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González, Guerra y un desprecio compartido

El ex vicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra, junto al ex presidente del Gobierno Felipe González, durante la presentación de su libro 'La rosa y las espinas"

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Es el lado opuesto de la empatía. Puede mostrarse con la palabra, el gesto o el comportamiento, pero siempre busca hacer daño. A veces, mucho más que la rabia o la indiferencia porque parte, según la psicología, de un subterráneo mucho más profundo. Hablamos del desprecio, de un sentimiento que oculta en muchas ocasiones frustración, ira e insatisfacción personal de quien lo practica, que busca volcar en los demás sus propias emociones negativas.

Felipe González y Alfonso Guerra desprecian a Pedro Sánchez. Uno, porque cuenta que se sintió una vez engañado por el actual secretario general del PSOE y porque, además, es de esos “ex” que necesita del cariño y el reconocimiento permanente de los suyos y, si no lo encuentra, lo busca donde se lo ofrezcan. De ahí que uno de los invitados más ilustres a su finca de Extremadura unas semanas antes del 23J fuera Alberto Núñez Feijóo, quien se deshace ahora en elogios permanentes hacia el otrora presidente del Gobierno y en los 90 nunca se le escuchó una palabra a favor.

El otro, Alfonso Guerra, porque nunca entendió que la actual dirección le tomase la palabra cuando puso su cargo a disposición del nuevo secretario general como presidente de la Fundación Pablo Iglesias y este aceptase una renuncia que pretendía ser de boquilla. Nadie ha desvelado jamás en lo que Guerra convirtió la institución socialista, donde hizo y deshizo a su antojo e interés personal sin que nadie rechistara durante años. Esto por no hablar de las expulsiones de militantes que arbitrariamente firmó en sus tiempos como vicesecretario general, que haberlas, las hubo. 

Ambos, que apenas comparten poco más que un escenario donde presentar un libro y su desdén por Sánchez, han levantado la voz contra una amnistía que ni siquiera conocen y se han despachado a gusto contra “el otro”, que es como Guerra se refiere al secretario general de su partido y presidente del Gobierno en funciones para no mencionarlo por su nombre.

Se puede discrepar de una estrategia política, no callar ante decisiones que se creen equivocadas, argumentar desde el respeto y hasta subrayar contradicciones. Pero utilizar expresiones gruesas, hablar de lo que no se conoce con detalle (ni las conversaciones entre el PSOE y el independentismo ni el acuerdo aún nonato) y olvidar tu propio pasado es algo que iguala a González y a Guerra con la derecha más reaccionaria.

Hay quienes en el PSOE pertenecen a su misma generación política, mantienen la memoria intacta y la mirada al menos tan limpia como la puedan tener González y Guerra y, sin embargo, no creen que cualquier tiempo pasado fuera necesariamente mejor. O que los de entonces, los de la Transición y los años posteriores, fueran ni mejores, ni más sabios, ni más estadistas que quienes hoy dirigen el PSOE. Simplemente pertenecen a coyunturas y momentos distintos y se enfrentan a retos muy diferentes a los de otros tiempos.

Entonces, en los 80 y en los 90, quienes hoy claman porque González hable o Guerra exhorte son los mismos que denunciaron sus contradicciones sobre la OTAN, sus mentiras sobre los GAL o los múltiples casos de corrupción que acabaron con 14 años de gobiernos socialistas y ante los que los de entonces, o sea ellos mismos, no reaccionaron a tiempo. Aquello también fue una humillación para muchos socialistas y ninguno se refugió bajo el paraguas de la derecha mediática y política para derramar una sola lágrima por la ofensa continuada a las siglas que fueron mancilladas. Mucho menos advirtieron del final de la democracia o llamaron a la rebelión dentro de sus propias filas. 

Esto que ahora un demócrata “no puede ni debe aceptar” no sabemos si es o no la “ruptura del pacto constitucional” porque no conocemos el contenido ni el alcance. Y sobre la reforma electoral que Guerra propone para limitar la representación de los nacionalistas en el Parlamento español es algo que ni él, ni González, ni Aznar, ni Rajoy propusieron jamás. Ni en sus mejores tiempos de mayorías absolutas. 

Así que no, no son las críticas o las disertaciones de los viejos socialistas las que duelen en la calle Ferraz -que reconocen que seguirán desde distintos frentes hasta que Sanchez explique el acuerdo con el independentismo si es que llega-,  sino que los otrora mandamases del PSOE no hayan sido capaces de ver un solo acierto en los cinco años que el actual secretario general lleva de presidente del Gobierno y que, además, jamás se les haya escuchado una tacha sobre la destructiva oposición que ha ejercido la derecha. Por eso hablan de “despreciadores profesionales” que se nutren, mucho más que de argumentos irrefutables, del mero resentimiento.

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