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La Navidad como síntoma

Alumbrado de Navidad en Las Palmas de Gran Canaria.

Sílvia Claveria

Por estas fechas, ya sea para celebrar la navidad o el solsticio de invierno, es habitual juntarnos con la familia para comer, beber e incluso para cantar villancicos. Sin embargo, como explica la fábula, no todo lo blanco es harina. Es, especialmente, en estas épocas del año cuando se perciben de una forma más descarnada las desigualdades en las responsabilidades y el desempeño de tareas domésticas dentro de una familia.

Estas desigualdades se apoyan, en parte, en el tipo de estado de bienestar que ha adoptado cada país. Normalmente los expertos han establecido tres tipos del estado de bienestar: el liberal, el escandinavo y el continental. El estado español se inserta dentro de este último, por tanto, se caracteriza por el hecho que los ciudadanos reciben derechos sociales en función de la contribución en el mercado laboral que se haya tenido.

Así, en términos generales, dependiendo de las cotizaciones a la seguridad social, se puede acceder en mayor o menor grado a las prestaciones de desempleo o de jubilación (por poner un ejemplo). Además, un pilar fundamental de este tipo de estado es la familia. En otras palabras, muchos de los servicios relacionados con el cuidado de las criaturas o de las personas mayores son inexistentes o muy limitados y, por tanto, se debe hacer cargo la familia.

En definitiva, como puso de relieve Carol Pateman en la obra titulada El Contrato Sexual, la construcción de este tipo de estado de bienestar ha sido ciego al género. Ella argumenta que se asume implícitamente que las mujeres no son consideras sujetos de derechos sociales. Tradicionalmente han sido los hombres los que han podido participar de una forma más intensa en el mercado de trabajo, ya que ellas se han quedado realizando el trabajo doméstico.

Además, dado los pocos servicios que presta el estado relacionados con el cuidado, las mujeres tenían un incentivo mayor de encargarse de este tipo de tareas. Con lo cual, mayoritariamente los hombres podían cotizar y, por tanto, recibir más prestaciones sociales, mientras que no se ha considerado el trabajo reproductivo como generador de beneficios. La situación ha ido cambiando a lo largo de los últimos años, y cada vez más las mujeres han entrado en el mercado laboral, pero el estado aún sigue confiando en las familias para proveer servicios de cuidados a otras personas, y son ellas las que asumen gran parte de la carga.

Otros modelos, como el escandinavo, asumen una perspectiva más universalista de los derechos sociales. Es decir, se puede acceder a las diferentes prestaciones sociales, no por la relación que tengas con el mercado laboral –es decir, no por cuanto hayas cotizado-, sino solo por el hecho de ser ciudadano del país. Además, como este tipo de estado del bienestar ha priorizado el gasto en de escuelas infantiles, subsidios para las familias y de atención a la población con más edad; esto ha permitido una participación más intensa de las mujeres en el mercado laboral.

Esto posibilitó cierta igualdad de género en estas sociedades. Pese a que algunas académicas, como Hernes, ha tenido una visión optimista de estos tipos de estado en relación al género, otras, como Nancy Fraser, consideraban que igualmente tenían ciertas debilidades, ya que adoptaban una visión androcéntrica. La crítica que hacían respecto a este tipo de estado de bienestar era que las políticas sociales se dirigían a convertir a las mujeres en trabajadoras como los hombres, trasladando la responsabilidad del trabajo doméstico al estado.

Sin embargo, las mujeres, en menor medida que países de su entorno, continuaban haciéndose cargo de las tareas de los cuidados dentro de la familia. Por tanto, consideraban que era necesario añadir otra perspectiva para llegar a la igualdad de género: poner en valor todas aquellas tareas domésticas que, generalmente, realizan las mujeres. Y las políticas diseñadas en estos países en los últimos años intentan adoptar esta medida basada en el principio de compartir tanto la participación en el mercado laboral, pero también la contribución en el trabajo de cuidados.

Un ejemplo claro es que en 1993 Noruega se convirtió en el primer país a dedicar una “cuota de padre” intransferible, que ha ido aumentando e incentivando. Se habla que este tipo de estados del bienestar ha pasado de un modelo de “sustentador universal” al de “cuidador universal”.

La navidad es solo el síntoma de una desigualdad de género que se teje en las estructuras institucionales y de valores, continuando a lo largo de todo el año. Por eso es importante que se avance , cada vez más, hacia el modelo de cuidador universal.

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