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Sobre este blog

Contrapunto es el blog de opinión de eldiario.es/navarra. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de la sociedad navarra. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continua transformación.

Soy una app, ¿cómo quieres que te espíe?

Vladimir Putin, presidente de Rusia, donde está la sede legal de la empresa desarrolladora de Faceapp. En su política de privacidad, la app dice que podrá compartir datos personales de sus usuarios con otras compañías de su grupo empresarial.

Eva Rodríguez de Luis

El último 'escándalo' tecnológico tiene nombre propio: Face App, una aplicación de edición fotográfica que aplicando filtros y efectos muestra, entre otras opciones, cómo sería nuestro rostro de ancianos. Un pretexto tan bueno como cualquier otro para facilitar una fotografía. Segundos después, nuestra curiosidad queda saciada: una fotografía con idéntica postura, pero con una cara arrugada y repleta de marcas de expresión que a muchos nos recordaba a alguno de nuestros progenitores. A partir de aquí, se pierde la pista de por dónde ha pasado el archivo de origen. Y es que si echamos un vistazo a sus condiciones de uso – eso que todo el mundo acepta sin leer – descubriremos un texto opaco en lo que respecta al uso y destino de la información proporcionada.

Muchos se llevan las manos a la cabeza, ¿dónde irán mis datos? Un senador estadounidense llega a pedir al FBI que investigue la aplicación por su origen ruso.

Yaroslav Goncahrov, CEO y fundador de Face App, sale a dar explicaciones. En ese momento tengo un déjà vu.

Según sus declaraciones, no venden ni comparten los datos de los usuarios con terceros salvo algunas excepciones y, al trabajar con las nubes de Google y Amazon — occidentales —, esos datos no van a Rusia. ¿Y para borrar los datos de usuario? Es posible, mediante un rudimentario procedimiento que implica acudir al soporte.

La noticia aparece en los primeros minutos del telediario, pero en cuanto los focos apuntan para otro lado, la preocupación se difumina. Lo vimos hace meses con Mark Zuckerberg, pero fueron pocos los que dejaron de usar Facebook. Peor aún: probablemente muchos de nosotros no sepamos darnos de baja de su entramado de redes sociales y mucho menos solicitar el borrado de nuestros datos personales.

Más allá del anzuelo en forma de curiosa morbosidad por conocer cómo será nuestra decrepitud, Face App es una app que desde su nacimiento en 2017 había existido en el limbo mediático hasta ahora, convirtiéndose en poco menos que una amenaza nacional. La viralidad en los medios obedece a puntos de partida diferentes, pero el espionaje de ciertos países es un buen detonante. Algunas cosas no cambian.

Pero Face App no emplea un 'modus operandi' muy diferente de otras aplicaciones o servicios: lo hemos visto con robots aspiradores que mapean nuestros hogares, con altavoces inteligentes que nos escuchan permanentemente, programas que almacenan nuestra navegación para ofrecernos una experiencia personalizada.

Todos ellos captan nuestros datos con nuestro consentimiento expreso y acaban llegando a una nube. ¿Es seguro ese servidor? ¿Quién tiene acceso a él? ¿La información que llega está protegida de alguna forma? Y eso asumiendo que no se comparten nuestros datos con terceros, como sucedió con el escándalo de Cambridge Analytica.

Parece evidente que estamos ante un desafío global de seguridad. La Ley Orgánica de Protección de Datos constituye un buen punto de partida que se queda corta ante un escenario global como es internet. Y eso lleva tiempo: basta con echar un vistazo al calentamiento climático y la dificultad para cerrar acuerdos y compromisos entre todos los países.

Como usuarios, nuestro radio de acción se restringe a pensarnos dos veces la adquisición y el uso de servicios que recopilan nuestros datos. Pero seamos honestos, renunciar a todo lo que la tecnología tiene que ofrecernos es vivir anclados en el pasado.

Si aceptamos disfrutar de avances útiles como un robot aspirador o triviales como una aplicación para modificar nuestro rostro, merece la pena invertir un par de minutos en conocer qué permisos le hemos concedido en nuestro teléfono: ¿Puede acceder a nuestra agenda de contactos? ¿Y a la galería de fotos y vídeos? ¿Sabe cuál es nuestra ubicación? ¿Lo hace en todo momento o solo cuando el producto o servicio se está usando? En algunos casos, tiene todo el sentido: sirva como ejemplo un termostato inteligente que detecta que nos acercamos a casa para activar la caldera, en otros su utilidad es más que cuestionable. En caso de ser una aplicación a la que subimos datos, es interesante conocer si tenemos la posibilidad de acceder a ellos y borrarlos.

Paradójicamente, es más discreto abrir un álbum de fotos y agitarlo en la ventana, dejando que las instantáneas que inmortalizan cómo fue el día de nuestra comunión vuelen libres, que subirlas a las redes sociales. Pero lo seguimos haciendo.

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