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Ruido y furia

Gaspar Llamazares

Coportavoz y fundador de Izquierda Abierta —

Después de dos campañas electorales, a cual peor para la izquierda y las fuerzas del cambio puesto que terminaron en el fiasco de la oportunidad y favorecieron la continuidad del Gobierno de Rajoy, creíamos haber llegado al límite de nuestra incompetencia. Pero es evidente que nos equivocábamos y parece que en lo político también funciona el muy extendido en el ámbito empresarial 'Principio de Peter': avanzar en el camino de alcanzar mayor grado de incompetencia.

Por si fuera poca la torpeza de no habernos puesto de acuerdo para gobernar –y dividir con ello a la derecha, abocando al PP y su corrupción a la extinción, la refundación y la regeneración profundas–, hoy somos incapaces de aglutinarnos en la oposición para defender un programa de mínimos. Mínimos dirigidos a darle una salida social a esta crisis, en paralelo a la reconstrucción y avances democráticos en las instituciones frente a las prácticas corruptas y retrógradas que han herido de gravedad una democracia llamada a madurar.

Pero no, preferimos declarar la guerra en nuestro propio seno y buscar el enemigo interno para su exclusión. De nuevo, líneas rojas y listas negras en nuestro fallido frente amplio, a mayor gloria del PP, Mariano Rajoy, la Europa de Maastricht, el Brexit y la extrema derecha oligárquica de Donald Trump. Las izquierdas y fuerzas del cambio estamos coqueteando con el desastre.

Para ejemplo, un botón. O un muestreo, en este caso. Las recientes encuestas, salvaguardando sus sesgos y la incierta distancia electoral, prueban que seguimos operando más desde el deseo que a partir de la realidad. Siendo la ilusión necesaria e irrenunciable, de poco sirve si no la impulsa y la sustenta un análisis realista. O aún peor, de nada sirve que la ilusión se convierta en quimera porque se ha fundamentado en una ficción.

Si hablamos de realidades, aquí van algunos datos: empezando por lo nuestro, hubo desencuentro y confrontación en las primeras elecciones de diciembre de 2015. Y antes, en las Europeas de 2014. Todo ello dejó heridas imposibles de cerrar con una decisión política encaminada más a la contención que al sorpasso. La pérdida de un millón de votos (y, por suerte, el mantenimiento de escaños) no fueron solo fruto de la resistencia de una parte de IU, sino que la mayoría eran exvotantes de Podemos ya entonces críticos con la gestión de líneas rojas de unos y otros entre diciembre y junio que malogró la oportunidad. La decepción y frustración consiguientes requerían una autocrítica y rectificación de la estrategia que no se dieron.

Precisamente, porque se siguió con la política ilustrada de hechos consumados y fusión exprés llegamos hasta las crisis internas actuales. La ilusión quimérica en la izquierda se nos ha vuelto como un boomerang. El ruido de entonces se ha transformado en la furia de ahora.

Y si hablamos de aliados necesarios en todo este proceso fallido, al PSOE hay que achacarle la desconfianza en un candidato cautivo, la personalización de los resultados, las líneas rojas con Unidos Podemos y, finalmente, la maniobra palaciega disfrazada de responsabilidad, cuando era sólo un pulso interno para desplazar a ese candidato interino.

¿Qué nos queda, llegados a este punto? Asumir nuestros errores y cambiar. Cambiar la estrategia política del sorpasso por la del acuerdo plural. Cambiar la cultura organizativa del aparato frente al enemigo interno por la gestión del consenso; del modelo plebiscitario y personalista de dirección por la dirección colectiva y la participación. Cambiar la conspiración por la colaboración y la amabilidad. O nos esforzamos en todo ello o esta crisis política se quedará a medio camino fuera del gobierno, impregnando el propio seno de las organizaciones y la forma de hacer política en la izquierda.

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