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¿Izquierda versus derecha o democracia versus totalitarismo?

El líder del PP, Pablo Casado (d), pasa junto al ministro de Sanidad, Salvador Illa, durante la primera sesión de control al Ejecutivo.

Xosé Manuel Beiras

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El titular que rotula esta cavilación mía expresa el interrogante que suscita en mi caletre la propuesta de Pacto de Estado que, al parecer, pretendería conseguir el presidente del actual Gobierno de coalición progresista español con las fuerzas conservadoras, ahora posicionadas de facto en una ejecutoria de extrema derecha fascista. Porque me pregunto: ¿la dialéctica política en curso durante esta gravísima crisis del coronavirus tiene su eje primordial en la confrontación entre la izquierda y la derecha, cosa normal, con diversa intensidad, en todo régimen democrático, o bien encierra en su seno el conflicto entre dos concepciones antitéticas del poder político, y por la misma entre dos antitéticos modelos de Estado, a saber, la democrático-republicana y la totalitaria-fascista?

La cuestión no me parece menor porque alcanza a la índole misma de la contradicción en juego y, por lo tanto, condiciona el planteamiento incluso de la estrategia y los métodos necesarios para afrontarla y resolverla. Si el conflicto contrapone entre sí ideologías e intereses sociales progresistas y conservadores, políticamente representados por fuerzas que asumen, respetan y practican todas ellas los valores democráticos -y, a poder ser, republicanos- cabe que, en circunstancias excepcionales, en las que están en juego las condiciones vitales de existencia del conjunto de la ciudadanía, pongan unas y otras el valor singular del bien común por encima de sus respectivos intereses peculiares y acuerden remar juntas para superar y resolver esa situación social y políticamente crítica. Una vez resuelta, reanudarán el normal combate democrático entre ellas.

Pero si el conflicto enfrenta entre sí una concepción democrática y otra antidemocrática, o sea, larvada o explícitamente fascista-totalitaria, cualquier negociación para un acuerdo de Estado resultará ser un juego trucado, porque para uno de los interlocutores el objetivo encubierto no será el bien común ciudadano, sino el cambio del poder democrático por el poder totalitario, el derrumbe o la subversión de las existentes instituciones democráticas constituidas. A no ser algo peor: que esas instituciones resulten estar ya vaciadas de contenido y que unos y otros jueguen a la gallinita ciega con ellas, y con los derechos y necesidades de un ingenuo o alienado común ciudadano.

¿En cuál de esos tres supuestos encaja la actual confrontación política en el Reino de España? Descartemos el tercero, a pesar de que, como llevo dicho y escrito reiteradamente desde hace unos años, los gobiernos y mayorías absolutas del PP llevan derogado en la práctica, con la connivencia del Tribunal Constitucional, buena parte de las normas constitucionales del Título I relativas a los derechos y libertades de los ciudadanos, mediante prácticas de gobierno e inclusive leyes que las conculcaban, en un auténtico proceso desconstituyente operado desde el propio poder político. Lo descartemos porque es una evidencia que las fuerzas que integran el actual Gobierno de coalición, además de todas las que le prestan apoyo parlamentario, no solo no están vulnerando aquellas normas constitucionales, sino que al contrario intentan aplicarlas en defensa del común ciudadano, y en concreto de los segmentos sociales más desvalidos en esta atroz situación que constituye un verdadero 'estado de necesidad'.

Pero las otras, las de la derecha, ¿están poniendo la defensa del común ciudadano frente a la epidemia del coronavirus y la grave agresión que conlleva a sus condiciones materiales y sociales de existencia por encima de sus intereses partidistas -incluidos los espurios-? ¿Muestran tan siquiera sensibilidad moral o humanitaria delante de la desgracia y el sufrimiento de las gentes, de sus conciudadanos? ¿O utilizan y manipulan esa trágica situación social y humana, mediante un verdadero proceso 'sedicioso' -este sí- para intentar provocar el caos y derribar el gobierno que está afrontando la crisis sanitaria y social como mejor sabe y puede en un auténtico 'estado de sitio' político? La inequívoca respuesta la está dando la ruin ejecutoria -incluso 'antipatriótica', por emplear la inversa del concepto que ellos invocan a destajo en falso- de la pareja siamesa pepero-vociferante.

Intento comprender semejante conducta antipolítica y anticívica. Intento comprenderla más allá de las banales motivaciones del sectarismo partidista, de la cegata egolatría de los aspirantes a duce o führer de farsa de marionetas, de su ignorante estulticia, de su abismal y pluridimensional incultura, de todos los defectos que se hacen visibles en la epidermis de ese pasmoso fenómeno. Intento observar las causas profundas. Busco luces más diáfanas y penetrantes que las mías propias escasas y vacilantes. Y revisito a Hobsbawm, uno de mis grandes maestros. El último volumen de su magna historia política y social de la Europa moderna, el referido al siglo XX. Y me reencuentro con este pasaje: “Lo que está en crisis son las creencias y los principios en los que se basaba la sociedad moderna desde que los Modernos habían ganado su famosa batalla contra los Antiguos en el amanecer del siglo XVIII: esos postulados racionalistas y humanistas, comunes al capitalismo liberal y al comunismo, que hicieron posible su breve y sin embargo decisiva alianza contra el fascismo, que los rechazaba”.

Precoz e insólita diagnosis de una de las causas germinales de la gran crisis sistémica que llevamos decenios padeciendo. Precoz porque fue enunciada hace cerca de treinta años ya, allá por el año 1993. E insólita porque, cuando los focos del análisis se proyectaban primordialmente en la crisis económica y social, Hobsbawm alumbra con ellos el nivel axiológico de la realidad, el sistema de valores de la cultura cívica, social y política de los modelos de sociedad nacidos de la Revolución Francesa. La crisis, más allá de sus dimensiones económica y política, es la crisis de los valores de la modernidad que habían desplazado a los del Antiguo Régimen. Las creencias, principios y postulados “racionalistas y humanistas” que los Modernos, los Ilustrados y los revolucionarios del siglo XVIII, triunfaron en aquel momento. Principios que Hobsbawm considera “comunes al capitalismo liberal y -ojo- al comunismo”, y que, en el siglo XX, “hicieron posible su decisiva alianza contra el fascismo, que los rechazaba”.

En otras palabras, alianza de demócratas conservadores, progresistas y revolucionarios. Alianza anti-fascista, por tanto. En el pasado, está claro. ¿Y en el presente? ¿Quién fue el que dijo aquello de que la historia nos da lecciones, pero son pocos los que las aprenden? ¿Las aprenderemos nosotros? ¿Las aprenderán las fuerzas que integran el gobierno en el Reino de España y además las que lo invistieron? A lo mejor otro día prosigo con mis cavilaciones -si me aguantáis, claro-.

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