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Le Mans '66: una historia de nombres propios

Le Mans 66

Cristian Ruiz

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Una de las cosas que diferencian las carreras de motor de cualquier otro deporte es su complejidad como disciplina. En ella se combinan dos elementos. En primer lugar, la parte deportiva: personas conduciendo máquinas a más de 300 kilómetros por hora para ver quién es el primero en cruzar la meta. Por otro lado, está la gran parte empresarial, el negocio que hay detrás de todo eso y que ve en los pilotos, carreras y victorias, un gran escaparate para su marca la antesala de un posible aumento de las ventas.

Le Mans 66 combina con cierto éxito ambos aspectos. En su caso -tal y como indica su propio título-, la película establece este escaparate comercial en el legendario circuito de resistencia de Le Mans. Sin embargo, la película también nos cuenta como el enfrentamiento en los circuitos no es otra cosa que el desenlace de la historia de rivalidad empresariales entre Ford y Ferrari. Motivada por recuperar la notoriedad que la marca tuvo fundacionalmente, Ford tantea la compra de la por entonces reina de Le Mans, Ferrari; pero en un cómplice movimiento empresarial, esta acaba vendiéndose a Fiat. Esto enfada a la directiva de Ford, que decide vengarse invirtiendo cantidades ingentes de dinero y esfuerzo en la creación de un coche de carreras, cuya fabricación le fue encargada al excampeón de Le Mans y constructor Carroll Shelby (Matt Damon).

Shelby, nuestro protagonista, no duda en contar con su hábil y polémico piloto titular, Ken Miles (Christian Bale) para tal hazaña. Como si de ambas personalidades de una misma persona fueran, la película hace de la complicidad entre estos dos personajes el mayor atractivo para su visionado. De hecho, es en la humanidad del personaje de Miles y la tierna relación que mantiene con su familia -especialmente con su esposa Mollie (Caitriona Balfe)- donde la película encuentra su mayor virtud.

Sin embargo, aunque quizás no sean estas las partes más destacables, Le Mans ’66 tiene todo lo que cabría de esperar de una película de carreras automovilísticas. Tras una primera parte algo más pausada, la película experimenta un in crescendo conforme avanza su metraje. En el circuito, los coches aceleran hasta en las curvas, los neumáticos chirrían solo por existir y los cuentarrevoluciones solo se muestran cuando están en rojo; pero lo que de verdad hace vibrar al espectador es el diseño de sonido, cuya perfección hace del espectador común un especialista capaz de distinguir, solo por el sonido de su motor, un Ford de un Ferrari.

Le Mans ’66 es una buena película de carreras y de rivalidad entre dos marcas legendarias; pero acaricia la calidad cuando sabe a biopic. Al igual que con Rush, se trata de un innegable ejercicio de Estados Unidos de mitificación de su propia historia. Lo hizo años atrás con el western, lo hizo con la Segunda Guerra Mundial, y ahora, con el motor. Quizá eso sea lo que ha impedido que la película lleve el título original de sus protagonistas, Ken Miles y Carroll Shelby, y no el de una empresa.

3/5.

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