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La llorería cultural

Una persona escribe en un portatil

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La nueva aspiración del reaccionariato wannabe es simular ser víctima de algo. No ya ser víctima, porque no saben lo que es serlo ni lo han tenido cerca, sino vivir en una ficción continua de persecución inventada. La paranoia rojiparda, los Neymar del columnado. Una escritora, con múltiples tribunas en diversos espacios, volvió ayer con la misma cantinela.

No citaré ni enlazaré a la escritora para que no se sienta cancelada, porque esto es parte indispensable de su victimismo, solo puede escribir su clá, si otros usamos el mismo arte estamos oprimiéndoles con el cepo de la cancela. El artículo es malo, pero muy malo, y denuncia que una autora que es famosa, con éxito y escribe en muchos sitios sin que su opinión le genere más que consecuencias positivas y oportunidades laborales es víctima de la cancelación de igual modo: “Ella, frente a otras ”víctimas“, tenía la suerte de que no se hiciera efectiva, es decir no le impidieran seguir escribiendo. Porque de eso se trata la cultura de la cancelación, de que tú y/o tus opiniones y trabajos, acaben proscritos, expulsados del panorama público y cultural. Parece que, cuanto más famosa es la víctima, menos efectiva es la ”cultura“ de la cancelación.” 

No se pueden argumentar opiniones basándose en datos inventados, porque las columnas no pueden ser espacio para faltar a la verdad como no lo son para faltar a las leyes de la física. No puede ser víctima alguien que no ha sido víctima de nada. Lo único salvable de la tribuna de El País en el último ejemplo de la “llorería cultural” es una cita a Daniele Giglioli en su libro Crítica de la víctima: “La víctima es el héroe de nuestro tiempo. Ser víctima otorga prestigio, exige escucha y promete y fomenta reconocimiento, activa un potente generador de identidad, de derecho, de autoestima. Inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la inocencia más allá de toda duda razonable”. Lo citan y no se dan cuenta de que es un autorretrato.

Escribir este sinsentido en una tribuna solo es comprensible cuando te rodea un entorno de privilegios que no te ha hecho sufrir por tus opiniones. No saber lo que es sufrir consecuencias laborales por tus escritos te hace añorar ese drama para convertirlo en épica y así tener algo que contar, porque de ideas propias andan escasos. Así que coges tu tribuna en El País, una de tantas donde tienes espacio para soltar banalidades insustanciales y escribes un texto con una inconsistencia argumental que deja buena muestra del gran problema de edición que sufren los periódicos para volver a llorar denunciando lo que nunca les pasa. Nos cancelan, denuncian. Las más de las veces solo se burlan, no dramatice usted.

No sé qué harían con sus lloros si lo que escribieran les proporcionara persecuciones judiciales, intentos de agresión mientras hacen su trabajo o el tener que llamar a la policía mientras van a la farmacia porque unos tipos malencarados les advierten de que van a matarlos. Porque eso pasa en España con los que escriben contra los fascistas. Los que se inventan ser víctimas han preferido comprar el argumentario reaccionario ignorando a quienes sí sufren las consecuencias físicas, vitales y laborales y han elegido hacer piña con los victimarios compartiendo sus espacios y palabras. No se esperaba menos, decía Manuel Vázquez Montalbán que lo más difícil en esta profesión es elegir bien el enemigo.

El absurdo de esta tropa de iletrados llorones es de tal calibre que el cómico David Suárez, al que la extrema derecha ha querido meter en la cárcel por un chiste y la izquierda ha defendido de su suerte, acusaba a la izquierda de no estar atenta a las cuestiones materiales y solo a las culturales. ¿Pero a esta gente les han cercenado la capacidad del raciocinio? ¿Son capaces de andar y respirar a la vez?

El victimismo es el arma fundamental de la extrema derecha, autodefensa porque ellos son los principales causantes de víctimas. Su política se basa en causar dolor, es su esencia, y para protegerse han inventado la figura de la cancelación. La herramienta fundamental sobre la que han sustentado el desprecio al dolor de los colectivos vulnerables y protegerse presentándose ante la opinión pública como víctimas de la corrección política. Una estrategia que tiene como objetivo poder usar el discurso de odio bajo la coraza de la libertad de expresión y mostrarse además como víctimas de un agravio inexistente. El instrumento posfacista es tan efectivo que paniaguados de escaso talento han visto en esa victimización un modo para lograr el favor de masas compasivas con su suerte y que también se sienten heridas por no poder ser machistas, racistas u homófobos en libertad sin que nadie les reprenda. 

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