En estos días en los que unos sesudos y doctos señores solamente nos hablan de la pandemia con todas sus posibles problemáticas. Desde sus foros nos bombardean con datos y proyecciones de futuro tan acertadas como en su día lo fueron en crisis anteriores.
Se leen y escuchan sabias palabras de solidaridad que nos dicen que hay que despedir para rentabilizar. Así pues me hace pensar que los números económicos están ganando la batalla a los números sanitarios.
Me cuesta mucho comprender que las vidas tengan un valor económico sometido a los vaivenes de los mercados. No puedo concebir que, v.gr., sea más importante el beneficio de una churrería que la vida de los churreros.
Cuando nos dicen qué es lo que debemos hacer para evitar el contagio de la enfermedad COVID-19 no creo que se refieran a quienes no tienen ni siquiera un techo donde refugiarse. Es muy habitual referirse a los más desfavorecidos y evitar mostrar sus situaciones vitales.
Me pregunto si en las noches de helor temen más al frío que al intruso que en cualquier momento puede aparecer y destrozar lo poco que poseen
Me pregunto si es válido tener un lugar confortable donde vivir, una comida aceptable y una ducha libre de miradas.
Me pregunto si alguno de nuestros dirigentes, y me refiero a todos aquellos que ostentan cargos en las instituciones, se plantean con seriedad y rigor la terrible realidad en la que viven miles de convecinos. ¿Acaso alguno de ellos sería capaz de soportar, él y sus familiares, esa situación?
En estos recientes días navideños, tan proclives a la sensiblería y a la solidaridad enlatada, vayas por donde vayas no se dejan de ver anuncios ñoños repletos de lujos y fruslerías. Se escuchan a los alcaldes y concejales hablar de las ilusiones de los niños fundamentadas en cabalgatas subvencionadas por marcas comerciales.
Se aumenta la inversión en publicidad para que acreciente el consumo y, mientras tanto, los índices de pobreza aumentan día a día y se nos avisa, no vaya a ser que aún no nos hubiéramos enterado, que la situación va a empeorar aún más y que la conjunción pandemia y paro va a llegar a ser una verdadera catástrofe.
Mientras tanto hay que soportar diariamente a 'banderilleros' de poca monta y menos fuste lanzar sus proclamas de super-raza y pureza religiosa. A estos nadie les tose (dicen las encuestas que en un par de años van a ser los amos) y son celebrados con verdadera sumisión.
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