¿Puede ganar el PP las elecciones?
La respuesta es sí, puede. Se trata de un resultado final posible pero, de momento, poco probable; aunque bastante más de lo que muchos piensan entre quienes dan por descontada una victoria del PSOE, al menos, en términos similares a abril. Desde luego resulta mucho más factible que cuando nos fuimos de vacaciones. Desde el momento en que, según casi todas las encuestas publicadas, el Partido Popular ha superado con comodidad el 21% en intención de voto y los socialistas han caído por debajo de la barrera del 28% y se alejan del objetivo del 30%, la probabilidad de una victoria popular ha aumentado significativamente.
A la espera de conocer cómo se asienta el impacto de la innovadora “exhumación de Estado” –esa notoria aportación española a los protocolos institucionales por la cual las democracias lo son más si dejan que los dictadores salgan a hombros de sus familias-, lo cierto es que en cada oleada de datos la diferencia entre populares y socialistas se acerca cada vez más peligrosamente a los márgenes de error de las propias encuestas. En un mes, Pablo Casado le ha recortado casi cuatro puntos a Pedro Sánchez y se le ha acercado claramente en los índices de valoración.
Por mucho que los mismos que nos decían que la división en tres resultaba muy mala para el PP nos juren ahora que la concentración de voto en el partido de la gaviota también le perjudica, lo cierto es que el voto útil se está concentrado en los populares y el voto progresista no sólo no se concentra, sino que se dispersa alejándose de los socialistas. Ya hace semanas que los teóricos de aquella mítica “mayoría cautelosa” han optado por una cautela aún mayor. No parece descabellado sospechar que aquello que le quita el sueño hoy al presidente sean las encuestas.
Además de los números, concurren otras razones aún más relevantes que alientan la probabilidad de un triunfo popular. Destaca sobre cualquier otra la fuerza que parece impulsar la vuelta a casa del votante popular. Como bien sabía Mariano Rajoy, el votante popular quiere un partido sin frikis, toreros o tertulianos, que les ofrezca una oposición contundente al PSOE y una manera de gobernar previsible y sin ocurrencias. Pablo Casado no se ha moderado, se ha vuelto previsible. Eso es lo que están recompensando los electores conservadores. Ahora se trata de volver a ganar y gobernar, como en Madrid. Para votar estrambotes y chascarrillos ya está la parada de los monstruos de Vox, a quienes se vuelve a inflar para que no se despiste ni un solo voto de derechas.
El Partido Popular navega a toda vela empujado, además, por los vientos de la especulaciones sobre su presunta disposición a permitir gobernar a Sánchez con su abstención. El tono y el relato conservadores de la campaña socialista está beneficiando de manera algo más que indirecta a la derecha. Si a la gente le pides que piense de manera conservadora, lo natural es que acabe votando conservador.