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Opinión - Pedir perdón y que resulte sincero. Por Esther Palomera

Cuando los números no dan

Pedro Sánchez y Ángel Gabilondo, en una imagen de archivo.

Esther Palomera

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Cada vez que a Pedro Sánchez se le ha dado muerto, resucita. El PP debiera preguntar en el PSOE cuántas veces auguraron en Ferraz su final como secretario general de los socialistas para constatar que no ha pasado por allí un líder con mayor resiliencia. Ha sobrevivido a todo tipo de embestidas de propios y ajenos. Claro que gobernar es distinto. Y, además, será difícil salir indemne de una crisis sanitaria como la del COVID-19, que ya anticipa una económica y social de incalculables consecuencias. Pero la política tiene sus tiempos. Por más que diga Pablo Casado que el Gobierno camina sobre el alambre, que le quedan dos telediarios, que su debilidad es extrema y que cada día cuenta con menos apoyos, la votación de la sexta y última prórroga del estado de alarma deja una fotografía muy distinta. El presidente del Gobierno apenas tuvo que remangarse para sumar más votos que los que obtuvo en la investidura.

La decisión de Arrimadas de erigirse en partido útil que no comparte nada con Sánchez ni con sus socios habituales, pero ha decidido pensar en grande y en lo que necesitan los españoles para salir de la crisis sanitaria tiene tan cabreada a la derecha política y mediática, que la líder de Ciudadanos ha pasado en cuestión de semanas de ángel a diablo.

Que ERC haya vuelto al bloque de la investidura tampoco quiere decir que se lo vaya a poner fácil a Sánchez. Seguirá su hoja de ruta. Hará lo que más le convenga para su competición con los exconvergentes por la hegemonía del independentismo. Pero, como dijo una vez Gabriel Rufián desde la tribuna, “no nos une el amor, sino el espanto”. Y sigue pensándolo.

Hoy no hay mayoría alternativa a Sánchez ni la habrá lo que reste de Legislatura. Y si lo que piensa el PP es que el presidente será devorado por la crisis socioeconómica y que se verá obligado a disolver anticipadamente es que no conoce el aguante de Sánchez ni tampoco la fatiga de los españoles ante tanta crispación como sobreactuación, sectarismo y brocha gorda.

Los números no dan por más que se empeñe Casado en convertir cada debate parlamentario en una moción de censura contra Sánchez. Así pues, al líder del PP se le pueden hacer muy largos, cuatro, tres o dos años. El tiempo, el hartazgo o algún barón popular aún con ganas de saltar a la escena nacional pueden acabar con él antes que con Sánchez. No todo el PP es Casado ni su estrategia de inflamación -que es la que dicta Aznar desde FAES- la comparten muchos populares.

Cuando la tormenta pase, será el momento de examinar. A todos y cada uno. Ahora, el presente solo es ruido y confusión. Tanto que en este delirio permanente quienes cargan contra Casado por convertir en un lodazal la política en tiempos de crisis, atacan a Ángel Gabilondo por lo contrario, esto es, por no ensuciarse en el barro y saltar a la yugular de la presidenta madrileña y no estar por la labor de impulsar una moción de censura.

Los números son los que son. En el Congreso y en la Asamblea de Madrid, donde el PSOE ganó las elecciones, pero la suma de las derechas se hizo con el Gobierno de la Puerta del Sol. Y quienes barruntan que la animadversión mutua entre Ayuso y Aguado -esa extraña pareja que apenas se habla pero se pelea en las redes y en los medios por ver quién es el primero en anunciar las medidas del Ejecutivo que comparten- acabará en ruptura, olvidan que el botón nuclear para convocar elecciones lo maneja la presidenta, y que Ciudadanos sabe a lo que se enfrenta en ese caso, que es pasar de 26 diputados a la irrelevancia.

Pues eso. Que los números no dan. Ni aquí ni allí. Pero puestos a elegir, mejor una oposición que huya del extremismo y la confrontación que un combate diario a cara de perro; mejor un hombre tranquilo a un hiperventilado; mejor alguien dispuesto a la reconstrucción que al derribo; mejor la voz suave que el griterío y las palabras gruesas… Y mejor que impere la coherencia para no exigir una cosa y su contraria, según convenga. De lo contrario, cuando la tormenta pase, todos seremos parte de un naufragio colectivo.

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