Normalizando lo radical y radicalizando lo normal: el peligro de no llamar a las cosas por su nombre

Cuando los líderes del supuesto centro o centro-derecha de este país se niegan a calificar a un partido de extrema derecha como tal lo normalizan y blanquean. Cuando estos líderes se niegan a condenar el franquismo, normalizan y apoyan la extrema derecha. Cuando plantean propuestas aberrantes dignas del fascismo, normalizan y secundan su discurso. Y muchos medios de comunicación apoyan y blanquean este discurso.

Esto no es más que un pequeño ejemplo de lo que está ocurriendo en estos últimos tiempos en este país: tratar de normalizar o limpiar los discursos radicales de la extrema derecha o de políticos que, independientemente de los partidos a los que representan, plantean propuestas o hacen comentarios dignos de líderes de la extrema derecha. La idea es que no pasa nada, que no hay para tanto, que esas ideas son tan respetables como las de los demás. Que a pesar de la barbaridad o del tufo fascista de algunas declaraciones es un líder de un partido de “centro derecha”, de “centro” o incluso “constitucionalista”. Todo en orden.

Sin embargo, paralelamente se lanza la idea de que determinados representantes y partidos que hacen propuestas de lo más “normales”, y con esto me refiero a medidas que benefician a la gran mayoría de las personas, que ni exceden ni adolecen, son tachadas como radicales de extrema izquierda. Que la banca devuelva el dinero del rescate parece una demanda de lo más justa teniendo en cuenta los beneficios de la banca y las actuales necesidades del estado para financiar sanidad, educación o pensiones. Sin embargo, lo proponen sólo partidos que son calificados por muchos medios y partidos como de extrema izquierda. Apoyar, sin tapujos, la sanidad y educación pública sería una propuesta normal, pero que realmente es apoyada una vez más por este tipo de partidos. Lo mismo en cuanto a la progresividad de los impuestos: parece una propuesta planteada por radicales de izquierda, cuando lo que implica es que simplemente paguen más los que más tienen; algo que debería ser muy normal, al menos en un país que defiende el bienestar de todos sus ciudadanos.

Sin embargo, parece que la mayoría de partidos, salvo los de “extrema izquierda” claro está, defienden sobre todo el bienestar de las grandes empresas y corporaciones, que por cierto parecen tener intereses opuestos a los ciudadanos. Y así prima que muchas de esas empresas no dejen de ganar grandes beneficios explotando o abusando de los ciudadanos o explotando y abusando del medio ambiente. No pasa nada, parece que eso de la sostenibilidad es una utopía. Tan utópico como defender la igualdad entre hombres y mujeres, que parece también una postura de los “radicales de izquierdas” o de las “feminazis”. Lo que queda claro es que es preocupante que haya partidos y grupos que busquen excusas para no defender la igualdad de derechos de las personas en un estado democrático. Como también lo es que se vea como normal apoyar y financiar sin excusas instituciones obsoletas como la iglesia y la monarquía, y se cuestione el apoyo y la financiación a la sanidad y educación pública. Supongo que es la línea a seguir cuando priman las banderas sobre las personas, o las vísceras sobre el cerebro y el corazón.

Obviamente, este discurso generalizado es premeditado y fomentado fundamentalmente por la gran empresa o grupos empresariales que financian y apoyan ciertos medios de comunicación y partidos. Sus posturas no son desinteresadas ni ingenuas. Por lo tanto, es crucial que los ciudadanos cuestionemos, pensemos críticamente, nos manifestemos, exijamos y por supuesto votemos.