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6F: En memoria de los nadie

Dina Bousselham

Miembro del equipo de la Secretaría General de Podemos —

Para los que alguna vez en nuestra vida (o varias) hemos tenido que cruzar un charco (aunque en mi caso fuera en condiciones privilegiadas) sabemos que la acogida depende de la clase social a la que perteneces. Claro que existen ciudadanos de primera y de segunda clase. En mi caso llegue a Madrid después de 15 años estudiando en una escuela pública española en Tánger, y mi objetivo no era la búsqueda de un futuro mejor (que también) sino ampliar mis conocimientos académicos y contribuir con ellos a la mejora de este país, que también considero (más allá de los lazos familiares) que es el mío. Soy eso que llaman “fuga de cerebros”. Y sí, me fugué porque mi otro país no me permitiría soñar el futuro que yo quería ni crecer en unas condiciones que considero justas y dignas, porque básicamente, su régimen político es injusto y autoritario; niega derechos y libertades tan fundamentales como la libertad de expresión, o el derecho a decidir de las personas sobre su cuerpo (del derecho a decidir de los pueblos ni hablemos). Pero mi caso es excepcional, es verdad. Lo común son personas que intentan cruzar el charco huyendo de guerras y miseria. Jugándoselo todo en esa huida. El coraje de esas personas invisibles hace sentirme orgullosa de haber nacido en un continente cuya riqueza está tan desigualmente repartida, cuya democracia es tan frágil y cuyos gobernantes nos recuerdan lo que en ciencia política se estudia como forma de gobierno: la tiranía. Así es África, y de esas personas valientes quiero hablar hoy. Concretamente de aquellos que un 6 de febrero decidieron emprender un camino sin vuelta atrás, dejando su vida en él. Dejando en el mar, su futuro y su esperanza. Por ellos, y echando la vista a la actual situación política, debemos dejarnos la piel por conseguir un gobierno del cambio. Un gobierno que respete a las personas independientemente de su origen. Un gobierno que acabe con la ley mordaza, con los CIEs, un gobierno que fomente la participación y la integración de los inmigrantes, un gobierno capaz de articular vías legales y seguras de entrada en España. En definitiva un gobierno que respete los derechos humanos de todos y todas.

Este 6 de febrero se cumplen dos años de la tragedia del Tarajal en la que 15 personas migrantes fallecieron (ahogadas y aplastadas) al intentar cruzar a nado el Estrecho de Gibraltar, mientras al otro lado de la costa (española) la Guardia Civil disparaba bolas de goma y botes de humo. No hay dudas. La imagen vergonzosa muestra cómo los agentes dispararon hacia la zona donde se encontraban nadando estas personas y no auxiliaron a nadie cuando los migrantes se encontraban “unos sobre otros”.

La tragedia del Tarajal pasará a la historia por varios motivos. En primer lugar porque puso en evidencia (una vez más) la dureza con la que el Ministerio del Interior y el gobierno del PP tratan a las personas migrantes que intentan desesperadamente cruzar el Estrecho, huyendo del hambre, de la guerra y de la miseria. Pero también pasará a la historia porque a pesar de que la justicia imputó a 16 guardias civiles, el caso acabó siendo archivado en octubre del 2015, por “falta de pruebas sobre un uso inadecuado del material antidisturbios”. ¡Ay, la justicia por ser tan ciega cómo dueles a veces! Más alla de todo eso, el 6F también nos recuerda que el PP puso en práctica las devoluciones sumarias, conocidas popularmente como devoluciones en caliente, totalmente ilegales en el marco del derecho comunitario y del derecho internacional, y cuya legalización encubierta pretende llevar a cabo el ahora gobierno en funciones mediante una enmienda a la Ley de Seguridad Ciudadana, actualmente en trámite en el Senado.

¿Y ahora qué? Después de aquel 6F nada ha cambiado. Día a día vemos cómo familias enteras siguen intentando cruzar la valla de Melilla o de Ceuta. Ahora además se unen los refugiados. Algunos de los supervivientes del Tarajal también lo han vuelto a intentar. Para ellos lo único que ha cambiado es que siguen vivos. Muchos otros, se resignan con ver e imaginar desde el otro lado del continente, desde las costas de Tánger, un futuro más esperanzador, que probablemente nunca llegue.

El 6F es por tanto un día simbólico clave que nos permite volver a situar en la agenda política y mediática un tema importante: ninguna persona es ilegal. Nuestra patria es la gente, y por ello no podemos sino defender a aquellos que en su ADN llevan la igualdad, la justicia social y la tolerancia. Los diputados de Podemos llevan desde el minuto cero visibilizando los problemas de la gente, sin distinción de su color de piel, o de su origen. En los tiempos actuales, en la Europa que cada vez más mira a otro lado mientras se cometen violaciones de derechos humanos, su forma de hacer política es todo un ejemplo de lo que significa ser un demócrata.

Por todo ello, el recuerdo del 6F es una de las tantas muestras de que no podemos permitirnos 4 años más de Partido Popular. La gente lo ha reclamado en la calle y el mandato de quienes defienden el cambio (ahora desde las instituciones) debe velar por el cumplimiento de esa demanda: Nunca más un gobierno que discrimina a la gente.

Recordar (del latin re-otra vez y cor- de corazón; es decir volver a poner en el corazón) el 6F es en definitiva, homenajear a los que, parafraseando a Galeano:

“no son aunque sean,

a los que no tienen nombre, sino número…

que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.

Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata“

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