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Ausencia y presencia de Adolfo Suárez

Suso de Toro

España no es Ruanda, pero se parece mucho al país de Alí Babá y los cuarenta ladrones. A los ladrones es a los únicos a quienes no les hacen aquí un ERE. Hay ocasiones en que un país es mejor que sus gobernantes y estos degradan al país, es el caso. No siempre fue así, hubo ocasiones diversas en las últimas décadas.

Toda carrera en la vida pública acaba en fracaso, sólo se salvan de conocerlo los que mueren antes, y Adolfo Suárez lo conoció hasta las heces. Al final de la obra el impostor siempre acaba siendo desenmascarado y es castigado entre el ridículo y la burla general.

Suárez fue un gran impostor y un gran intruso: “Mi padre murió creyendo que su hijo era un facha”, leí en algún lado que había confiado ese comentario a alguien. ¿Pero entonces el que hablaba no era el joven jerarca franquista que llegó a ser Ministro Secretario Nacional del “Movimiento”? ¿El franquista de pura casta que fue elegido por el Rey para pilotar una transición del Régimen tras la muerte del Caudillo? ¿Cómo podía hablar de si mismo como si Adolfo Suárez no fuese él mismo? ¿Cómo se veía él a si mismo entonces? Seguramente como lo veían todos sus enemigos, un impostor y un intruso. Un arribista sin escrúpulos, sin principios y sin legitimidad para gobernar España, esa España con una “E” tan grande en la boca de sus dueños.

En la primera parte de la obra teatral de su vida Adolfo Suárez ascendió hasta lo más alto, al lugar que no se le permitió ocupar a otros con más rango, como Areilza o Fraga. Ya no podía llegar más alto aquel joven de un pueblo de Ávila, hijo de un republicano gallego que había conocido la represión franquista y de una joven de una familia también atormentada por la misma desgracia. Un joven mal estudiante pero ambicioso que decidió hacer carrera en el único lugar donde se podía hacer, en la política franquista. Y debió ser a partir de ese momento que Suárez, sometido a una serie de pruebas tremendas, comenzó a conocer quien era verdaderamente. Por un lado no tenía el apoyo de los antifranquistas ni tampoco de los nuevos demócratas sobrevenidos y por el otro, comprendió que tenía que traicionar al franquismo. Y lo hizo. Los militares le habían obligado a dar su palabra de que jamás legalizaría a los comunistas, pero comprendió que tenía que hacerlo y lo hizo. (¿Si hubiese cedido, cómo se habrían desenvuelto las cosas?) Tracionó al Movimiento, a todo el aparato de estado franquista y a todos los poderes. Hasta al Rey. Y todos acabaron en su contra, hasta su propio partido y, desde luego, una oposición socialista desbocada.

Pero las diferencias con Juan Carlos de Borbón, un verdadero enfrentamiento, tuvieron un calado político de alcance histórico, y creo que no lo hemos considerado bien. En ese momento en que se fraguaba una situación democrática nueva se ventilaban muchas cosas, Suárez con el apoyo inestinable de algunos ministros y el general Gutiérrez Mellado, defendió la soberanía del poder político frente al Ejército franquista, y fue derrotado. Tras el 23-F impusieron condiciones en el “pacto del capó”. Pero su batalla política dentro del nuevo estado también fue limitar el poder de la figura del Rey para que el Gobierno elegido por las urnas fuese verdaderamente el centro de poder del estado. También perdió esa batalla, ni Juan Carlos pensaba permitirlo ni el Ejército lo permitiría. La alianza del Ejército con el Rey lo impidió. El 23-F fue su final, un final casi sangriento.

Suárez vivió unas horas únicas, derrotado y apestado, todos abominando de él. El conocimiento que dan esas horas de soledad extrema al que ha caído tanto y desde tan alto es único y sagrado. Por eso la historia de Suárez es trágica y su suerte la de los héroes castigados por los dioses. Ascendió, se embriagó de su propio destino y cayó derribado por un rayo divino que lo condenó a olvidar su propia aventura, su propio vuelo. Los dioses ciegan a los que los desafían, ahí está ese hombre presente y ausente.

No digo que fuese un buen gobernante, sólo digo que en algún momento hubo gente que jugó en serio, jugó con fuego y se quemó y aquellos fracasos trajeron esta miseria de la política, que es miseria moral.

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