianos sólo usaron la fuerza y el resultado ha sido desastroso para el Mundial. Para que la Copa Mundial sobreviva en su forma actual, hay que hacer algo con los equipos que juegan así. De hecho, después de ver la película esta noche, pueden pensar que los equipos que juegan de esta manera deberían ser expulsados inmediatamente de la competición”.

La presentación de Coleman no defraudó. Se trató de un espectáculo dantesco. El partido se había calentado en los días previos. Chile había sufrido un grave terremoto dos años antes que había provocado grandes destrozos y que había llegado a amenazar la celebración del campeonato. Unos periodistas italianos de La Nazione y Corriere della Será habían escrito unas crónicas durante su paso por Chile por el Mundial en el que describían un país es un estado lamentable: “Los teléfonos no funcionan, los taxis son tan raros como los maridos fieles, un cable a Europa cuesta un ojo de la cara y una carta tarda cinco días en llegar”. Definieron a la población local como propensa a la “desnutrición, el analfabetismo, el alcoholismo y la pobreza”. No habían ido a hacer amigos.  

“Santiago es terrible”, escribió Corrado Pizzinelli en La Nazione. “Barrios enteros se dedican a la prostitución”. Los periodistas implicados se vieron obligados a huir del país, mientras que un escritor argentino confundido con uno de ellos en un bar de Santiago fue golpeado y hospitalizado. La prensa chilena recogió los textos y los utilizó para caldear a su afición y jugadores. La tensión se trasladó rápidamente al campo. 

El partido arrancó con los chilenos escupiendo en las caras de los italianos. Les empujaron, y agredieron y provocaron, pero cuando los italianos tomaron represalias fueron ellos los castigados. En este punto conviene recordar que las tarjetas amarillas no existía. Sólo si alguien hacía algo muy grave era directamente expulsado. Ese día, Ken Aston, el árbitro inglés responsable de aquel partido aprendió que el fútbol necesitaba algo más que las expulsiones para controlarse a sí mismo. 

La primera falta se cometió a los 12 segundos, y la primera expulsión a los cuatro minutos. Giorgio Ferrini, el italiano implicado, se negó a abandonar el campo y el juego fue detenido durante 10 minutos hasta que policías armados lo llevaron a los vestuarios. “El terreno de juego se convirtió rápidamente en un campo de batalla, ya que los jugadores olvidaron el balón y se concentraron en patear al adversario más cercano”, escribió el Mirror. Leonel Sánchez, hijo de un boxeador profesional, le rompió la nariz al capitán italiano Humberto Maschio con un gancho de izquierda. No fue expulsado, y luego le dio otro golpe al lateral derecho italiano Mario David, que sí fue expulsado cuando devolvió el golpe. El propio Sánchez lanzó el tiro libre con el que Jaime Ramírez  adelantó a Chile a los 73 minutos, contra nueve hombres. Jorge Toro marcó el segundo poco antes del final del partido.

Retorciendo el reglamento

Toda esa violencia era algo que ya se había estado trasladando al césped como una estrategia. El fútbol estaba cambiando hacía un estilo de juego en el que los equipos violentos se aprovechaban de un reglamento que no había evolucionado a la misma velocidad que las tácticas más cicateras. 

Los ocho partidos jugados durante los dos primeros días del torneo incluyeron cuatro tarjetas rojas, tres piernas rotas, un tobillo fracturado y algunas costillas rotas. El primer partido del grupo de Inglaterra, entre Argentina y Bulgaria, fue ganado por los sudamericanos gracias a lo que se describió en la prensa como una exhibición de “marrullería, zancadillas, empujones y otros trucos sucios”. El árbitro español Juan Gardeazabal pitó 69 faltas a razón de una cada 78 segundos. Argentina había marcado a los 4 minutos y decidió que ya no se iba a jugar más. El 1-0 se mantuvo hasta el final.

Cuatro años más tarde Aston presenció, ya como Presidente del Comité de Árbitros, otro violento partido entre Inglaterra y Argentina en el Mundial de 1966. Poco después, durante un paseo por Londres, Aston tuvo una epifanía arbitral. Vio cómo un semáforo cambiaba de ámbar a rojo. Y, en ese preciso momento, nació la idea de las tarjetas rojas y amarillas, que se implantaron cuatro años después en el Mundial de México 70.

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