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El rey ya no es tan majo

Carlos Elordi

La revelación de las conversaciones del jefe del Estado y su esposa con un personaje imputado por diversos delitos, y sospechoso de haber participado en otros, es un hecho relevante, no una mera anécdota. Por lo que uno y otros dicen en ellas. Pero, sobre todo, porque vuelve a plantear el problema de la solvencia moral de la casa real española, requisito fundamental para que ésta pueda ocupar el máximo cargo institucional que existe en este país. El apoyo de los monarcas a un presunto delincuente y la cruda descalificación por parte de la reina de quienes han denunciado su delito no son, ni mucho menos, tan graves como los comportamientos que llevaron a la abdicación de Juan Carlos I. Pero reabren una puerta que algunos creyeron que estaba ya cerrada.

De las palabras de doña Letizia se desprende la sensación muy clara de que para ella el uso de la tarjeta 'black' de Bankia no es un comportamiento reprobable. Su esposo no abunda en ese terreno, pero la solidaridad sin tapujos que expresa al inculpado hace sospechar que su posición al respecto no es muy distinta de la de su esposa. Y aunque las sospechas sin pruebas no llevan a parte alguna en los órganos de la justicia, sí que pueden reducir seriamente la confianza de los ciudadanos en quienes ocupan la jefatura del Estado. Esa es una cuestión que ningún tribunal puede dilucidar. Pero es fundamental.

El asunto de las tarjetas indignó a buena parte de los españoles. Les pareció intolerable que unos señores que cobraban de Bankia bastante más que el funcionario de nivel más alto o que los cuadros directivos de las empresas, por no hablar de los trabajadores corrientes, tuvieran, además, derecho a que les pagaran las cuentas en los restaurantes y los hoteles más caros y en las tiendas de lujo.

Cuando se supo que la principal contrapartida de tal privilegio no era una esforzada dedicación a las tareas bancarias, sino el sumiso apoyo al presidente de la institución, el inefable Miguel Blesa, fueran cuales fueran sus decisiones, la indignación pasó a ser rechazo de toda una clase dirigente, la que había permitido todo eso. Y encima estaban las preferentes y el rescate de Bankia.

Que la reina llame 'merde' a esas reacciones y que el rey invite a comer a López Madrid, probablemente para consolarle, refleja unas actitudes que van en contra del sentir generalizado de las gentes y que se inscriben en otra escala de valores, la de personas que creen que las normas no están hechas para ellos. Reducir el poder de esa élite es el principal objetivo, seguramente utópico, del afán de cambio que atraviesa la sociedad española. Que la pareja real parezca estar más cerca de ella que del resto de los españoles no es una cuestión menor.

Tampoco lo es el hecho de que las revelaciones de eldiario.es coincidan con el juicio que en Mallorca se celebra contra la hermana y el yerno de Felipe VI. Porque en él sobrevuela permanentemente la sensación de que el comportamiento de Iñaki Urdangarín y su esposa son inexplicables sin el apoyo del anterior monarca. Y el hecho de que su sucesor se haya distanciado formalmente de su hermana no anula las sospechas de él supiera algo de eso cuando era príncipe.

En un país aquejado de una crisis política profunda y con gravísimos problemas económicos y sociales, lo que acaba de publicar este diario no es una buena noticia. Porque añade algunas dudas, y no despreciables, a las ya existentes. El asunto no va a tener consecuencias inmediatas. Porque no implica la comisión de delitos que los jueces puedan perseguir ni acciones políticas o institucionales que puedan generar contrataque alguno. Se trata únicamente de opiniones. Lo malo es que éstas expresan una actitud moral que es contraria a la de la mayoría de la gente. Y eso, pensando en el futuro, hay que anotarlo en el pasivo del monarca.

Con todo, esta peripecia tiene un aspecto muy positivo. El de que haya salido a la luz. Gracias únicamente a que hay medios de comunicación, y concretamente éste, que además de contar con profesionales muy capaces tienen el mérito de querer estar lejos de los juegos de poder que durante casi cuatro décadas han silenciado férreamente cualquier noticia que pudiera no ser conveniente a los intereses de la casa real.

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