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Dos deseos de Año Nuevo

Sánchez y Feijóo, en su última reunión el Congreso.

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Para ser feliz, rechaza deseos inútiles"

Petrarca

Es tópico, es absurdo, es pensamiento mágico, pero año tras año hay quien fija el día de mañana, más bien el de pasado, 2 de enero, como el momento perfecto para iniciar una nueva vida. Ningún momento es malo para enmendar el rumbo. Lo interesante sería hacerlo en cuestiones realmente relevantes, más allá de ese bono del gimnasio que, desengáñese, no utilizará más de dos veces; se lo dice alguien que lleva 30 años de gym y ha visto llegar e irse a generaciones y generaciones de vocacionales del nuevo año y de la operación bikini. No obstante, no seré yo quien les quite la ilusión.

A mí me basta con tener un par de deseos de nuevo año que, obviamente, tampoco se cumplirán. Uno se dirige a nuestros políticos y personajes públicos, periodistas incluidos, y otro al ciudadano de a pie que en esta cuestión es el que más cuenta. Son ansias sencillas que se convierten en nuestra sociedad en prácticamente imposibles. Aun así, lo intento. Igual que les dije para el gimnasio, no seré yo quien me quite la ilusión. Mis dos deseos se resumen en uno: ser capaz de ver la viga y la paja pero también de aceptar que nada ni nadie en este mundo es totalmente perfecto ni totalmente defectuoso.

Verán, la primera parte de mi deseo pasaría por lograr que los políticos de todo signo fueran capaces de identificar una cosa, una sola cosa, no pido más, que el adversario haga bien o en la que lleve razón. Una cuestión tan solo me bastaría. Como es absolutamente irracional pensar que exista un ser humano o una organización perfecta –ni siquiera perfectamente imperfecta– debe caber el aislamiento de alguna virtud, algún acierto, un punto positivo hasta del que se encuentra más enfrentado en el tablero político y electoral. Abascal tendría que ser capaz de encontrar una cosa que haya hecho bien Otegi y a la inversa. Sánchez podría encontrar un motivo de alabanza de Feijóo y viceversa. No sólo no es imposible sino que sólo la polarización –esa palabra endiosada por Fundéu– y el tacticismo más ruin e infantil puede cegar lo suficiente como para impedirlo. Si mi deseo se cumpliera, si consiguiéramos tal hazaña, ya sólo nos faltaría provocar que cada uno de ellos verbalizara en unas declaraciones el hallazgo. Mi deseo abarca también a los ciudadanos. Cada uno debería ser capaz de buscar un solo motivo de alabanza en aquellos a los que considera “los otros”. Algo harán bien, ¿no? Alguna virtud tendrán, algún plan de los que proponen no será tan malo, alguno de sus miembros o líderes será más aceptable.

No me quedo aquí, tengo un segundo deseo que, como les dije, no resultará más fácil de satisfacer. Esta vez se trata de buscar la viga en nuestro ojo, es decir, los defectos en los nuestros. ¿Se imaginan a Feijóo diciendo en qué ha fallado su estrategia o a Sánchez reconociendo un tropiezo o, ¡dios no lo quiera!, un cambio de opinión que fuera fallido o no resultara ético? ¿Pueden los indepes hacer un mea culpa sobre alguno de sus pasos mal dados, reconocer una de sus fantasías más desatadas? Y así hasta el infinito y más allá. Un mea culpa de nuevo año, con sus golpes de pecho y todo, en el que bastaría con plañir un solo pecado, uno, porque es imposible que no lo tengan. De nuevo apelaría a cada ciudadano individual a intentar culminar tamaño empeño: ¿qué han hecho mal aquellos a los que votó, los que respiran como usted, los que considera los suyos?

Ambos esfuerzos merecen un apartado especial para la profesión periodística, llamada en democracia a ejercer el control informal del poder. ¡Qué mejor propósito de Año Nuevo que escribir unas líneas glosando un solo acierto del partido contrario a la línea editorial de tu medio! Por no hablar de criticar decididamente aunque sea una sola cosa de los que gustan y reciben el aplauso vasallo. Sólo por una vez, por ver qué se siente. Hay algunos colegas que hace tanto que no lo hacen que no van a encontrar la forma de hilar un argumento así y por cosas así llora el ideal que todos teníamos al escoger esta profesión. 

Sólo con este sencillo ejercicio las buenas intenciones del año estarían en camino. Parece difícil mas no lo es. Puestos a ello podrían encontrar más de una cosa buena en el adversario y más de un defecto en el propio campo y, a lo mejor, poco a poco, se iba convirtiendo en costumbre. El sentido crítico también se puede rehabilitar. Un año lo movemos un poquito, luego otro poquito más y a la larga nos encontramos todos desentumecidos y con toda facilidad volvemos a analizar lo que nos dicen tanto los que nos gustan como los que aborrecemos y reparamos en que no todo el campo es orégano en ningún bando. Con este bono de gimnasia ética y democrática lograríamos resultados de mayor enjundia que los del gimnasio, volveríamos a tener un alma social atlética, entrenada para la duda y el escepticismo, abocada al análisis racional. 

No son sino entelequias, deseos locos para un mundo que corre hacia la IA (Inanidad Artificial). Comprendan, tenía que dejarles una fe de vida en mi cita dominical aunque fuera Nochevieja, porque lo que es yo, yo me voy a hacer lo que mi vecino de columna Antonio Maestre le deseaba a otro articulista que se ha caído del caballo. Antonio, querido, ese spritz en ese lugar me lo voy a tomar yo. 

Les deseo lo mejor, si lo mejor para ustedes es bueno para todos. En caso contrario, me decanto por el bien común. 

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