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Sobre este blog

Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Sobre los carriles-bici

Carril bici en Franchy Roca, Las Palmas de Gran Canaria

Marcos Pereda

Hace unas semanas estuve hablando aquí mismo de seguridad vial, y más concretamente de la convivencia entre bicicletas y vehículos a motor en carretera. Esa que debe de estar basada (como todo, vamos) en un respeto mutuo que, creo, se está perdiendo poco a poco. Lo hice al hilo del monopolio informativo que durante varias jornadas tuvieron los atropellos a ciclistas, y que desataron una psicosis alarmista poco acorde con la realidad. Por cierto, ¿se han fijado que ya no atropellan bicis en las noticias de la televisión? Modas…

En aquel momento dejé esbozada la idea para una segunda reflexión, basada en los carriles-bici, su idoneidad, su misma naturaleza. Y es algo que, parece, interesa, porque varias personas (lo de miles de fanes lo dejamos para otros lares) me han indicado que ahonde en el tema. Así que, sumiso y obediente, lo hago. Y dejo claro, desde el principio, que si cuando hablaba de los atropellos lo hacía basándome en datos oficiales además de en mi propia experiencia (es decir, intentaba proporcionar una idea objetiva-subjetiva sobre el asunto) aquí únicamente voy a emitir una opinión. Y, por lo tanto, nadie debe estar de acuerdo con ella, ni siquiera respetarla, porque las demás son tan válidas como la mía. Pero ahora escribo yo, así que allá va.

A mí no me gustan los carriles-bici. Y no me gustan por diversas razones, que voy a exponer más abajo. Pero es que, además, uno de los problemas viene cuando llamamos carril-bici a algo que no lo es. Lo que sucede con mucha frecuencia aquí, solo hay que darse una vuelta por Santander, poniendo un ejemplo cercano. Un carril bici no es una acera pintada de diferente color (hay que ser muy necio para pensar que la pintura roja puede transformar, por arte de birbirloque, un espacio en otro completamente diferente, espantando con sus efectos mágicos a coches y peatones), como tampoco lo es una cuneta pintada de otro color (quiero decir, si la bici tiene que ir por la cuneta per se, ¿qué diferencia hay entre la misma cuneta y el carril bici?).

Huelga decir que el carril-bici es un sitio para bicis y no para patinadores, perros, niños, pelotas, pijos con jersey al hombro y gomina, encorbatados, familias numerosas o veraneantes ocasionales. Así las cosas, si pensamos que el carril-bici debe de estar segregado de la acera y de la vía, separado con alguna medida de seguridad (no con andas sonoras, que no detienen al automóvil que invade el espacio de la bicicleta…), asfaltado y con comunicación directa a otros espacios donde puedan rodar las bicicletas (es decir, que no acaben en mitad de la nada o desemboquen en una autopista)… si tenemos todo eso en cuenta… pues veremos que aquí carriles-bici, lo que se dice carriles-bici…no hay. Así que la reflexión siguiente va a estar sostenida en las nubes, en el aire… porque carecemos de un ejemplo concreto.

Pero como somos así de salerosos, haremos como si hubiese, y argumentaremos de esa forma. Así que, primera idea, soy contrario a los carriles-bici. Con muy pocas excepciones, como la existencia de estas vías alternativas para salir de grandes ciudades solo accesibles mediante autovías o autopistas (que también habrá que pensar qué tipo de concepto de ciudad se vende cuando solo se puede acceder mediante carreteras mastodónticas). En esos casos, justificados, sí son de utilidad. Imprescindibles, incluso. Como también lo pueden ser los que están bien hechos, segregados con respecto a la carretera, y componen una “vía de servicio” exclusiva para bicicletas paralela a otras sendas con mucho tránsito. De estas he visto hace poco fotografías que sacó Ander Izaguirre (un muy buen escritor que a veces emborrona cuartillas sobre ciclismo) en un reciente viaje al norte de Italia. Pero, ya les digo, son excepciones.

Si no me gustan los carriles-bici es porque ya existen lugares donde pedalear. Se llaman carreteras y las bicicletas han circulado por ellas desde hace siglo y medio. Sí, también por las ciudades, o donde hay mucho tráfico. Si al coche le molesta que el ciclista vaya a una velocidad inferior a la suya es culpa del conductor, y no de quien pedalea tranquilamente allí por donde siempre lo hizo. Respeto, ya les digo. Y un poco de empoderamiento, que es palabra muy usada en otras (importantes) reivindicaciones, y que quizás deberíamos empezar a hacer nuestra también.

Porque llevar las bicis al carril-bici es segregarlas del lugar que naturalmente ocupan. Y lo de segregar algo por su propio bien, separarlo del espacio que siempre había usado solo porque es “mejor para todos” y así “estarás más contento” tiene un tufillo que no me agrada nada. No les quiero contar si además lo que hacemos es trasladar las bicis a las aceras, donde se reproduce el problema anterior, solo que con los peatones caminando despacio y los velocípedos circulando más deprisa. Con el consiguiente mosqueo de unos y otros. Totalmente normal, en este caso, porque las bicicletas no deben ir por ahí, ya tienen su lugar.

Vuelvo a una comparación que hice en el anterior artículo… nadie se imagina un tractor obligado a ir por la acera, ¿verdad? Como mucho existirán caminos rurales propios… Si a eso le sumamos perros, niños circulando a baja velocidad y sin el adecuado equilibrio sobre la bici (porque están aprendiendo, que es algo que todos lo hemos hecho), padres histéricos (de estos hay cada vez más, y más molestos), piedras, baches, matorrales… bueno, es una gymkana. Una que, en lugar de diversión, garantiza un cierto peligro. Bastante, en ocasiones.

Más pegas de los carriles-bici… dificultan el aprendizaje. A no ser que usted sea un urbanita acérrimo y jamás vaya a salir de las lindes de su ciudad (en Cantabria hay unos cuantos de estos) tarde o temprano tendrá que abandonar la falsa seguridad de su carril-bici y compartir vía con automóviles y motos. Y entonces no sabrá qué hacer. O, peor aun, se aterrorizará, tomará las rotondas acojonado, creará el caos. Porque en un carril-bici se desatiende todo lo que tiene que ver con las normas viales, con la adecuada convivencia dentro de una carretera, con los códigos (escritos y no escritos) del respeto mutuo. Eso que se aprende poco a poco hasta conseguir controlar el miedo, prever las reacciones de los demás, actuar con eficacia en poco espacio y tiempo. Eso que es imposible lograr si solamente transitamos por los carriles-bici. Por cierto, ocurre lo mismo con los coches, que se acostumbran a ver que las bicis van por las aceras (ejem) y cuando una está circulando por la calzada se dejan llevar por sus demonios internos pensando que hace lo que no puede hacer. Tengo varias anécdotas sobre la situación, muy graciosas. O no, en realidad están llenas de hijos de puta. Pero para otro día quedan…

Que, además (ojo a la paradoja) resulta que estos espacios ciclistas están pensados para los coches y no para las bicis. Porque cada vez que un carril-bici tiene un cruce con una carretera siempre, indefectiblemente, la preferencia es del automóvil. Lo cual crea situaciones potencialmente peligrosas en casos de giro a la derecha del turismo, por ejemplo. ¿Han probado a frenar en seco una bicicleta que circula a, digamos, 30 kilómetros por hora? No es tan fácil, no es nada seguro. Pero así están dispuestas las cosas. Mal. Ya si ustedes son unos hipsters con ínfulas que llevan una bici fixie sin tener ni idea de usarlas con eficacia (que es algo extremadamente complicado de aprender, que lleva tiempo, caídas y muchos sustos) entonces el peligro se va a multiplicar. Pero en ese caso parte de la culpa es suya. Por ser tan idiota. Hágase cargo.

Sé que en muchos lugares de Europa los carriles-bici están muy extendidos. Aunque quizá muchos desconozcan la tendencia a eliminarlos, entendidos tal y como los hemos descrito más arriba, y a sustituirlos por otros segregados (de peatones y vehículos). Pero esa no es la discusión. La cosa es que querer equipararnos con Holanda o Dinamarca así de primeras (lugares donde la cultura de la bici está muy extendida, con todas las consecuencias que ello acarrea) es peligroso. Ojo, que no todo es jolgorio por allí arriba: en Suecia hay un movimiento muy extendido de conductores que arrollan deliberadamente a ciclistas para quejarse por la lentitud que supone su presencia en las carreteras. Lo juro, busquen noticias. Vamos, que a veces nos quedamos solo con lo bueno.

Lo que quiero decir es que proponer que el carril-bici es la solución al problema circulatorio entre bicis y coches parte de dos falacias. La primera es la propia existencia de tal problema, que no es tal, sino una convivencia ancestral que debe ser respetada por ambas partes. La segunda es el pensar (cuidado, porque esta idea es muy nuestra) que trasladar el problema a otro sitio es eliminarlo, sin tener en cuenta que, quizá, lo que provocamos es su duplicidad. Lo que hemos hecho en este caso, a veces al amparo de modas más o menos superfluas que durarán unos años. Y eso es un error. Porque las bicis tienen ya un lugar por donde circular. Se llama carretera, y, paradójicamente, lleva allí menos años que las propias bicicletas.

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