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Sobre este blog

'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.

Memento Mori

Consejos para cuidar tu vista en verano.

Juan de Dios García

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He visto publicar o compartir cada media hora en muros virtuales de cientos de escritores espumarajos políticos de mala digestión, apostillando sin cesar «¡Qué asco de ciudad en la que vivo, mierda de región, de país, de continente, de mundo entero, el ser humano es basura, tiene más sentimientos el caracol australiano!», hasta que alguno de ellos ha sido invitado a un centro cultural o educativo, a un club de lectura, a un recital, a una feria del libro o a un festival y ha dejado constancia de que la podredumbre humanista de este mundo se ha interrumpido durante las horas en que su obra ha sido atendida, aplaudida, y su pene o su vulva felicitada.

He consolado a más de un escritor por tener muchos reparos para incluir un texto suyo de “tendencia marxista” en su próximo libro solamente por miedo a que el buenísimo e inteligentísimo grupo de escritores sociales de su ciudad puedan reprocharle que «él no es un poeta comprometido».

He visto a autores de novela negra, histórica, rosa o amarilla que elevan al cubo la autopromoción de su obra republicando en su muro de Facebook el enlace que ha compartido no-sé-quién sobre un retuit instagramado por la-madre-que-lo-trajo-al-mundo, que a su vez te etiqueta y te reetiqueta sin descanso, sin orden y sin compasión alguna, no siendo consciente de que, a la larga, provoca un efecto totalmente contrario a la promoción.

He leído poemarios y libros de relatos de editoriales tan independientes que no han querido depender de un corrector ortográfico y han conseguido una media de treinta errores gramaticales cada quince páginas.

Al igual que los gallinas republicanos aprovechados que se colocaban en primera fila a dar la bienvenida y vitorear a las autoridades franquistas conforme estas iban ganando terreno en la guerra civil española, he sufrido a ciertos lectores que daban la brasa a toda su cuadrilla en los años 90 con la grandeza de la obra de Luis García Montero o Paul Auster, y he sufrido a esos mismos lectores escupir años después sobre la misma obra del mismo autor en cuanto las tendencias del “lectorado oficial” daban la vuelta.

Han llegado a mi bandeja de entrada voces de críticos reseñando la última novela de su primo de Retuerta del Bullaque o Villanueva del Trabuco, calificándolo como el Don DeLillo español, el Foster Wallace español y, si hace falta tirar la casa por la ventana, el Homero español.

He contemplado a los narradores más modernos despedirse para siempre magistral y apocalípticamente de sus seguidores en una red social «cansados de tanta estulticia entre sus usuarios» y volver en menos de cinco meses —coincidiendo, ¡oh, sorpresa!, con una nueva publicación— sin que se les caiga la cara de vergüenza; creyendo, además, que ese episodio de infantilismo no va a pasar factura a su credibilidad moral e intelectual.

Iniciada la crisis del ladrillo y sus consecuencias en el campo cultural, he escuchado el grito político de no pocos escritorzuelos —activistas de postal, ciberactivistas, sobre todo— cuya condición profesional durante los años de la burbuja económica era rastrear, entre logos de gaviota azul, cualquier tipo de subvención literaria municipal, regional o nacional con más rapidez y argucia que Paco “el bajo” de Los santos inocentes.

He anotado en una lista kilométrica más epígonos de Bukowski que perros descalzos en los últimos treinta años por cada provincia española.

He visto cómo los escritores vivos, casi todos, nos arrebatamos la simpatía con nuestros protocolos ridículos de petulancia, nuestros navajazos, nuestra broma envenenada y nuestro maltrato, hiriendo placenteramente. Y no sólo hablo de estructura o sistema depravados, ojo. Hablo de traición personalizada, de trauma putrefacto en forma de vanidad y de individualismo atroz.

He conocido, en fin, a un buen número de grises e insignificantes escritores exhibir un ego más alto que el Burj Khalifa de Dubái, a escritores que ni se esfuerzan ya por esconder su cartel de “hazme más favores, que más me merezco”.

Sí, amigos. He visto todo eso y muchísimo más. Y la mayoría de los que leáis este artículo también lo habéis visto.

Quizás, como anunció el violento e inestable Roy Batty en su último acto de reflexión, sea hora de morir.

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