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Por unas elecciones municipales preconstituyentes

Xosé Manuel Beiras

En abril de 1931, unas elecciones municipales le dieron inesperadamente el finiquito a la I Restauración borbónica y abrieron, a nivel institucional, el proceso constituyente de la II República en el Estado español. En el ámbito interno del Estado, lo acontecido en esos comicios, con el triunfo de candidaturas explícitamente republicanas concretamente en ciudades y aglomeraciones urbanas, había marcado el punto final de la descomposición del precedente régimen monárquico comenzado bien atrás, que había deslegitimado a los dos partidos dinásticos, había conseguido su clímax institucional con la Dictadura de 1923-29 y se había traducido, en el seno de la sociedad civil, en un soterrado proceso de-constituyente, en el que las naciones-sin-estado gallega, euskalduna y catalana afirmaban su voluntad de ser sujetos políticos soberanos. Simultáneamente,  en el contexto externo, la Gran Depresión abierta con el crack del 29 había exacerbado la distinción entre las mayorías sociales víctimas de la crisis sistémica y las oligarquías plutócratas que la habían causado, y la emergencia de las malformaciones nazi-fascistas, apoderadas del Estado en Italia y Alemania, había convertido en tela de juicio de vida o muerte para el común ciudadano el dilema entre democracia y totalitarismo, entre libertad y tiranía -al fin y a la postre, entre 'socialismo o barbarie'-.

En el proceso de avance histórico en espiral -que proyectada sobre un plano puede aparentar ser círculo- estamos viviendo una etapa análoga o equivalente. Para empezar, ahora como entonces padecemos la fase terminal de una crisis de hegemonía en el sistema-mundo, reduplicada en nuestro ámbito continental por la del aberrante edificio actual de la UE, convertido en un IVº Reich alemán sin cruces gamadas, que nos alcanza y ahoga desde más cerca. También otra Gran Depresión, desencadenada igualmente por un crack financiero en Wall Street, de esta vez en el 2008, agravada en el ámbito europeo precisamente a causa de los defectos estructurales congénitos en el diseño 'Maastricht' de la UE y después de la 'Eurozona'.

Del mismo modo el irreversible proceso de descomposición del régimen de la Restauración borbónica, ahora la IIª, parida en la chapuza de la 'Transición', y análogamente en un contexto de emergencia de metamorfosis -o metástasis- de los fascismos de otrora con diferente morfología anatómica, pero idéntica patología fisiológica. En fin, también está en curso, al menos desde hace un lustro,  un progresivo proceso de-constituyente del régimen constitucional de 1978 que se opera combinadamente en la 'sociedad civil' y también en las instituciones de la 'sociedad política', de modo que las dinámicas en curso en esas dos instancias se retroalimentan entre sí.

En las instituciones políticas, progresiva abolición de facto del entramado constitucional del 'Estado social y democrático de Derecho' y de la 'economía social de mercado' (con su núcleo en los Títulos Preliminar y Primero de la Constitución), así como del régimen autonómico en la 'organización territorial del Estado', tanto en la dimensión política de las CCAA (el famoso 'Estado de las Autonomías), cuanto en la administrativa del régimen local (la autonomía municipal de los Ayuntamientos) -proceso acelerado y exacerbado desde la ascensión del PP al poder central del Estado. Y en la sociedad civil, la constante expansión y diversificación del proceso de 'rebelión cívica' iniciado por los segmentos de ciudadanía más consciente y/o más agredida:  juventud 'indignada' del 15-M, plataformas sectoriales de auto-defensa frente a las agresiones espoliadoras (en la vivienda, en los ahorros, en la salud, en la situación laboral, en la asistencia social, en la educación, en los recursos naturales y medioambientales), 'Marchas por la dignidad' del común ciudadano, y así seguido -al fin y a la postre, una ciudadanía  decidida a practicar la democracia participativa para asumir directamente la defensa de sus derechos, intereses y necesidades que había encomendado a una degradada casta de representantes que no la representan, sino que la traicionan.

Así, en las instituciones políticas, los dos partidos 'dinásticos' del régimen, al servicio (PP) de las oligarquías reaccionarias, o sometido (PSOE) a ellas, acometen el trabajo de-constituyente mediante la demolición del edificio constitucional de 1978. Y en la sociedad civil, la ciudadanía ejerciente como tal emprende una lucha a favor de la restauración de la democracia que, de hecho y como realidad objetiva,  resulta ser un proceso pre-constituyente de un nuevo régimen que forzosamente pasa por el finiquito de la IIª Restauración y el tránsito a una cultura y un modelo republicanos. En otras palabras: estamos ante la segunda oportunidad -y necesidad-  de una quiebra democrática en cuarenta años. La primera, al final del franquismo, se frustró y se marchitó -y estamos pagándolo ya desde entonces y mayormente ahora-. Esta otra, segunda, tenemos el deber ineludible de lograr entre todos que florezca y triunfe: está en juego no sólo nuestra propia vida, sino también la de nuestros hijos -e inclusive, para mi generación, la de nuestros nietos-.

He ahí, a mi ver, el croquis del escenario en el que van a tener lugar las próximas elecciones municipales. Puede suceder ahora lo equivalente a abril de 1931.

- II -

Os habréis percatado seguramente de que el esquema 'bipolar' del proceso de-constituyente del actual régimen trazado más arriba resulta incompleto para dar cuenta cabal de la dialéctica que lo dinamiza. Es un diseño con solo dos actores. El protagonista -democrático- opera en el seno de la 'sociedad civil', donde la ciudadanía que se rebela es el motor del proceso de transición hacia un nuevo ciclo histórico-político -y, por tanto, hacia un nuevo régimen que el común ciudadano quiere realmente democrático y republicano. El antagonista -antidemocrático- opera en las actuales instituciones de la 'sociedad política', donde los dos partidos dinásticos de la IIª Restauración se empeñan en perpetuarla, como aprendices de brujo de un imposible 'final de la Historia' en versión doméstica celtibérica, al servicio (PP) o sometido (PSOE) a los dictados de las oligarquías plutócratas.

Socialmente, uno y otro están comparados entre sí en una contradicción antagónica, pues respectivamente uno de ellos -el protagonista- encarna, y el otro -el antagonista- obedece, a irreductibles enemigos de clase: por un lado, el común ciudadano, internamente diverso, pero constituido por el universo de las clases trabajadoras in extenso; por otro lado, la oligarquía plutócrata que maneja a los partidos dinásticos como un ventrílocuo a sus marionetas. Sin embargo, políticamente, uno y otro se retroalimentan, como ya he dicho,  en el proceso de descomposición del actual régimen: uno, dinamitando por debajo sus pilares sociales; el otro, desmontando desde arriba su entramado constitucional -Pisarello diría tal vez: suplantándolo subrepticiamente por uno 'constitucionalismo oligárquico'.

Más bien se observa que, en ese esquema, falta un tercer actor. Me refiero a las fuerzas políticas que asumen posiciones y desarrollan prácticas rupturistas con el actual régimen monárquico y el modelo de Estado impuesto desde arriba en la famosa Transición. Fuerzas de diversa factura ideológico-política, mas que tienen en común el suscribir dos postulados clave para la superación del actual régimen. Uno: la realidad sociopolítica plurinacional del Estado Español, y por tanto la existencia de varios sujetos políticos soberanos con pleno derecho a decidir su destino -o sea, autodeterminarse de una vez por todas-. Otro: el rechazo del ultraliberalismo rampante tanto en el EE como en la UE. Por lo demás, es un conjunto heterogéneo, pues sus alternativas a cada una de esas dos cuestiones son disímiles en alcance y radicalidad: desde el independentismo al pacto federal de abajo a arriba, con relación a la primera; y, sobre  la segunda, desde el anticapitalismo al reformismo socialdemócrata veraz -el referente del 'capitalismo reformado' de la IIª postguerra- o incluso a lo mejor el socialcristiano del mismo período.

Con todo, menos distancias existen, sobre el mapa,  entre los respectivos niveles de asunción de esos postulados en el subconjunto -aun así nada homogéneo- de las fuerzas que pueden y tendrían que haber sido el 'motor auxiliar' de la rebelión cívica rupturista. Me refiero ahora a las fuerzas políticas de la izquierda rupturista propiamente dicha. Tanto las autóctonas y soberanas existentes en su respectiva nación-sin-estado (Galicia, Euskalherría, Catalunya-Paísos catalanes), cuanto las de ámbito estatal, tengan representación en el aparato institucional del EE (IU) o todavía no (Podemos). Y he ahí donde radica el factor complementario decisivo, mas también hasta ahora el problema, para que el proceso de quiebra democrática se resuelva en triunfo de la cidanía frente al actual régimen oligárquico de facto. Decisivo, porque difícilmente la rebelión cívica podrá culminar el proceso de-constituyente que ahora lidera, y protagonizar un proceso constituyente ex-novo, sin la aportación por la izquierda rupturista de un proyecto común para más allá de la ruptura, elaborado en simbiosis con las organizaciones, plataformas y movimientos engendrados en el proceso de rebelión cívica en el seno de la sociedad civil y ahora decididas a ser actores también en el combate político-electoral. Y problema porque, hasta ahora, ese archipiélago de izquierdas rupturistas no han sido -no hemos sido- capaz de cumplir adecuadamente con sus (nuestros) deberes con respecto al común ciudadano protagonista del proceso y sus luchas.

No los hemos cumplido adecuadamente en al menos tres órdenes de valores cruciales para el desempeño de nuestro(s) rol(es), a saber: la representatividad, la ejemplaridad y la fraternidad. En el primero, no nos hemos quedado inmunes a la epidemia de la crisis que está padeciendo el método de la 'democracia representativa', en el que los partidos -y más obligadamente los de la izquierda- tienen que ser los puentes por los que transiten las demandas de su respectivo grupo social -clase o fracción de clase- hacia las instituciones políticas para ser satisfechas. Concretamente las consistentes en alternativas programáticas. No haber sido capaces de hacerlo extensamente -por falta de creatividad, de lucidez, o de coraje político-  ha deteriorado nuestra credibilidad ante los ciudadanos, y por tanto su confianza en nosotros. En el segundo, la no erradicación de ciertos atavismos partidarios, nos ha conducido muchas veces a enredarnos en fútiles disputas internas 'de aparato', incompatibles con la ejemplaridade a menudo necesaria y, en la izquierda, indispensable. Y en  el tercero, la obsesión por mantener o agrandar las lindes de nuestras peculiares 'fincas' sociales o electorales nos llevó a practicar la competición en vez de la cooperación, la parcelación en vez de la parcela abierta, el egoísmo patrimonial en vez de la fraternidad. De manera más pertinaz y nociva en las confrontaciones electorales: no fuimos capaces de construir frentes amplios, populares, frente a un implacable enemigo común de todos nosotros y -lo que más importa- del común ciudadano agredido por la tiranía del poder establecido.

Si las fuerzas de la izquierda rupturista no nos percatamos de nuestros errores y deficiencias, si no demostramos a la ciudadanía luchadora que estamos decididas a practicar la ejemplaridad, la representatividad y la fraternidad, o sea, a asumir un proyecto común de y para el común ciudadano y catapultarlo electoralmente mediante frentes amplios de unidad ciudadana, no seremos el potente motor auxiliar que reduplique la dinámica de rebelión cívica hacia una quiebra democrática que ponga fin a este régimen corrupto. Entonces, tendrían que hacer todo el trabajo los ciudadanos solos y por sí mismos -y nosotros, al fin y a la postre, estaríamos de más en ese proceso-.  La última ocasión perdida hasta ahora lo fueron las elecciones europeas -y las consecuencias son tan evidentes que no precisan de comentario alguno-. Falta saber si lo vamos a lograr en las municipales. Algunos estamos intentándolo honesta y decididamente -y Anova es una muestra patente en nuestra práctica-. Mas 'unha andoriña non fai verán' -somos humildemente conscientes de que ese certero aforismo labrador nos es de aplicación-.  Es necesario, entonces, que todos nosotros, ciudadanos protagonistas y fuerzas de la izquierda rupturista, aremos ahora ya en esa finca abierta.

Hagamos que el archipiélago de los ayuntamientos gallegos se transmute en la red democrática basilar de nuestro pueblo, de nuestra nación. Hagamos que las candidaturas con vocación de unidad popular y frentes amplias, ágilmente adaptadas a las condiciones sociopolíticas de cada lugar, parroquia o comarca, devuelvan el poder democrático a los vecinos y vecinas por todo el país y rompan las redes de arrastre clientelar y caciquiles que recogen el voto cautivo del PP. Hagamos, en fin, que en las próximas elecciones municipales emerja la voluntad soberana de la ciudadanía gallega y sean, en Galicia, el equivalente actual del que habían sido las de abril del 1931. ES posible, si tenemos voluntad y somos generosos y fraternalmente solidarios, los ciudadanos activos y nosotros mismos: sólo es imposible aquello que no se tiene el coraje de intentar hacer.

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