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Patti Smith contra Ortega Smith

Javier Ortega Smith, diputado de Vox. EFE/Matías Martin Campaya

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La palabra del año tendría que haber sido papirotazo en vez de polarización. Apenas se dice papirotazo, pero todavía se hace. Algo parecido a un papirotazo le costó el cese a Daniel Viondi, concejal socialista del ayuntamiento de Madrid. Un papirotazo es arrear un golpe en la cabeza, estrictamente en la papada. Sin papirotazos, la polarización no sería lo mismo.

Esto lo sabe muy bien Javier Ortega Smith, que, los papirotazos, los da con papiros, es decir, con folios, sobre las mesas del Ayuntamiento de Madrid y, además, sin tener que responder por ello ante nadie. Ortega Smith, portavoz del grupo municipal de extrema derecha, Vox, ve a un concejal que dice cosas que no le gustan y, de un papirotazo, le vuelca la Coca-Cola y, encima, hace caer un botellín de agua y, para colmo, le espeta: “Ahora, llora”.

El que espeta no respeta. El que espeta polariza y, así, contribuye a la proclamación de la palabra del año. Javier Ortega Smith está polarizado en sus propias carnes; pues, a la vez, es Ortega, como el filósofo, y es Smith, lo mismo que el huésped anónimo que se inscribe en los hoteles.

“Ahora, llora”, es más de Smith que de Ortega. Otra cosa hubiera sido decir, por ejemplo, “llora, invertebrado”, y ponerse a hablar del tema de nuestro tiempo, que es la polarización, según la Fundación del Español Urgente (Fundéu), institución promovida por la RAE.

Antiguamente, el español era un idioma tranquilo, como John Wayne; pero todo en nuestra vida se ha vuelto urgente. Lo vimos venir, en los años 70, a través de aquella colección de kiosco, que trataba asuntos de actualidad (la droga, la URSS, los poderes psíquicos...), cada uno, en 25.000 palabras. El lema de aquellos libros era: “para el hombre que tiene prisa”. Las mujeres, por supuesto, no tenían prisa. En esa época, no tenía prisa ni Polanco. Solo la tenían los españoles anónimos, que iban apresurados por las aceras dando papirotazos sin ton ni son.

Previamente a la irrupción del idioma urgente, Gabriel Celaya había dicho que lo urgente era la poesía, y así, Poesía urgente (ed. Losada, 1960), tituló su más conocida recopilación de poesía social. En ese volumen se encuentra el poemario Cantos iberos, que contiene su obra insignia, “La poesía es un arma cargada de futuro”. Pero la de Celaya no era una urgencia de andar con prisas. Aquella urgencia de la poesía era un requerimiento desesperado para hacer algo. Lo que fuera. Pero algo. Entonces Celaya decía que la revolución literaria no era la más necesaria. Cambiar el mundo es todo lo contrario de polarizarlo. Se polariza por inmovilismo. Una sociedad polarizada es una sociedad paralizada, donde nada cambia.

El ultraderechista Ortega Smith es un concejal que, a título de tal, coacciona a los otros concejales, y, al mismo tiempo, es un diputado del Congreso, que, a título de tal, amenaza a las fuerzas de seguridad en las manifestaciones que él mismo convoca. Esta actitud intimidatoria lleva a recordar otra rama de los Smith, que aparece citada de rebote en la canción Pedro Navaja, de Rubén Blades y Willie Colón, los Muñoz y Sampayo de la salsa. Hubo una década en que uno se podía pasar el día leyendo las historietas de Totem y oyendo a toda castaña a la Fania All-Stars. Entonces, lo urgente era sentir.

A sus 54 años, Ortega Smith se dedica a dar papirotazos sobre los mostradores, como el anónimo Smith, que da manotazos sobre la recepción de un hotel, pero que no le interesa que la gente sepa quién es. Sin embargo, todo el mundo sabe quién es Smith desde el principio de la película. El guardaespaldas de Al Capone.

A sus 54 años, el polarizado Ortega Smith se lanza a intimidar a un concejal de 32 años, Eduardo Rubiño, militante de Más Madrid y activista del movimiento LGTBI. Y le dice: “Ahora, llora”. Porque polarizar es apropiarse de las lágrimas, del dolor de todas las víctimas, y no reconocer más sufrimiento que el que le conviene a uno para acrecentarse en tanto que Smith, es decir, en tanto nada que lo absorbe todo.

Para Ortega Smith nadie tiene derecho a sufrir dolor, salvo el que la propia ultraderecha invoque, y por eso le dice: ahora, que he sentenciado yo qué es el dolor, llora. Porque el dolor acumulado en las luchas LGTBI, en la gente que ha sido marginada en el trabajo, en el colegio, apalizada en descampados, por andar su propio camino, o el dolor amontonado en las familias, las ancianas, que reciben notificaciones de desahucio, no tiene reconocimiento para quienes determinan cuándo se llora.

Y a pesar de estas violentas provocaciones dentro de una institución democrática, a Ortega Smith no le cuesta el cese su actitud agresiva, sino, al contrario, tiene el aval de su partido, tan ultra como él. Porque el modelo de Santiago Abascal, presidente de Vox, es José Antonio Primo de Rivera. No sólo posa como el Ausente, impasible el ademán (como dice el Cara al sol), también le ha copiado actos, golpes de efecto; por ejemplo, dirigirse hacia quienes se manifiestan contra él, contando los pasos en voz alta. Así lo calcó Abascal en un mitin en Vallecas, y este verano lo reprodujo su secretario general, Ignacio Garriga, en un mitin, en Badalona. Fue su homenaje al jefe. No hay jerarquía sin servilismo. Se vuelve a una dialéctica de los puños, disfrazada de violencia verbal. Lo malo es que, en la calle, la palabra siempre se hace obra. Lo dijo Celaya en su conocida poesía: “son gritos en el cielo, y en la tierra son actos”.

Vox condena la violencia cuando no es la suya. Vox descubre pasados violentos en todas las formaciones menos en la suya, hecha de residuos de Falange, Fuerza Nueva y otras extremas derechas. Pertenecer a Vox es garantía de que nunca nadie va a ser cesado por intimidar a un representante del pueblo en la sede de una institución democrática. Porque la política de Vox es la exaltación de una autoridad violenta. La ultraderecha es eso, no una política, sino una actitud. En la ultraderecha no hay política, solo autoritarismo. No hay proyecto, si no es acabar con todo lo diferente, negar todo lo nuevo, para que todo sea como siempre ha sido. Por eso polariza, porque, así, paraliza. Ya se ha dicho antes.

¿Cuál será la palabra de este año recién estrenado? A causa del cambio climático, probablemente vuelva a ganar polarización. Esta vez, aplicada a un plan de la ONU para la reconstrucción de los polos, que están derritiéndose. Y cuando hasta Madrid se encuentre sumergido, ¿seguirá Ortega Smith como concejal del ayuntamiento? Sin lugar a dudas. Pero, no tiren la toalla todavía, no la tiren, por favor, que hasta la nieta del Caudillo llora por decirle adiós. Existe una manera de inhabilitar a Ortega Smith: la candidatura de Patti Smith. Porque, en el fondo de nuestros corazones, millones de españoles somos tanto de Ortega, como de los Smiths.

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