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Con 19 años

Minuto de silencio frente a la Consejería de Política Social del Gobierno murciano
14 de febrero de 2022 00:17 h

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Con 19 años lo normal es que uno no sepa muy bien qué va a ser de su vida. Puedes haber empezado una carrera que no te gusta, o una que sí, repetir segundo de bachillerato, estudiar un ciclo, un curso de formación, directamente trabajar... En cualquier caso qué será de ti, ni puta idea. Con 19 años lo normal es que frecuentes bares ruidosos, normalmente el mismo, con los mismos. Que esos mismos, tus amigos, sean tu familia, los que lo saben todo, a los que acudes pidiendo consejo, terapia, ayuda, consuelo; no a tus padres con los que hay más medias mentiras que verdades. Lo normal es que tengas agujetas de practicar deporte, cierto recuerdo acneico en la cara, algún diente torcido, dolores de estómago, covid, pocas resacas. Lo normal es que alguna fiesta se desmadre, que un amigo roce el coma etílico, que otro se pase con las rayas, que te vomiten los tenis, que lleves botellas en el maletero para sacarlas en un parking, que nadie pueda conducir por si hay un control de alcoholemia, que falten hielos.

Lo normal es que tengas tres cifras escasas o dos en la cuenta del banco, porque ya tienes tarjeta de débito, con tu nombre y apellidos. Que los viajes sean para dormir en un saco a ras de suelo, o en la litera de un albergue, con olor a sudor, almohadas descoloridas y cortinas endebles por las que se filtra la luz. Lo normal es que alguno de la pandilla toque la guitarra, que otro cante, que la música sea vuestro vínculo, que suene a todo trapo en el coche la canción que tanto os gusta, que lleves la pulsera de un festival atada a la muñeca durante meses hasta que pierda el color como el letrero de un supermercado de playa. Con 19 años lo normal es que te enamores por primera vez, o creas que eso es amor. Que digas te quiero, te odio, eres gilipollas, no sé vivir sin ti. Que haya miles de mensajes, decenas de alarmas sin poner, montañas de papel higiénico. Que alguien de tu familia te vea llorando y les des un portazo en la cara. Que te dejen y creas que se termina el mundo. Que todo esté cubierto con el barniz de dramatismo y patetismo que acompaña a la caída después de un primer ascenso. Que trates de recuperar a esa persona en balde, haciendo un tremendo esfuerzo por autodestruir cualquier forma posible de dignidad.

Lo anormal es que con 19 años apuñales a tu exnovia porque ya no quiere seguir contigo y la dejes tirada muerta en un trastero, como ocurrió la semana pasada en Totana. Él tenía 19 años, ella, Claudia Abigail Siguencia, tan sólo tenía 17. Digo que no es normal porque no debería serlo, pero lo cierto es que los mecanismos de la violencia machista aparecen cada vez más en la adolescencia. Cada vez más jóvenes incluyen la violencia de control en sus relaciones, especialmente a través de las redes sociales, con la posesión y los celos disfrazados de muestras de amor. De hecho, la violencia de control aparece en una de cada cuatro chicas de 16 a 17 años, según la Macroencuesta de Violencia de Género de Igualdad publicada en 2019.  Y el problema ya no es sólo que esa violencia se ejerza, también que se niegue e invisibilice. Uno de cada cinco chicos jóvenes considera que la violencia machista no existe, según un estudio del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud. Si escuchamos esa negación a menudo en discursos en el Congreso, si la vemos retuiteada y manoseada, cómo no vamos a tenerla dentro de conversaciones privadas de Whatsapp.

Hace demasiado tiempo que lo normal dejó de serlo. 

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