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Sheinbaum: una científica en la silla del Águila

La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, en la toma de posesión.

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“Porque hay algunos que están pensando que ya me voy y que va a ser como antes o va a ser más ‘fresa’ el gobierno. No, no, no. Aprovecho para avisarles y en buena lid: yo soy ‘fresa’, el ‘fresa’ soy yo”. Así se comparaba Andrés Manuel López Obrador con su sucesora en una de sus últimas “mañaneras”, vislumbrando el perfil que cabe esperar de Claudia Sheimbaun. “Fresa”, en México, es un término similar a cuando se emplea “pijo” en España: de clase acomodada, con pretensiones y cierta ñoñez, que denota un conocimiento superficial de la realidad. Más allá del tono burlón del comentario, el ya ex mandatario, muy hábil en el manejo del discurso, quiso dejar claro que la nueva presidenta será, en muchos aspectos, más dura que él.

Detrás de esa respuesta, lo que sobrevuela es una pregunta que hoy se hacen millones de mexicanos: ¿en qué se diferenciará Sheinbaum de López Obrador? A juzgar por su experiencia como Jefa de Gobierno en Ciudad de México, Sheinbaum –científica de profesión– tomará las decisiones con mayor base en la ciencia (un contraste que se evidenció durante la gestión de la pandemia). A cambio, será un perfil menos empático, que podría por momentos proyectar cierta imagen de frialdad. También es previsible una Presidencia más operativa, racional y parca en palabras, aunque es posible que más rígida. A pesar del rol poderoso de López Obrador, éste fue flexible sobre todo con los gobernadores y no siempre se impuso en los conflictos internos de Morena.

¿Puede hablarse de ruptura? Definitivamente no, pero con el paso del tiempo irá marcando distancia. A pesar de una relación de varias décadas, el origen de ambos es muy distinto: ella viene de una tradición de izquierda, tanto del ámbito familiar, como de su paso por el movimiento estudiantil universitario, mientras que él –ya sea con mucha tierra de por medio– proviene de una cultura política asociada al PRI y sus derivadas. En esa diferenciación será clave la capacidad que Sheinbaum tenga de ganar su propio espacio en Morena. En su contra, cuenta formar parte de la facción minoritaria –el sector más izquierdista–, a su favor, que ha sabido no ponerse al resto de corrientes en contra. Lo mismo sucede con la Presidencia: suceder a López Obrador no es sencillo, debido a esa sensación de vaciedad que deja, pero también comienza con una enorme popularidad (es la candidata más votada en la historia del país) y cuenta con una abrumadora mayoría en el Congreso de la República.

Tampoco serán pocos los problemas que se encuentre una vez sentada en la Silla del Águila (así denominado el asiento presidencial); algunos son incómoda herencia del propio obradorismo. La reciente y controvertida reforma judicial, con la necesidad de ordenar la elección de en torno a 1.600 jueces en el país; el recalentamiento de la economía, con el más que probable escenario adverso en términos de crecimiento, o, sobre todo, la inmanejable situación de inseguridad. La cifra de asesinatos, que volvió a ser récord en un sexenio; el poder omnívoro del Ejército, reforzado durante el mandato de López Obrador; la inclusión de la Guardia Nacional –un cuerpo de seguridad civil– en la Secretaría de Defensa Nacional (SEDENA) o los nuevos focos del narco abiertos, entre otras zonas, en Sinaloa serán asuntos que marcarán a fuego el futuro de Sheinbaum, quien se distinguió por reducir la criminalidad en Ciudad de México, y que ahora cuenta en su gabinete con uno de los artífices del logro, el expolicía García Harfuch, nuevo secretario de Seguridad y Protección Ciudadana.

Como temas novedosos de la agenda política, entrará con fuerza la transición energética, el feminismo y la educación. A diferencia de López Obrador, con una mirada desarrollista clásica y un infructuoso intento de reforma energética a cuestas, Sheinbaum tiene un perfil más ecologista y apostará, casi sin dudas, por fuentes de energía alternativas, en detrimento de los recursos fósiles. Un giro que no será fácil, habida cuenta del peso de Pemex en el país y de la elevada inversión que el expresidente realizó en megaproyectos extractivistas. De igual manera, incorporará una mirada distinta en los otros dos ámbitos, con los que López Obrador tuvo tensiones, cuando no un choque frontal: la educación, sobre todo universitaria, ámbito que la mandataria conoce bien, y el feminismo, que será a buen seguro la bandera del sexenio, en un país marcado por el machismo y en donde se estima que diez mujeres mueren por día.

¿Y España? ¿Cómo serán las relaciones con la nueva Presidenta? A pesar del comienzo tormentoso, con la no invitación al Rey y el simbólico lugar que ha ocupado el reconocimiento de los pueblos indígenas y la época colonial en su discurso de toma de protesta, es posible que el tema vaya perdiendo fuerza, y que haya de entenderse más como un guiño de despedida a López Obrador (para quien la memoria indígena fue uno de sus principales emblemas) que como una postura que guíe la relación diplomática de ambos países. Sobre todo mientras en España continúe gobernando una coalición progresista, con la que, en un contexto regional, antes que después terminará encontrando afinidades. Es posible, además, que el giro energético abra una nueva etapa para algunas de las empresas españolas, que al igual que podría suavizar las relaciones, también podría tensarlas, ya que Sheinbaum querrá inversiones pero no a cualquier coste. Como ya advirtió López Obrador, la nueva titular de la Silla del Águila está lejos de ser una “fresa”.

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