La crispación también va por barrios
Habrán leído y escuchado mucho estos días sobre la crispación. Sobre sus motivos y causantes.
Vamos a intentar a través de este breve artículo desmontar algunas mentiras y, lo que en mi opinión es más importante, atender a los motivos reales de crispación de la ciudadanía, en este caso, madrileña.
Si ustedes leen determinados periódicos o sintonizan ciertos programas de radio y televisión, llevarán viendo en los últimos tiempos que existe mucha crispación, que la ciudadanía está harta, y una larga ristra de quejas y profecías apocalípticas. Plagadas, por cierto, de insultos sin ton ni son.
Hasta aquí –salvo en los insultos– podemos estar de acuerdo: la gente está harta. Pero otra cosa es cuando uno profundiza en los motivos y culpables de dicho hartazgo. Ahí es donde, a mi juicio, la cosa cambia.
Si el lector hiciera caso a los medios antes citados, se encontraría sumido en la rabia e indignación, y todo ello debido a que “el PSOE está vendiendo España”; a que la Amnistía, tal; a que “la ETA”, cual; o a que las mascarillas, Pascual (“total, todos son iguales”)…
Todos ellos argumentos esgrimidos por propios o cercanos al PP (ese partido condenado formalmente por corrupción), ahora liderado por el señor Feijóo, que venía a no insultar (¡menos mal!, el acoso y derribo personal a Pedro Sánchez y hasta a su familia es pura casualidad) y que calla ante los casos de corrupción de su partido, no sea que termine como su antecesor (evidentemente no todos somos iguales…).
Pero, volviendo a la cuestión inicial: no sé con quiénes se relacionan ustedes habitualmente en su día a día. Yo, que me relaciono fundamentalmente con gente trabajadora, de barrio, humilde, comparten esa rabia, esa indignación y están hartos, crispados. Algunos y algunas, mucho. Pero por otras cuestiones…
Hay crispación por la situación de la vivienda, teniendo que pagar más de 1.000 euros por auténticos cuchitriles en pésimas condiciones, mientras ven que “un particular” y la presidenta de su Comunidad Autónoma viven en un ático de un millón de euros financiado de manera presuntamente irregular.
Hay crispación porque, cuando se ponen enfermos, tardan 10 días en ser vistos por su médico de Atención Primaria, o porque llevan, como 1.000.000 de madrileños y madrileñas, en el banco de la paciencia de las listas de espera, mientras ven que a la sanidad privada cada vez le va mejor (no piensen mal, que Quirón haya aumentado su facturación en Madrid no tiene nada que ver con Ayuso ni con los negocios de “ese particular” con el que comparte ático de lujo).
Hay crispación porque sus familiares se encuentran en unas residencias públicas en condiciones muy mejorables. Somos la Comunidad de las 7.291 personas fallecidas por los protocolos de la vergüenza, pero también somos la Comunidad que, a los vivos, les dan comida podrida.
Hay crispación porque la calidad de la educación pública en Madrid no deja de deteriorarse. Es más, en algunos barrios muchas familias ven como no hay centros públicos para sus hijos e hijas, mientras se regala suelo público a particulares para fines tan imprescindibles para la sociedad como levantar un monasterio de dos millones de euros.
Hay crispación porque cuando la gente de ciertos barrios sale a sus calles, encuentra habitualmente dos cosas: desde hace años, suciedad. Igual que antes, no sean malpensados, no piensen que el hecho de que a los lotes de limpieza asignados a determinados distritos se les dedica menos presupuesto tiene algo que ver… Y desde hace décadas, equipamientos nocivos: depuradoras, crematorios, incineradoras… Cosas que toda ciudad necesita pero, qué casualidad, siempre se ubican en los mismos lugares.
Todo esto, no lo duden, afecta directamente a la esperanza y calidad de vida de la gente.
Estas, y otras muchas cuestiones (y no las que nos quieren hacer creer) son las que crispan a la gente normal, a las que yo veo en mi día a día, a los olvidados por el PP de Madrid: los vecinos y vecinas de Carabanchel, Latina, Moratalaz, Puente de Vallecas, San Blas-Canillejas, Usera, Vicálvaro, Villa de Vallecas y Villaverde. Y también de los restantes 12 distritos, porque no olvidemos que, hasta en el distrito aparentemente más pudiente, existen bolsas de desigualdad ante las que Almeida y Ayuso miran para otro lado. Madrid, ciudad de contrastes extremos.
No diré aquello que cantaban los Leño de “es una mierda este Madrid”, porque Madrid es maravillosa, pero por culpa de años de políticas del PP la situación en muchísimas materias es un auténtico desastre. Así que ojalá sirvan estas líneas para dos cuestiones:
La primera, para fomentar un pensamiento crítico ante los estados de opinión y la desinformación que ciertos agentes interesados quieren inocular en la ciudadanía. Que no les engañen: piensen en qué les afecta en su día a día (les he dado algunos ejemplos) e investiguen quiénes son los responsables.
Y la segunda, pero no por ello menos importante: tener muy claro que, para poder vivir en un Madrid decente y digno del siglo XXI, trabajar contra la desigualdad y por el reequilibrio territorial es vital. Más allá de actuaciones puntuales y eslóganes vacíos, se necesitan medidas de calado, a medio y largo plazo. Es la asignatura pendiente desde hace décadas, y es aquello por lo que algunos y algunas no vamos a dejar de pelear. Cueste lo que cueste.
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