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Peloplaya: ¿cómo podríamos pasar el verano sin esta palabra?

Mujer con pelo al viento en la playa

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La playa es mi mejor estado de ánimo. Ahí, al remojo, todo me importa un bledo. No hay más horizonte que la línea del mar, ni más meta que la toalla no tenga arena. Es la apoteosis del estar a gustico (así se llama a ese estado de plenitud, en lenguaje almeriense). 

La playa es el rasgo más dulce de mi carácter. La presión del mar me aplasta la ira y no hay perrería que me altere el pulso. Me siento más autosuficiente que Diógenes de Sinope en su tinaja y más feliz que el dichoso de Epicuro... hasta que… ¡ah!… ¡ay!... ¡coño, qué tirón de pelos! 

La playa te pone el pelo como esos rollos de espaguetis liados en un tenedor. Te lo enrolla como esos estropajos de caracolillos color plata. Te lo pone como esos rulos de paja que se ven en La Mancha. Te lo fríe como un boquerón rebozao. Te lo aplasta como una plasta en una especie de rasta que no llega ni a la categoría amateur de rastafari.

Tanto he sufrido los nudos peludos de la playa que he desarrollado un Pantone de palabras para expresar los distintos niveles de enredos. 

A ese momento en que todavía puedes coger un peine e hincarlo en el pelo como un tenedor trincha un pepino lo llamo pelopasta. A la fase en que los rizos se rizan como el dicho de “rizar el rizo” y mi cabeza acaba teniendo más caracolillos que un estropajo Nanas lo llamo peloestropajo. Al pelo que además de enredado, ya está reseco y descolorido como la paja amarilla enrollada en las balas de paja de La Mancha lo llamo pelopaja. Al pelo que le ha dado tanto el sol que está achicharrado lo llamo pelofrito. Y a ese puñado de enredos del final del verano a los que parece que les ha pasado una apisonadora por encima lo llamo peloplasta.

Estaba yo bastante satisfecha con estas cinco insignias cuando, de pronto, encontré una nueva palabra que era el fundamento de toda esta maraña. Leía un artículo del periodista Ícaro Moyano y de repente una frase me paró en seco. Decía: “Pues sí, ya tengo peloplaya, esa cosa alborotada y montaraz que es la forma perfecta de llevar el verano en todo lo alto”.

Pe…🧐 lo... 🤔 pla… 🤫 ya… 😙 um… 

Paladeé la palabra como un helado a chupetones y sentí que un verano sin esa voz es un verano de refilón. Algunas palabras dan significado, profundidad y sentido a lo que ocurre. Y eso es lo que pasa con peloplaya. Mi vocabulario de pelopasta, peloestropajo, pelopaja, pelofrito y peloplasta se quedaban en la molestia del pelo enredado, pero peloplaya era un estado de ánimo, y por cierto, bastante epicúreo.

La busqué por todos lados para ver si era una invención de Ícaro Moyano o había más gente por ahí diciéndola. Pregunté y me respondieron: 

—¿Peloplaya? No sé de qué me hablas.

Busqué en diccionarios sabiendo que el único registro que encontraría sería este: “La palabra peloplaya no está registrada en el diccionario”. 

Busqué en internet, el Todo, y ahí se resolvieron mis dudas. El único registro que había de esa palabra era el artículo de Ícaro Moyano. La vi también hecha hashtag de Instagram, pero más titubeada, en un popurrí de #peloplaya, #pelodeplaya, #peloplayero… Y luego la vi partida en dos en algún anuncio escrito en el lenguaje de los buscadores: “Spray desenredante pelo playa”.

Pero, así, separada en dos, no es lo mismo. Partida en dos hace referencia a una cualidad del pelo y un tratamiento capilar. Nada tiene que ver con el estado de ánimo que implica ese pelo chicharra. Tampoco la conoce el autocorrector de Google. Me tengo que pelear con él cada vez que quiero escribirla. 

Pensé en el despiste de los que a lo largo del siglo XX popularizaron las palabras turismo, veranear o dominguero. ¿Cómo puede ser que tuviéramos expresiones veraniegas como estar de Rodríguez y no tuviéramos el peloplaya? ¡Es más! Me di cuenta de la torpeza del vocabulario playero, porque en pleno siglo XXI, no distinguimos el pelolevante del peloponiente. La vida y las pelambreras son muy distintas en función de los soplos del viento. 

En el pueblo mediterráneo donde paso el verano el pelolevante aparece cuando el viento es caliente y deja el mar como una balsa. Ese aire que deja el pelo áspero y seco trae un humor aplanado y asfixiante. 

Los días de peloponiente son distintos. El viento viene del mar y las olas meten gotitas de agua hasta en el último rincón de casa. Tanta humedad te pone la piel como esa esponja que no se seca ni pa dios y te anuda los pelos como una red de pesca. Ese pelo que nunca se acaba de secar levanta la tensión y es el que hace que cada vez que te cruzas con alguien oigas: ¡Qué fresquito!

Llevo ya varios días hablando del peloplaya. Y alguna vez me han dicho:

—¿Peloplaya? ¿Pero es que esa palabra existe?

—¡Pues claro que existe! La acabo de decir, la acabas de oír. 

Tú la estás leyendo ahora. Ícaro Moyano la escribió en su blog y la registró en la memoria digital universal. Que no esté en ningún diccionario no significa que no exista. Pronunciar una palabra es darle una existencia; y seguir pronunciándola es darle consistencia. Así es como damos vida y muerte a las palabras; y así es como entendemos mejor nuestro alrededor

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