Iglesias
El 30 de mayo de 2014 publiqué en El Mundo una columna que comenzaba así: “Simpatizo con Podemos”. Por entonces, en pleno austericidio, con el PSOE hundido tras el calamitoso segundo gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y con Mariano Rajoy rescatando a los bancos y condenando todo lo demás, era fácil simpatizar con Podemos. Muchos lo hacíamos.
Luego seguía: “Simpatizo con Podemos por las reacciones que han provocado sus cinco eurodiputados, por el miedo que despierta entre lo más rancio de la casta dominante, por lo modesto de su estructura, por su audacia, por su juventud y porque, a diferencia de los grandes partidos, no se les puede acusar de conspiración para delinquir”. Qué poca vista la mía. Claro que se les podía acusar. Bastaban unos cuantos papeles falsificados por la “policía patriótica” de Rajoy.
Dos años después, tras el fiasco de las elecciones de 2015 y la imposibilidad de formar gobierno, la repetición electoral de 2016 dio a Podemos 44 diputados, a los que se sumaron los de En Comú y En Marea: 71 en total, frente a los 85 del PSOE. Antes de la campaña Podemos y sus aliados habían presentado al secretario general socialista, Pedro Sánchez, una propuesta de coalición gubernamental basada en un programa de casi cien puntos. Sánchez, que meses antes había intentado formar gobierno con Ciudadanos, rechazó la propuesta. Luego el PSOE defenestró a Sánchez, que no tardó en ganar unas primarias y volver. Empezábamos a descubrir lo difícil que resulta acabar con Sánchez.
He releído aquella larga propuesta que Podemos presentó al PSOE en febrero de 2016. Es muy interesante. Porque detalla casi exactamente lo que está haciendo Pedro Sánchez. Hoy, cuando Podemos se ha quedado sin ministerios, con sólo cinco diputados y con un pie fuera de la coalición gubernamental, parece imponerse su visión política. Sánchez rechazó el documento de 2016 porque proponía un referéndum en Cataluña. En 2017 pasó lo que pasó en Cataluña, Sánchez quiere amnistiar a los responsables de aquello que pasó y el referéndum no parece ahora tan improbable. Con Sánchez nunca se sabe.
Vivimos en un marco político creado por Podemos. Paradójicamente, o no, casi nadie soporta a Podemos.
Dejémonos de eufemismos. Por mucho que se haya vilipendiado al dúo Irene Montero-Ione Belarra, no siempre con razón, cuando hablamos de Podemos hablamos de Pablo Iglesias: un tipo que revolucionó la política española y desplazó la izquierda hacia la izquierda (cosa que, teóricamente, debería gustar a la gente de izquierdas), un tipo con ideas y argumentos, un buen ideólogo que, sin embargo, parece peleado con la realidad.
Fue una ridiculez la consulta interna sobre la casa de Galapagar. Fue incomprensible que se aburriera como vicepresidente del Gobierno. Fue contraproducente amparar el sectarismo y las purgas internas. Fue un error poner su cabeza en la picota madrileña de Isabel Díaz Ayuso. Fue absurdo dejar su espacio político en manos de Yolanda Díaz. Fue desagradable que se asociara con un empresario tan discutible como Jaume Roures. Y es muy nocivo lo que hace desde Canal Red.
Ojo: me parece muy bien que exista un medio informativo capaz de hacer crítica al Gobierno desde la izquierda. Ocurre que, además de ofrecer una opción informativa distinta, Canal Red se ha convertido en una especie de catequesis laica para lo que queda de Podemos. Juan Carlos Monedero, uno de los fundadores diez años atrás, lo lamentaba el otro día. Es “prensa de partido” en el peor de los sentidos. Iglesias puede alegar que ya no ocupa cargos y nosotros podemos creernos que Pablo Iglesias no sabe quién es Pablo Iglesias e ignora su condición de gurú para los suyos, con cargo o sin cargo.
A estas alturas no puedo decir que simpatizo con Podemos, pero sí que me parece una opción más clara y concreta que Sumar.
Puedo decir también otra cosa. Aunque parezca increíble, Pedro Sánchez caerá algún día. Y ese día Pablo Iglesias seguirá ahí.
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