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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Hay que abolir el discurso del Rey por Navidad

Josu Montalbán

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Ahora que ya han pasado casi tres días completos desde que el nuevo rey Felipe VI nos dedicó su discurso de Navidad, hago la sencilla propuesta de que se prescinda del discurso navideño en años sucesivos. ¿Para qué sirve? Únicamente para que los tertulianos llenen unas cuantas horas de radio o televisión; y para que los opinadores ocasionales, como lo soy yo en este caso, estén a la que salta y la emprendan contra ese monarca convertido en un pimpampum porque, siga lo que diga, cosechará más detractores que aduladores.

Yo no escuché en directo al rey en su último discurso, pero le he escuchado en las infinitas repeticiones retransmitidas, y he escuchado y leído críticas y comentarios a tutiplén. Y, ¡qué quieren que les diga!, soy republicano y no me interesan mucho los discursos del Rey pero, fue correcto. Habló de lo actual, de lo que tenía que hablar, -ningún presidente de república hubiera hablado de otro modo-, y habló para todos. No lo hizo en exclusiva para sus admiradores ni para sus detractores, de modo que no sé por qué le han llovido las críticas de forma tan despiadada.

Que si gesticulaba demasiado, que no se veía ninguna bandera (se vio solamente una), que se veía una sola bandera y no todas las que deberían haberse visto teniendo en cuenta que España es un país de países, que no habló de Euskadi lo suficiente, que habló de Cataluña pero no abordó su conflicto con la profundidad debida, que pasó de puntillas sobre las consecuencias de la crisis, que el marco elegido (un rincón de su vivienda) era demasiado pobre y escueto en adornos y símbolos, que habló de la corrupción sin llamar “corrupta” a su hermana… Cada cual se ha expresado arrimando el ascua a su sardina, pero algunos la han arrimado tanto que se han chamuscado los dedos.

El asunto auspiciaba en esta ocasión un morbo añadido: la imputación y acusaciones recientes de su hermana Cristina. Y las gentes solo esperaban al momento en que el rey Felipe VI dijera que la Infanta había robado o ayudado a robar a su esposo, así de crudamente, sin embargo solo dijo que “hay que cortar la corrupción de raíz, sin contemplaciones”, y esto pareció poco rotundo. Hubiera bastado que se hubiera desatado con un pícaro “¡ay, Cristina Cristina!”, sin más, para que la interpretación hubiera sido más favorable.

Pero las informaciones del día siguiente han incidido en una reata de opiniones interesadas, que no interesantes. Incluso con este anodino acontecimiento los líderes políticos se desgañitan, como si no se supiera ya qué partidos son monárquicos, o condescendientes con la monarquía, y quiénes no lo son. No son consultados los ciudadanos, uno por uno y al margen de sus ideologías, porque todos sabemos que en España hay socialistas y comunistas partidarios o condescendientes con la familia real, del mismo modo que hay devotos del PP a los que el Rey no les hace ninguna gracia. Por eso se pregunta solo a los líderes que, como hacen en otros asuntos, se empeñan en aplicar el manual electoralista a sus opiniones. ¿A alguien le han extrañado las opiniones vertidas por los líderes? A un lado los partidarios, al otro los detractores, y en medio los condescendientes. Y los nuevos en el evento, -Podemos-, sumidos en su calculada ambigüedad: “Comparto aspectos del diagnóstico del jefe del Estado pero se equivoca si piensa que los responsables de la crisis nos sacarán de ella” (Pablo I. Turrión). ¡Otra vez con la casta! ¡El Rey está con la casta! ¿Abolirán el discurso navideño de Su Majestad cuando accedan al Gobierno?

Si me dicen que sí soy capaz hasta de votarles, pero solo si me dicen que sí, lo demás que digan me da igual… Por mi parte espero que sea la propia Casa Real la que decida acabar con esta pantomima que solo sirve para que las adulaciones y las críticas se reproduzcan cada año, por Navidad, sin el menor fuste.

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