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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Juan Carlos I y ¿el fraude de la Transición?

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Se diría que el anterior jefe del Estado, Juan Carlos de Borbón, ha vuelto a casa a contarnos que todo fue un timo de esos tan valorados por las laxas conciencias de la picaresca española. Ha confirmado desde luego los secretos a voces que convirtieron una dictadura en una democracia imperfecta y tutelada. La desfachatez y arrogancia con la que se ha presentado Juan Carlos I, tras la huida que él mismo explicó a su hijo y sucesor por carta, le lleva a responder ahora que no sabe de qué tiene que dar explicaciones.

Añadamos la tibia actitud de su hijo y sucesor, sin una crítica y facilitando incluso que el llamado Emérito vuelva a residir en España. O la veneración de los afines escondida tras la excusa disuasoria actual de la división de opiniones. Todo es un emplasto desolador. No por conocido de menor impacto, porque certifica que cada vez cuelan mejor en esta sociedad las peores certezas. La más nefasta: ese entramado político, económico, mediático y judicial que creció y se homologó en la lumbre del juancarlismo, con una notable relajación ética. Y que el felipismo permitió continuar con unos hábiles maquillajes que nos hicieron creer en la ilusión de una democracia como suelen ser las democracias, sin los condicionantes que padece la nuestra.

No nos cuenten más cuentos, somos adultos y ciudadanos y las tramoyas están a la vista. Juan Carlos de Borbón no nos trajo la democracia, no podía hacer otra cosa en aquel contexto internacional más volcado en la democracia. Y le sacó suculento jugo. Odón Elorza -que se ha convertido en algo así como en el verso suelto del PSOE- lo ha dicho con rotundidad:

El PSOE precisa dotarse de poemas completos y acabar con décadas de encubrimiento. Para los muchos demócratas que alberga debería constituir una obligación.

Sería bien fácil saber qué ocurrió en realidad en la Transición y después, en el 23F antes y después, si se hace lo que llaman democratizar la Ley de Secretos oficiales, más de medio siglo atascada, a través de 80 prórrogas de su vigencia. Porque, de haber temas tabúes peligrosos para la seguridad, sería la del pueblo español y no la de dirigentes, que poco claras deber ser por la persistencia del cerrojazo. Y desde luego hay que acabar con el delito de injurias a la Corona como pide hasta el Consejo de Europa. Porque si ahora se pena con cárcel decir la verdad, veremos qué ocurre si ese instrumento está en manos de la ultraderecha completa.

Todo esto que sería lo lógico en una democracia consolidada es una utopía en la española tan degradada. Ahí tienen a esa derecha nutrida en un magma de corrupción a varias bandas diciendo sin sonrojo que Juan Carlos no tiene que dar explicaciones, sino el Gobierno lleno de gentes que perjudican a España. El jurista de cabecera de Ayuso lo ha dicho. El condenado por conducir bajo los efectos del alcohol, como el asesor de esa misma presidenta de Madrid que insultas a las feministas llamándoles borrachas precisamente y que es aplaudida, tal cual, por Feijóo desde la primera fila. Se impone lo que el presidente del PP llama “la batalla cultural de Ayuso”, pura ultraderecha que tiene impaciente a su ejército mediático. El verbo de este martes ha sido “desalojar”. Al Gobierno. Todos juntos, sin sacar ni por asomo trapos sucios. Regresa la “cultura” de la mujer-mujer, incubadora, “portadora y dadora de vida”, desde la concepción franquista en la Castilla y León, “región maternal” que quiere Vox desde la vicepresidencia de la Comunidad. Es la herencia neta del sucedáneo de Transición.

De las ofensas, al ridículo. Un director de periódico y prolífico tertuliano hablando del injusto trato recibido por Juan Carlos por el error de haber aceptado el regalo de su amigo el rey de Arabia. Cobra por decir eso y en algunas cabezas surte efecto. O ese rey solo, en su trono marítimo, obligado a esperar el viento.

Y las interpretaciones: las repúblicas informan a sus ciudadanos. En las monarquías al parecer se emiten comunicados que no dicen nada y la prensa cortesana interpreta para los súbditos a modo de los oráculos de Delfos de la Antigua Grecia.

Muchas explicaciones nos faltan. Desde por qué el agravio de viajar en avión privado a 100.000 euros cada itinerario del vuelo a la génesis de su inmensa fortuna. Pero Juan Carlos de Borbón se siente por encima del bien y del mal y de cuantos le rodean. Feliz con los aplausos, vítores y banderas.

Nos faltan los autores de esta Transición inacabada que ve con estupefacción cómo se autoriza que alguien firme que vive donde no vive por motivos electorales, mientras se niegan tantas cosas que abruman. Y cómo suben, aupados por propagandas y mentiras, a desalojar, echar, sacar, a gobiernos nacidos de las urnas que votamos los ciudadanos.

El pasmo de semejante visita real ha abierto los cajones de tanto como se fue sabiendo y ocultando. Y desatando auténtica indignación. Esta charla en A vivir de la Cadena Ser entre Javier del Pino y Juan José Millás es antológica. A partir de la mitad del podcast, salen los maletines, los silencios, amenazas desasosegantes, ironías sarcásticas, el desconocimiento de la realidad del país en el reinan y gobiernan, el documental imposible narrado por Rodríguez De La Fuente, y al final pues se ve cómo engarza con la cena ofrecida estos días al Emir de Catar. Sale una España altamente inapropiada que debe concluir de una vez la transición y alcanzar la democracia. Sin apellidos. Parece difícil por este camino por el que vamos, el futuro no puede estar más claro. Y aterra a todo demócrata. Pero más cuentos, no, por favor, que los insultos a la inteligencia ponen mal cuerpo.