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Asqueados de tanta bajeza

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida.

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Hay palabras que emocionan y silencios que abochornan. Frases que conmueven y sigilos que sonrojan. Todo lo que se podía decir o escribir de la obra y de la personalidad de Almudena Grandes se ha dicho y escrito estos días en que su pérdida duele. Por el vacío que deja entre los suyos, por los recuerdos que guardan los amigos, por su empeño en dar a los vencidos el marco literario que merecían, por su compromiso feminista, por su curiosidad insaciable, por su generosidad, por su pulso narrativo… 

Ser republicana, atea, de izquierdas y del Atlético de Madrid ya es una forma bastante elocuente de entender la vida. No haría falta más para describir la inmensidad de quien este lunes fue despedida en el cementerio civil de La Almudena, donde descansan también los restos de tres de los cuatro presidentes de la Primera República. 

“Se me presentó la ocasión hace años de comprar una lápida en el cementerio civil, y lo hice. Fue una declaración de amor, una manera de decirle que me quedaba para siempre en su amado Madrid y que lo nuestro sería para siempre: hasta que la muerte nos separe”, contaba roto por el dolor su viudo, el poeta Luis G. Montero, el domingo en el tanatorio de La Paz. 

La vida y la muerte no son tan distintas. Uno crea su particular existencia con el compromiso, con su manera de ser y estar, con su forma de amar y ser amado, por cómo se comporta en la intimidad y en sociedad y también por cómo crea conciencia y se desnuda ante la pérdida. No cabe, no, el silencio, ni la equidistancia ante la maldad y la injusticia. 

Y la muerte de Almudena Grandes ha mostrado, además del desgarro de cientos de personas anónimas, el profundo deterioro de una calidad democrática que queda en nada comparada con la desnutrición moral de quienes solo albergan en su mente pensamientos abyectos. Ahí está el sectarismo. La maldad que habita entre nosotros, llevada al extremo. En ocasiones asoma de forma individual y en ocasiones, de forma colectiva. Es un virus que la polarización política ha propagado en la sociedad poco a poco hasta convertirlo en una pandemia mucho más dañina si cabe que la del COVID-19. Y lo peor es que para éste, el del fanatismo, no hay vacuna que valga porque la inmunidad de rebaño por desgracia no depende de la ciencia.

“Con odio has vivido y con odio has muerto”, fue el deleznable comentario que salió de la cuenta oficial de Vox en Vicálvaro sobre la muerte de la escritora. Un mensaje que tuvo que ser después eliminado y que demostró de nuevo que twitter es una auténtica alcantarilla donde acomplejados, resentidos, fanáticos e intransigentes a título personal vomitan su miseria moral, pero también un instrumento al servicio del odio que destila la ultraderecha.

Un repaso a las menciones que provocó el impecable mensaje escrito en el TL de Pablo Casado a las dos horas de que se conociera la muerte de Almudena Grandes es también una buena muestra de la ruindad que nos rodea: 

Desde las antípodas ideológicas, el presidente del PP supo estar a la altura de la colosal creación literaria que deja quien se dio a conocer en 1989 con Las edades de Lulú y, ya en 2019, con La herida perpetua, indagó en el incierto panorama de la España actual. Sus palabras encendieron a la extrema derecha, que le regaló todo tipo de vituperios e incomodó a una parte de la izquierda, que lo considera un falsario por lamentar una pérdida ajena. 

Parece que abonarse al sectarismo se ha vuelto requisito imprescindible en una sociedad en la que al adversario se lo considera enemigo; al diferente, un peligro público; y al crítico, exterminador de una única verdad indiscutible. El sectario ha decidido ahora también que con quien piensa diferente no hay que estar ni padecer ni siquiera en el momento de la muerte. Pablo Casado se ha salido esta vez de la consigna de los doctrinarios, ha lamentado la pérdida, ha reconocido la inmensidad de una figura literaria y ha antepuesto la persona a las ideas. Y eso, que lo engrandece -y que no tuvieron la decencia de hacer ni Ayuso ni Almeida-, para los fanáticos resulta imperdonable, además de una debilidad que le invalida como referente político.  El uso de la bazofia en la arena política cada día va a más.

Ni el alcalde de Madrid ni la presidenta regional se dignaron a escribir, no ya un mensaje personal, sino tampoco una condolencia institucional, que es lo que procede ante la muerte de una autora madrileña que llevó siempre a gala el amor por su ciudad. Se puede ser de derechas o de izquierdas sin ser un sectario pero, claro, a ellos -a Ayuso y a Almeida- les resultó más grato -o más rentable electoralmente- sumarse al dictado ovejuno de esa derecha extrema gracias a la que gobiernan y no les permite regalar en público un argumento o una condolencia a quienes no son de su cuerda. Luego, eso sí, contar en medio de la tormenta desatada por un mezquino silencio -como fue el caso de Ayuso-, que había enviado un “telegrama oficial” a la familia el mismo sábado. Aunque Cernuda escribiese “Un solo hombre basta como testigo de toda la nobleza humana”, en esta España polarizada hasta la náusea es difícil que los españoles de bien no se declaren asqueados de tanta indignidad y tanta bajeza. 

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