La Corte Europea de Derechos Humanos: por un futuro a la altura de su pasado
El 14 de noviembre se cumplió el 60º aniversario de la primera sentencia dictada por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (Corte Europea de Derechos Humanos, CEDH por sus siglas): Lawless contra Irlanda. En estos 60 años, el Tribunal de Estrasburgo ha contribuido de manera inigualable a promover y afianzar el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales.
No es exagerado decir que la CEDH es una de las instituciones que más ha contribuido al mantenimiento y promoción de la paz basada en los derechos fundamentales en todo el mundo, siendo un ejemplo para otras regiones del mundo por lo que debería ser reconocido por la comunidad internacional. Sin embargo, no podemos olvidar que el clima de estabilidad y crecimiento que marcó la inmediata posguerra en Europa y que permitió a la CEDH desarrollar su jurisprudencia ha dado paso a una creciente radicalización del debate público.
El crecimiento del populismo y de las llamadas “democracias iliberales” están poniendo en tela de juicio todos los consensos que dábamos por inamovibles hace no mucho tiempo. Es en momentos como estos cuando un tribunal como la CEDH es más necesario que nunca. Es imprescindible contar con un tribunal que sea garante de los derechos y libertades más fundamentales de los ciudadanos, frente a las amenazas de visiones unilaterales y parciales de la sociedad o de regímenes populistas que, aunque pretenden ser verdaderos “representantes de la voluntad popular”, no son más que autocracias disfrazadas. Los aniversarios de las instituciones deben ser momentos de evaluación y reflexión. Tal vez sea el momento de que la CEDH reflexione sobre sí misma y sobre lo que debe hacer para preservar su autoridad. En cuanto al procedimiento, no cabe duda de que la CEDH se podría hacer a sí misma las mismas críticas que a menudo dirige a los estados: ¿no son demasiado largos los procedimientos ante el Tribunal? ¿No incurre el Tribunal en una denegación de justicia cuando tarda muchos años en resolver los recursos de los ciudadanos que sufren flagrantes violaciones de sus derechos? Un ejemplo paradigmático son los recursos presentados por cientos de magistrados turcos que fueron expulsados sumariamente tras el intento de golpe de Estado de 2016 y que, casi cinco años después, siguen esperando una decisión y sufriendo detenciones en condiciones inhumanas y que ponen en peligro su vida y la subsistencia de sus familias.
La CEDH también debe reconsiderar seriamente los criterios para verificar la existencia de un “recurso interno efectivo” o los requisitos para decretar medidas provisionales, en casos en los que estamos asistiendo a un desmantelamiento organizado y sistemático del Estado de Derecho. Si no se introducen estos cambios sus sentencias serán -cada vez más- ineficaces por ser tardías, y ello afectará irremediablemente a la autoridad del Tribunal. En el plano institucional, hay que reforzar la independencia y la credibilidad del Tribunal. Hay que replantear y su modelo de financiación, liberándolo de la amenaza de recortes presupuestarios derivados de decisiones unilaterales de los Estados miembros descontentos con las sentencias dictadas, como hemos visto recientemente.
También debería replantearse la selección de los jueces, elegidos por la Asamblea Parlamentaria tras la indicación de los Estados. El Consejo de Europa (el Comité de Ministros, en la Recomendación CM/Rec (2010)12, o el Consejo Consultivo de Jueces Europeos, en las Opiniones nº10 (2007) o 21 (2018) han subrayado reiteradamente el carácter esencial de la ausencia de toda injerencia de otros poderes en la selección de los jueces. ¿Por qué no se aplica este principio a la CEDH? ¿Por qué no dar al Tribunal la facultad de seleccionar a sus jueces, mediante concursos abiertos y transparentes, con criterios claros y predefinidos, sin injerencia de los Estados ni de la Asamblea Parlamentaria? Y como ocurre con cualquier tribunal, la percepción pública de su independencia también es esencial para mantener esa autoridad. Hay episodios que pueden llevar a los ciudadanos a dudar de la imparcialidad del Tribunal en relación con determinados estados -especialmente los más poblados y los mayores donantes-. Han pasado seis décadas desde el inicio del largo camino que convirtió a la CEDH en una referencia mundial. El mundo ha cambiado mucho en estos sesenta años y el Tribunal de Estrasburgo ha desempeñado un papel fundamental en este cambio. Nosotros, ciudadanos de Europa, tenemos derecho a exigir al Consejo de Europa y a la Corte Europea de Derechos Humanos un nuevo y audaz comienzo. El éxito de la CEDH será el éxito de la democracia, del Estado de Derecho, de los derechos humanos y, sobre todo, de la paz en Europa, un sueño que se está realizando y que no debemos permitir que se convierta de nuevo en un espejismo.
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