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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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Rusofobia

Una mujer espera un tren que intenta salir de Kyiv, Ucrania.

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Rusia está sometida a una tiranía. Aunque formalmente su gobierno esté constituido como una república, una única persona, el presidente y ex-agente de la KGB Vladimir Putin dirige el poder político. Desde el punto de vista económico, unos pocos “oligarcas” poseen la mayor parte de la riqueza del país. Es posible ver al pueblo ruso como un colectivo impotente formado por víctimas de la situación, sin responsabilidad sobre ella.

Aristóteles consideraba que sólo en la polis griega, en un estado en el que los ciudadanos pueden desarrollar su dimensión política y ser corresponsables de su funcionamiento colectivo, es posible ser humano. Según el filósofo, los esclavos y los súbditos de pueblos bárbaros, sin derechos políticos, están reducidos a un estatus subhumano.

Desde otra perspectiva, la filosofía de la Ilustración considera que toda persona es plenamente humana y responsable, independientemente de sus circunstancias. La Declaración de Independencia de los Estados Unidos, de inspiración ilustrada, considera que hay unos principios morales y jurídicos fundamentales que sostienen la dignidad del ciudadano y del ser humano, y “que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios”. 

Si todo derecho conlleva una responsabilidad, las víctimas de las tiranías tienen el deber de cambiar sus gobiernos y de asumir las consecuencias de las acciones de éstos, como los españoles tenemos que asumir la deuda pública galopante que nos han ido construyendo sucesivos gobiernos.

Rusia ha invadido Ucrania en un ejercicio de agresión transnacional insólito desde la II Guerra Mundial (salvo alguna excepción como la invasión de Kuwait). Occidente, tras algunos titubeos, ha definido su respuesta. No contestará militarmente salvo que Rusia ataque directamente a países de la OTAN. Al parecer la sangre de los ucranianos es menos valiosa que la de los ciudadanos de la Alianza Atlántica. Sin embargo, como la sangre ucraniana sí es más valiosa que la de, por ejemplo, los sirios, Occidente se ha embarcado en una confrontación económica y política con Rusia.

Esta confrontación supone bloqueos comerciales tanto al estado como a empresas rusas, embargos a ciudadanos rusos e, incluso, la descalificación de deportistas y equipos rusos en distintas competiciones internacionales. Estas medidas provocan un importante sufrimiento a personas “inocentes”, que no han participado en la decisión de invadir Ucrania, sólo por el hecho de tener la nacionalidad rusa, lo que ha provocado la acusación de “rusofobia” a estados e instituciones occidentales.

En toda guerra, aunque sea económica, existen “daños colaterales”, víctimas inocentes pilladas casualmente en el fuego cruzado. En este caso creo que se trata de algo diferente, dado que se ha convertido específicamente en “objetivos” a ciudadanos rusos no combatientes.

La cuestión es que, desde un punto de vista sistémico, los “individuos” no son tales, sino miembros de un engranaje que mueve toda la maquinaria económica y política. Así, simplemente por existir, un ciudadano contribuye a la economía de su país pagando impuestos, o a su prestigio con triunfos deportivos, o a su estabilidad política no alzándose en una revolución.

La guerra moderna ha sido calificada como “guerra total” porque no se libra sólo contra el ejército enemigo (en ocasiones como ésta, ni siquiera se dirige contra él), sino contra su economía y los ciudadanos que la sostienen.

¿Son los ciudadanos rusos responsables de la invasión que Putin ha lanzado contra Ucrania? Aristóteles daría una respuesta, los “padres de la patria” americanos darían la contraria. Responsables o no, están situados en contra de la iniciativa de Occidente de detener la agresión, al margen de sus características étnicas, la lengua que hablen e, incluso, de sus convicciones políticas y su apoyo o rechazo a la guerra.

El término “rusofobia” hace referencia a una actitud racista por parte de Occidente, al rechazo a todo lo ruso por considerar que su “esencia”, aparte de existir, es maligna (o en otras versiones, inferior a los estándares de razas más evolucionadas). Creo que en la situación actual el término no está justificado, que el problema no es de racismo sino de que en un enfrentamiento entre sistemas el valor intrínseco de los individuos queda negado. Esto es válido tanto para los rusos, como para los ucranianos, el resto de los europeos o los americanos.  Resulta monstruoso, pero no es “rusofobia”.

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