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Incansable Antonio

No sé bien cómo despedirme de ti. Fíjate que otras veces me salen las palabras a chorros por los dedos, pero hoy no. Hoy, 2 de enero, solo soy capaz de moverme con lentitud, observar la pantalla sin apenas parpadear y volver a moverme con lentitud. Estoy, como tantos otros que te conocieron, te admiraron y fueron testigos de tus luchas -en solitario, las más de las veces- en estado de shock.

Compartí contigo millones de momentos durante ocho años y en todo ese tiempo no percibí, por tu parte, un gesto feo o una frase a destiempo. A veces me llamabas “compañera” y yo sonreía porque en realidad eras el jefe y yo la periodista de esa casa del pobre, que diría Cayo Lara, en la que se respiraba decencia, cariño y respeto.

Incansable Antonio...siempre de arriba a abajo, soportando los envites de una política que desbordaba a cualquiera en una región poco proclive a aplaudir ideas como las tuyas. Y aún ante aquella adversidad te movías con una precisión milimétrica alemana, vistiendo una sonrisa, por los pasillos de la Asamblea, pensando en titulares para las ruedas de prensa de presupuestos; o en la tribuna, defendiendo con la misma empatía unas cuentas más justas y solidarias para la clase trabajadora y la recuperación de la Bahía de Portmán o la cobertura de la luz y el agua a las familias más desfavorecidas.

Recuerdo aquellas comidas en los Techos Bajos junto a Javi y Victoria; aquellos desayunos rápidos antes de entrar al Pleno; tus sandalias de cuero, que siempre me hicieron gracia aunque nunca te lo dije; el cariño con el que me trataban María Jesús y María, tu pequeña, tan despierta como mimosa. Esas fotos que nunca salían, los recuerdos de tu padre y tu madre, tus lecciones de filosofía y las preciosas palabras de aquel agosto de 2014.

Tantos momentos compartidos que guardaré siempre como oro en paño. Gracias por tanto, Antonio. Tus luchas, como tu memoria, siguen vivas.