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No es lo mismo hacer un Calvin que hacer un Hobbes

El dibujante Bill Watterson.
22 de agosto de 2023 21:46 h

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A nadie como a Hobbes le ha quedado tan bien un gorrito de papel. Me refiero al tigre de peluche de Calvin, no al filósofo. No perdamos las formas. El año pasado, Astiberri empezó a publicar en volúmenes las tiras completas, con los diez años que duraron. Y lo primero que se veía, ya en la portada del volumen uno (El gran Calvin y Hobbes ilustrado), eran el niño y el tigre con sus respectivos gorros de papel. Lo fascinante de Hobbes es que de algún modo existe. No existe en esa manera real en que nos lo hace creer el pequeño Calvin; pero lo cierto es que Hobbes está ahí. Lo mismo sucede con Cuca Gamarra y Alberto Núñez Feijóo. Sólo a través de ella, de su perseverancia para sí misma, podemos creer en la existencia real de un político que se desdibuja, que ha estado palideciendo desde que le nombraron líder.

Calvin y Hobbes llevan en sus nombres los años de estudiante de Ciencias Políticas de su creador, el dibujante Bill Watterson. Ahora, somos más de Italo Calvino (todas las ciudades se han vuelto invisibles, por culpa del turismo); pero, durante siglos, Occidente entregó buena parte de su moral a otro Calvino, teólogo de la Reforma protestante. Tampoco me atrevería a poner la mano en el fuego por la existencia de Occidente después de haber leído al antropólogo David Graeber, que la cuestiona en un ensayo bastante refutable, por cierto, aunque muy sugestivo, titulado El Estado contra la democracia (Errata Naturae, 2021). El autor viene a decir que nuestro Occidente es otro Hobbes, otro tigre inventado.

Con su eterna mirada perdida, de ver venir el Alzheimer a lo lejos, Cioran escribió que estaba cansado de arrastrar su cadáver por Occidente, y uno comprendía que el cadáver era Occidente y no Cioran. Todas las buhardillas están llenas de muertos, porque la Historia se guarda arriba. Pero en Cioran no hay cadáver, no hay dogma, sino un permanente propósito literario. Le catalogan como pensador; sin embargo, es ante todo un escritor. Lo que Cioran quiere es escribir todo el rato. No aspira a que nadie le tome en serio, solo espera que alguien le lea, como mucho. Porque no pretende tener razón, Cioran puede permitirse decir tanto. No ocurre lo mismo, hoy, con el género del ensayo, en su mayor parte procedente del mundo académico. Es calvinismo puro. Los autores no creen en la literatura. Han leído demasiadas fotocopias.

Cuando, con su traqueteo de astillas y bisagras, se abría la puerta de 21, rue de l'Odeon, subía por las escaleras el movimiento de París hasta llegar a la buhardilla donde vivía Cioran. Todo el mundo es un cadáver en su casa. En Cioran, arrastrando su propio cadáver de una punta a la otra de Occidente, no hay más que un reflejo de Nietzsche, del hombre que mató a Dios y se lo llevó a rastras. Es la diferencia entre un romántico y un posmoderno. Entre Cioran y, por ejemplo, el antropólogo David Graeber. Cioran es un romántico frente a un mar de niebla, que se lo ha de llevar todo, hasta fundirse su memoria en la neblina. Ha naufragado en una tempestad de cultura. A los posmodernos, contrariamente, ya no les interesa la cultura, sino como asignatura. No creen en las palabras. La palabra cultura nunca irrumpe sola en sus escritos, necesitan adjetivarla todo el rato. Antes, se leía a Cioran para aprender cosas sobre Bach, San Pablo o Gilles de Rais. Cioran enseña a conocer. Pero hemos dejado de leer así.

El dibujante Bill Watterson es un romántico porque es leal a la ficción, igual que el pequeño Calvin nunca va a renunciar a lo que ha creado, a la existencia de su Hobbes. Recientemente, la ilustradora Raquel Gu, creadora de las tiras La edad estupenda, y el experto en cómics y tiras de periódico, Pedro Paredes, han estrenado un podcast, El Callejón del Cómic, dedicado en gran medida a Calvin y Hobbes. A modo de presentación, el primer capítulo se llama “Menos mal que Bill Watterson no fue astronauta” y hacen hincapié en la autenticidad de Watterson, en su retiro, en su dejarlo todo cuando estaba en la cresta de la ola porque quiso proteger a su ficción de ese todo que la rodeaba, en su negarse a que su dibujo se transformara en objetos de merchandising

Las tiras en blanco y negro de Calvin y Hobbes son transparentes comparadas con sus páginas dominicales en color. Se ve en estos libros. El blanco y negro de los tebeos es más transparente que el blanco y negro del cine, y más real. Esa sensación solo la otorga el papel. El papel dice las cosas más en serio. Gracias al papel, unas elecciones son transparentes, aunque Cuca Gamarra, poseída por la llamada de Cthulhu, sea capaz de poner en duda la transparencia de las elecciones, cuando todo el mundo ha visto las papeletas y las ha contado. Porque dice cosas como esta, Feijóo la envía a presidir el Congreso de los Diputados en nombre de la posverdad, y le es devuelta como un bumerán. Todo vuelve, lo decían los estoicos. Aunque parezca que quiera irse. Por eso, los de Vox se yerguen sobre sus escaños para cantarle al PP el terceto de la zarzuela: De ti quieren separarme, y me dejo el alma aquí, cuanto más quiero alejarme, estoy más cerca de ti.

La mentira es universal, pero la posverdad es de extrema derecha. ¿Es Cuca Gamarra muy de derechas o, más bien, de centroderecha? Cuca Gamarra es al centroderecha lo que García-Page a Jimmy Page. No hay ni centro, ni derecha, en Cuca Gamarra, solo una derecha líquida que se va amoldando a lo que sale. No es conformismo, es necesidad. Cuca Gamarra es una irónica posmoderna, una hobbesiana de España (aquí, el lobo es un turrón para el hombre), ante un partido en blanco, sin discurso.

Vean a su líder, Feijóo, cortando las entradas para su teatro crítico universal, con ese aire de acomodador. Oye decir Lyotard, y se pone unos pantis. La suya es una posmodernidad previa a lo moderno, de cuando daban Skippy en televisión y los niños preferían las cometas a los bumerans. De ahí que no comprenda al bumerán. Tiene algo de Skippy, Feijóo, en ese modo de quedarse estupefacto, de vivir en las antípodas de todo. En la vida real, Feijóo existe; pero al frente de los Populares se convierte en una creación del mago Florindo, y se pierde a lo lejos agarrado a la cola de una cometa blanca.

Es Cuca Gamarra quien existe políticamente y, sin embargo, lo que ya no está es la derecha a la que pretende representar. De tanto repetir la palabra transparencia sin ejercerla, el PP se ha vuelto transparente. Al mirarlo ahora, se ve a Vox detrás. Ser de derechas en España no es fácil. Lo que no es Franco es José Antonio. Lo que hasta ayer fue derechona hoy es derechoni. Juntarse con ultras es lo que tiene. Mientras todo esto sucede, en su tribuna de orador, Alberto Núñez Feijóo, el hombre de los 8 millones de votos, exige su derecho a la predestinación como un predicador calvinista con un gorrito de papel en la cabeza, que intenta hacerlo verosímil.

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