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La hora azul

Lucía Lijtmaer

No hay como ir a un aeropuerto a esperar a alguien para entender exactamente en qué consisten las barreras. En la película Love, actually, el guionista interpretaba los aeropuertos como los mejores lugares para contemplar el amor, pero, claro, a veces a uno le da que pensar que la comedia romántica pertenece al género de la ciencia ficción. “Allí es donde ves a la gente alegrarse a medida que van llegando sus seres queridos”, dice la voz en off. En un aeropuerto, de noche, esperando a alguien, me doy cuenta de que estamos situados detrás de una barrera de metal, corta y a la altura de nuestras rodillas. A diez metros, las puertas de metacrilato se abren y cierran, y la gente emite respingos y saluda y grita a medida que van apareciendo personas.

Miro a mi alrededor. Seguramente hay cámaras, pero desde donde estoy, no se ven. Ahí, esperando, no hay ninguna razón más allá de la convención social para que yo no pueda rodear tranquilamente la barrera y meterme a buscar a la persona que espero. La barrera existe exclusivamente como convención, y por tanto, es poderosa.

Y ese mismo día: el PP de Ciutat Vella -el distrito barcelonés con un porcentaje de inmigración del 40%, el más alto de la ciudad- tuitea una foto del programa de Guanyem Barcelona. “Esta es la propaganda que usa Ada Colau y la PAH en su nueva plataforma 'Guanyem' que apoya Podemos”. Lo único que se puede ver es que la carta está escrita en árabe. Y el tag #lahoraazul.

El ataque salta como una advertencia de que hay dos cosas que no se pueden mezclar, pero también aparece con repulsión estrictamente física. La foto intencionada, el dedo acusador, las palabras que buscan específicamente no decir nada más, como si la grafía fuera suficiente. Al principio me pregunto por qué me solivianta tanto, más allá de lo evidente. No es la primera vez que se usa este tipo de táctica.

Y de repente me acuerdo: la hora azul siempre había sido aquel momento del crepúsculo en que todas las cosas se tiñen de un tono azulado, justo antes de que llegue la noche. En las lecturas de adolescencia, se trataba siempre de un momento de calma. Junto con ese había otro pedazo temporal nocturno, también con un nombre propio: “la hora de los lobos”. Dicen que entre las tres y cinco de la mañana es cuando uno se desvela más a menudo y cuando más crímenes se cometen. A esto le llaman “la hora de los lobos”.

Vuelvo a la cuenta del PP de Ciutat Vella. Esta apela, entre otras cosas, a modificar los usos de la mezquita local, a tener cuidado con las estafas realizadas por “mujeres gitanas” y a cuidarse de okupas e incívicos. Alguien que se define de derechas me intenta explicar las derivas de este pensamiento y me habla de la cultura de izquierdas como creadora de enfrentamientos, de estalinismo, de comisarios políticos, de frentes irresolubles. Y, de repente, todo ese lenguaje, todas esas palabras, todos esos elementos se disparan en una carrera sin fin. Y la barrera infranqueable ha sido traspasada. Y la hora azul se ha convertido en la hora de los lobos.

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