La decadencia de los políticos no cae del cielo
El primer capítulo del libro imaginario El perfecto izquierdista llevaría por título “Cómo abrenunciar a los Estados Unidos y a las pompas de Satanás”. En mis tiempos un verdadero progre no debía beber Cocacola ni sentir simpatía por una sociedad que era la quintaesencia del capitalismo más salvaje. Los grupos musicales eran otra cosa, te podían gustar. Y el cine también, siempre y cuando fuera independiente (sic). Pero en política... en política no se podía hablar con admiración de aquel país sin levantar sospechas.
Un amigo irlandés, emigrante hace mucho tiempo en Nueva York, me decía que el estadounidense medio está convencido de que la Declaración Universal de los Derechos Humanos recoge en uno de sus puntos el derecho a tener gasolina barata. Se trata, claro, de una exageración, aunque no creo que esté muy alejada de la realidad: un estadounidense puede soportar cualquier restricción salvo la del combustible, lo que explica muchas guerras modernas.
El paso del huracán Sandy por la costa Este ha destruido infraestructuras, ha arrasado barrios enteros, ha inundado el metro de Nueva York, y ha dejado sin electricidad a un montón de gente. Pero lo que más está irritando a los ciudadanos son las restricciones en el suministro de la gasolina sin plomo.
Los estadounidenses son como niños. En eso van muy por delante de nosotros. La infantilización de la ciudadanía —una estrategia de control social aplicada en todos los países desarrollados— ha alcanzado allí un grado de perfección admirable. Tú hablas con un profesional de clase media y te parece que estás hablando con un pipiolo egoísta y generoso, capaz al mismo tiempo de la mayor crueldad y del gesto más abnegado.
Viene todo esto a cuento del rasgo que más admiro de la política estadounidense y que nace de esa inocencia infantil inducida. Ya lo había percibido antes, pero esta semana, con el Sandy y sus estragos, ha vuelto a manifestarse y yo de nuevo me he quedado perplejo, admirado y envidioso: en plena campaña electoral —y no en una campaña cualquiera, sino en una de las más disputadas de los últimos años—, el gobernador —republicano— de Nueva Jersey y el alcalde —republicano— de Nueva York han elogiado sin ambages la gestión post huracán del presidente Obama, que con estos apoyos se ha ganado prácticamente la reelección.
Ahora imaginemos a nuestro país en plena campaña electoral. Imaginemos que los candidatos principales están muy igualados. Imaginemos entonces un incendio, un huracán, unas inundaciones. E imaginemos que el presidente del Gobierno, aunque sólo sea por ganar votos, como Obama, se vuelca con los damnificados. ¿Alguien puede imaginar a un destacado miembro del partido contrario —a tipos como Rafael Hernando o Gaspar Zarrías— elogiando con honradez y nobleza el trabajo del presidente, sabiendo además que sus palabras van a inclinar definitivamente la balanza?
No, ¿verdad? Pues eso.