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El gen miope de la política

El candidato del PSOE a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Angel Gabilondo, a su llegada al Hotel Princesa Plaza para celebrar la jornada electoral

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En el ADN de la política hay un gen miope que impide aceptar errores y asumir responsabilidades ante los fracasos. El del PSOE en las elecciones del 4M fue rotundo, clamoroso, sin paliativos y hasta humillante. Casi se agotan las palabras del diccionario para describirlo. Y ahí siguen, oficialmente, tocando la lira: que si las elecciones eran regionales; que si Casado tiene un problema con Ayuso; que si Sánchez no se jugaba nada, que si esto lo arreglamos con un congreso dentro de siete meses; que si nadie esperaba que Gabilondo recogería el acta de diputado; que si la renovación ya está en marcha...

La noche del 4M hubo tres ganadoras y tres perdedores. Tres mujeres que, con matices, salieron reforzadas con el resultado de las urnas y tres hombres que salieron chamuscados. Ayuso arrasó con 65 escaños de los 136 que tiene la Asamblea de Madrid; Mónica García arrebató al PSOE la segunda posición del tablero madrileño y Monasterio salvó los muebles. Frente a ellas, Gabilondo, con el peor resultado de la historia del PSM; Edmundo Bal, que certificó la defunción de los naranjas al no sacar ni uno solo de los 26 escaños que tenían e Iglesias, que quedó en la última posición del tablero. 

De los tres candidatos sólo uno, el de Unidas Podemos, abandonó todos sus cargos tras comprobar que no había sido el revulsivo esperado que pretendía al bajar a la arena madrileña. Restó más que sumó y sobre todo movilizó al contrario. Al menos, Iglesias no tuvo reparos en admitir que genera rechazo e incluso los afectos más oscuros para quitarse de en medio y no ser un obstáculo en la renovación de liderazgos en Unidas Podemos. Se le podrán reprochar muchas cosas, imputar decenas de errores, pero nunca acusar de no asumir en primera persona la responsabilidad del fracaso.

Todo lo contrario a lo ocurrido en los otros dos partidos vapuleados por la derecha sin complejos de una Ayuso cuyas posibilidades fueron ciertamente infravaloradas. En Ciudadanos no hubo autocrítica, ni ceses, ni dimisiones, sino ascensos. Arrimadas convirtió en su número dos a Edmundo Bal por certificar la defunción del partido naranja. A eso se le llama recompensa por el trabajo bien hecho y después de que Ayuso se zampara todo su espacio electoral

La candidata del PP supo tocar la tecla emocional de la fatiga pandémica, hacer de ella su principal combustible electoral y ganar por aplastamiento el plebiscito frente a Pedro Sánchez que aceptó La Moncloa desde la célebre cumbre de las banderas en Sol. Y esto, claro, escabulléndose además de la rendición de cuentas por la gestión de la pandemia.

El de la presidenta de Madrid es un liderazgo a medio camino entre el descaro y la comedia con importantes dosis de populismo neoliberal. Es un fenómeno extraño imposible de analizar con los códigos convencionales, cuyos resultados en Madrid en absoluto son extrapolables a nivel nacional. Si Casado piensa que su desembarco en La Moncloa está hecho se equivocará porque ni Madrid es España ni el electorado de Vox tiene por él la misma simpatía que tiene por la presidenta de la Comunidad de Madrid.

Y si el PP no debe caer en la tentación de convertir en un espejismo el resultado de Madrid, Sánchez tampoco debe echar en saco roto que el mensaje del electorado madrileño también iba dirigido a él. La derrota de Gabilondo estaba escrita de antemano y no se debió a un único factor ni tuvo un único culpable. Más bien fue una concatenación de hechos inopinables y de problemas estructurales en una federación que desconectó hace 26 años de los madrileños, se dedicó a sus equilibrios orgánicos en lugar de construir un proyecto político, fue incapaz de consolidar un solo liderazgo en lustros y aceptó sin rechistar durante años todo tipo de injerencias de la dirección federal. 

La última intromisión/humillación fue la elaboración de su última lista electoral, redactada desde La Moncloa y jamás  validada ni por el Comité Regional ni por la Comisión Federal de Listas, cuyos integrantes la recibieron por mensaje Whatsapp el mismo día que se hizo pública. 

Ahora llegan los lamentos y la búsqueda de chivos expiatorios por un resultado jamás imaginado y del que nadie se siente culpable, mucho menos dispuesto a asumir responsabilidades. Unos apuntan sobre Gabilondo; otros, sobre el secretario general del PSM, José Manuel Franco y todos miran a La Moncloa, concretamente al jefe de gabinete del presidente, Iván Redondo, como responsable de la errática campaña diseñada, y de los datos que su equipo manejó los últimos 15 días y con los que llegó a convencer al propio presidente de que había un empate técnico entre bloques, y que había posibilidades de una mayoría progresista.

El propio Redondo se pavoneó a mitad de campaña de haber provocado un “click” en el electorado y pidió a los escépticos que tuvieran “pensamiento lateral y humildad” porque “somos los mismos que hemos ganado 5 elecciones seguidas, también en Cataluña”. El click nunca se produjo, Sánchez anotó su primera derrota electoral y la única consecuencia hasta ahora es que por primera vez Redondo no fue convocado este miércoles a la reunión en la que Sánchez analizó en La Moncloa, con la cúpula de Ferraz, los resultados electorales y los fallos cometidos. Nada más y nada menos. 

Lo de dimitir, que siempre estuvo en la cultura de partido del PSOE y fue un verbo conjugado por otros por mucho menos, no entra dentro de los planes socialistas, que también descartan crear una gestora en Madrid. Todo con tiempo. Ya si eso en otoño, verán qué se puede hacer para resucitar de entre las cenizas esparcidas. El gen miope de la política.

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