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Incendios

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Este verano, una parte de la Península Ibérica ha sido asolada por incendios. Las llamas se han cebado con Galicia, Castilla y León y Extremadura sin olvidar nuestro vecino Portugal. El fuego ha arrasado cientos de miles de hectáreas, pese a que los incendios son menos de la mitad de los de 2022, un año muy significativo en el impacto del fuego. Una primera reflexión es expresar la solidaridad y empatía con los que han luchado contra los incendios, a veces con la pérdida de vidas, y quienes han perdido sus bienes. Compartir la consternación de la ciudadanía de muchas localidades que han visto cómo el avance de las llamas ha dañado y puesto en riesgo vidas, montes, animales, cultivos, viviendas e infraestructuras.

En nuestra región, parecía que nos habíamos librado, pero no. En agosto se produjeron incendios en Cieza, en la sierra del Almorchón, en Abarán en la Sierra del Oro, en Ricote el de Umbría; entre Moratalla y Caravaca en la Sierra de la Puerta, así como en Cartagena en las cuestas del Cedacero. Estos incendios son de una magnitud mínima si los comparamos con los anteriores, lo que no excluye que las instituciones y la sociedad civil debiéramos estar alerta ante los riesgos.

La prevención de incendios necesita adaptarse a las características y necesidades específicas de cada territorio, y realizarse con criterios de conservación de la biodiversidad, mitigación y adaptación al cambio climático. En zonas cercanas a núcleos de población, infraestructuras críticas o puntos estratégicos, será necesario aplicar una gestión más intensa, que reduzca la carga de biomasa y facilite el acceso, aumentando la capacidad de extinción.

La gestión de espacios debe centrarse en el fomento de un mosaico agroforestal que combine espacios abiertos y áreas arboladas, contribuyendo a generar paisajes más resilientes al fuego. Deben limitarse las extensiones de las plantaciones forestales, también de pináceas, y favorecer la diversidad y la discontinuidad de las masas forestales, para tratar de contener la rápida propagación de grandes incendios.

Se han producido avances técnicos de las administraciones sobre la actuación temprana en extinción, pero la dotación de medios de vigilancia y pronto ataque es insuficiente. Se deben dotar de medios suficientes y condiciones de trabajo dignas a los equipos de extinción. Los sindicatos de profesionales denuncian la falta de previsión, las jornadas maratonianas, la ausencia de bolsas de empleo y la insuficiente formación.

La partida de los presupuestos regionales destinada a la vigilancia y a la extinción de incendios de 2025 ha tenido un recorte de más de 800.000 euros, al pasar de los 16,7 millones de euros de 2024 a 15,9 millones para este año. En nuestra región, la masa forestal repoblada, artificialmente, es uno de los puntos débiles frente a la proliferación de los incendios. Muchas zonas donde se han plantado pinos en densidades muy altas provocan un desequilibrio en el ecosistema, al haber más árboles de los que puede soportar un territorio especifico. El cambio climático, los efectos de la sequía, las tormentas eléctricas y una falta de gestión eficaz, con restos de podas abandonadas y pinos secos, convierten a buena parte de nuestros montes en un escenario perfecto para que se desaten incendios forestales. Es necesario también que los ayuntamientos identifiquen, en un plan, las zonas de riesgo de incendios en los municipios para actuar con medidas preventivas.

Nuestros ecosistemas no son un conjunto de árboles y arbustos; son sistemas vitales que regulan el clima, protegen los suelos de la erosión, mitigan inundaciones y albergan una biodiversidad única. Cada hectárea arrasada por incendios supone la destrucción de un patrimonio natural que tarda décadas en recuperarse.

La ausencia de especies animales es otro de los problemas. La cabaña ganadera extensiva (cabras, ovejas), así como la fauna herbívora, ayudan con su actividad a mantener en buen estado los bosques. Con su alimentación, reducen la cantidad de combustible vegetal y contribuyen a crear discontinuidades de hierba en el paisaje que pueden ser pequeños cortafuegos.

Gestionar el territorio con criterios de conservación para aumentar la resiliencia a los incendios es una tarea necesaria, más aún en el contexto de cambio climático que genera las condiciones para que los incendios sean más frecuentes y violentos. La lucha contra el fuego es tarea de todo el año no solo durante los meses de verano.