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¿Se ha perdido la oportunidad del cambio?

Antón R. Castromil

Profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid —

Las pasadas elecciones generales supusieron la quiebra del sistema de partidos español nacido en la Transición y consolidado tras las elecciones de 1982. Pero solo a medias. De un bipartidismo (imperfecto) se suponía que nos adentrábamos en lo que el politólogo italiano Giovanni Sartori denominó sistema de pluralismo moderado.

Se suponía que el nuevo Parlamento -con la irrupción de Podemos y Ciudadanos- superaría, por un lado, el viejo bipartidismo PP-PSOE y, por otro, se adentraría en los terrenos inexplorados de un pluralismo moderado en el sentido de que las cuatro formaciones protagonistas se encontrarían compitiendo por el centro político. Dos de ellas intentando quedarse para sí el centro-derecha (PP y C’s) y las otras dos disputándose la hegemonía del centro-izquierda (PSOE y Podemos).

Pero todo esto lo escribimos en condicional porque, salvo sorpresa de última hora al estilo catalán, parece que habrá que repetir elecciones. Lo que no han sido capaces de solucionar los partidos parece que tendrán que repararlo los ciudadanos.

Si vamos a elecciones en junio lo único claro es que no hay nada claro. Las encuestas publicadas en los últimos días hablan del repunte de unos y el hundimiento de otros, o todo lo contrario. Del defenestramiento de esos que repuntaban y de la recuperación del pulso de los que se daban ya por ahogados.

Si esto es así, la campaña electoral que, previsiblemente, comenzará dentro de unos días parece más decisiva que nunca.

A mí me gustaría sopesar aquí un mecanismo argumentativo que muchos ciudadanos podrían manejar si, finalmente, hay que volver a las urnas. Esta falta de resultados o, lo que es lo mismo, esta incapacidad del nuevo orden partidista para formar un gobierno alternativo al PP podría estar derivando en un tipo de descontento que conecta con la legitimidad misma del cambio político-estructural. Es decir, con la convicción de que tal cambio es necesario.

Y si esto es así, muchos ciudadanos podrían estar pensando en volver atrás. En deshacer el camino andado. Es como ese senderista que, después de horas de agotadora marcha, cae en la cuenta de que ha estado dando círculos y se encuentra, para su estupor, muy próximo al punto de salida.

Si a esta sensación de ineficacia y de falta de legitimidad le unimos la muy común percepción -señalada reiteradamente por los distintos barómetros del CIS- de la clase política como problema más que como solución a los problemas del país, el retorno a la casilla de salida se convierte en una posibilidad muy real si hay que volver a votar.

Moraleja: No conviene que nuestros políticos pretendan tomarle el pelo a una ciudadanía que en diciembre pasado ordenó diálogo y pacto. El diálogo ha sido deficitario y el pacto inexistente. Tal vez por ello se haya perdido la oportunidad del cambio.

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