La inabarcable maldad humana

7 de octubre de 2025 22:44 h

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Pocas especies del mundo animal llegan al ensañamiento de la humana con sus víctimas. Las hienas, al parecer, que las desgarran cuando están aún vivas. Por instinto, los otros animales no poseen el concepto de moralidad. Algunos humanos, según vemos, carecen absolutamente de él. Conscientemente, disfrutan con el padecimiento que provocan en otros seres humanos. Y eso está en otra dimensión fuera de cualquier razonamiento que intente justificar las agresiones.

Se cumplen dos años del atentado de Hamás en Israel, la causa que precipitó practicar uno de los mayores genocidios de la historia sobre el pueblo palestino. La inteligencia israelí alertó tres horas antes del ataque de Hamás del 7-O, según el diario Haaretz, periódico que también contó desde el principio que Netanyahu sabía desde un año antes cómo Hamás lo preparaba. Dejó hacer. También se constató que hubo muertos por fuego israelí ese 7-O. No exime de culpa alguna a los autores del atentado, pero hay que situarlo en su contexto que, por cierto, se cita mucho menos.

El hoy se llena de una negociación para un presunto alto el fuego que propicia y dirige Donald Trump. El mismo ser que anda dando lo que se parece a un golpe de Estado en el país que preside y que cada día sufre nuevos asaltos a su democracia. Y se va llenando también, por fin, de los esfuerzos de sectores de la comunidad internacional que buscan parar en serio la masacre de Gaza. Con las dificultades que evidencia el carácter del ejecutor.

El relato de los activistas de la Flotilla de la Libertad de lo sufrido a manos israelíes provoca dolor solo de oírlo. Cierto que, textualmente, sus captores les calificaron de animales al negarles médicos y medicinas -las suyas-. Les aclararon que, al ser cuidados reservados a las personas, a ellos no les correspondían. Maniatados de pies y manos, en jaulas, entre chinches, golpeados, con agua “marrón” por toda bebida; restringida, además. Arrastradas por los menos alguna de las mujeres. Ni las hienas. Y lo peor es que eso mismo y mucho más lo han perpetrado contra los gazatíes de todas las edades. Hace falta tener entrañas podridas para pegar un tiro en la cabeza a cualquier niño de los 6.000 que han matado menores de cinco años. Y a los otros 14.400 mayores de esa edad. Y a todos los adultos y ancianos.

El enorme agravio de la Flotilla para esas gentes era, según parece, llevar comida a la población asediada de Gaza, a la que aún queda viva. Llevarla a la costa de la franja palestina. Violaciones del derecho internacional aparte, el ensañamiento demostrado define la realidad actual de un pueblo que sufrió la tortura nazi y ahora la practica con entusiasmo.

Conviene recordar una vez más que, tras incontables asedios y ocupaciones a través de los siglos, la ONU aprueba, en 1947, la resolución 181 que reparte Palestina en dos estados: un 55% del territorio para Israel (que nace ahí como Estado) y el resto (que incluye la franja de Gaza) para los árabes sin reconocerles como Estado. Jerusalén queda bajo control internacional. Inmediatamente, ya en 1948, comenzaron los enfrentamientos, con más conquistas e imposiciones, que llegan hasta nuestros días, viviendo tramos de enorme violencia. Décadas intentando parar a Israel (vean en 2009) con los mismos mimbres y una lucha en brutal desigualdad de condiciones. Hasta esta que busca la aniquilación de los palestinos y que se encuentra en un nuevo intento de plan de paz que ya veremos la vida que lleva.

Cada vez es peor. Vuelve el absurdo razonamiento de que hay alguna lógica en la razón de la guerra, o de la violencia. Gana el más fuerte, tenga o no… razón. Y esa violencia para imponerse se sigue desparramando por zonas ignoradas para la información internacional. El uso de las violaciones como arma de guerra continúa en vigor hoy en Sudán y otros países, como lo hizo hace treinta años en la bosnia Srebrenica, en la que fuera la mayor matanza en suelo europeo en décadas. Hubo para esto un juicio por crímenes contra la humanidad con sendas condenas a cadena perpetua de los máximos responsables que no parecen haber intimidado a demasiados criminales de Estado.

La sociedad mundial ha cambiado y participa de una creciente deshumanización de sus oponentes, muy visible en el caso de Gaza aunque ni mucho menos sea el único foco, como vemos. Lo alarmante es que destruir al enemigo -real o así etiquetado- parece asimilado como cultura del sionismo y aceptada por sectores decisivos de la sociedad. La derecha política lo aplaude, encabezada por esa mujer que preside la comunidad de Madrid y que celebra con burlas y risotadas la detención de la Flotilla, tras haber premiado con su devoción a los asesinos de inocentes en Gaza, niños incluidos que parten el alma de cualquiera, excepto de quienes no la tienen. Desde la indigencia moral, el equipo del PP de Madrid sigue hablando hoy mismo de la “indigencia intelectual” de la flotilla.

Es cierto que grandes sectores de la sociedad, muchos jóvenes también, han vuelto a reaccionar con un masivo y firme rechazo a este genocidio. Pero, saliendo de esta matanza desbordada al máximo, la maldad se ha enseñoreado de nuestra vida pública lanzada por los diversos líderes fascistas a quienes ciudadanos desnortados llevan al poder. En muchos países. En los Estados Unidos ya ven.

En España es ya agobiante el pertinaz ataque a la convivencia de todos que ejecuta un partido -el PP- al que resulta insoportable no poder echar a Sánchez de la Moncloa. Ni con toda la artillería que desatan contra él, su familia y su Gobierno. Es la variante de ensañamiento que caracteriza a la deshumanización fascista y que se impone cada vez con mayor intensidad. Son insufribles sus insultos y bulos diarios, a todas las horas, infectando con su violencia los medios que les sirven de cómplices y a los que no. Han convertido las redes en un campo de minas en donde cada par de tuits salta un Tellado o una Gamarra un Bendodo o una Dolors Monserrat, con los ojos inyectados en bilis, soltando exabruptos cada vez mayores, realmente ofensivos. Saben perfectamente lo que ocurre en realidad, lo que están haciendo ellos mismos y sus cómplices, de ahí que resulte más repugnante. Ni hay caso contra Begoña Gómez -lean o relean el muy argumentado artículo en donde Ignacio Escolar lo explica-, ni contra el fiscal general. Lo de Ábalos y Cerdán es otra cosa, pero se ha desmesurado y se ha tergiversado de la forma más burda, poniendo a Sánchez como el jefe de una trama corrupta de tales dimensiones que parece del PP. Un partido con el historial pasado y presente como el de los populares no debería permitirse quedar tan en evidencia. Muestran la degradación de estos políticos y de sus métodos para alcanzar el poder fuera de las urnas.  Maldad pura que revierte en juego de espejos goebbelianos de sus propias infracciones, con unos medios lanzados a mentir sin el menor pudor a toda portada una vez más. La ligereza con la que sueltan noticias erróneas, manipuladas a conciencia. Es tal el calibre de la desinformación que ya dudo si podrá revertirse alguna vez.

Es la hora de urgencia acuciante para la información rigurosa si en algún momento dejó de serlo. Esa perversidad calculada busca la confusión y el hartazgo de la política. Y la practican seres con una carencia total de escrúpulos. Hablamos de una derecha que une a su abultado historial delictivo, unos fallos de gestión que cuestan salud y vidas. Los ancianos de Ayuso, los ahogados de la Dana y las mentiras de Mazón, o las víctimas de las mamografías de Moreno Bonilla, por no remontarnos mucho más allá: por ejemplo, a los enfermos de hepatitis a los que el gobierno gallego de Feijóo negó el Sovaldi. Ni por pudor o por saber que lo sabemos, se cortan lo más mínimo.

 Espero que por mucha que sea la comprensión de algunos seguidores de la peor política y del odio y la deshumanización que practican, les llegue para saber que son víctimas potenciales de su maldad. Y que pueden ser maltratados, emboscados, privados de lo más elemental, víveres, tratamientos médicos; que ante el poder desalmado y tramposo todos podemos ser, en un determinado momento, palestinos, bosnios, sudaneses, madrileños, valencianos o andaluces o simples denunciantes de sus daños y perseguibles, por tanto. Animales sin derechos, ante las peores hienas de la cada vez más perdida civilización.