Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

De Rubiales y la madre que lo parió

Un momento de la concentración en apoyo a Luis Rubiales en Motril.

47

El primer día que dejas a tu hijo en la guardería para volver al trabajo te vas llorando para el curro, pero de alegría. La perspectiva de volver a hablar con otro adulto, una persona que no se cague cada dos por tres en tu presencia y espere impávido a que le limpies se te antoja maravillosa. La realidad es que te encuentras con adultos que no parecen, como diría Juan Carlos Monedero, salidos de una facultad de Filosofía, sino que se asemejan a Manu Sánchez, que de repente no sabe si cederte la entrada en el ascensor o tirarte por el hueco, si lo hubiera, alegando comportamientos masculinos de toda la vida. 

Reflexiono sobre la maternidad a cuento de que tenemos a Ángeles Béjar, madre de Luis Rubiales, encerrada en una iglesia de Motril, sobreviviendo a base de bebidas isotónicas y buscando justicia para su hijo hasta que el cuerpo aguante. Hay voces de derechas y de izquierdas pidiendo respeto y empatía hacia el coraje de Ángeles, porque ya se sabe que si una madre ve a su hijo en peligro puede levantar un camión de cinco toneladas o, si no hay camión, pedir santuario en templo sagrado y no moverse del confesionario hasta que Dios, o la víctima del hijo, le concedan la razón. En el diario amarillista Daily Star llamaron a la actuación de la madre el “peak cringe” del asunto Rubiales, y no hace falta saber más inglés que Rajoy y Yolanda Díaz para adivinar que el ahora suspendido sin sueldo por la FIFA ha alcanzado la cima de la vergüenza ajena.

Hay un libro que dudo en calificar de polémico, porque vaya tela de adjetivo, titulado Madres arrepentidas (Reservoir Books) en donde se cuenta la historia de 23 mujeres que, aun queriendo a sus hijos, dicen que si pudieran volver atrás no los hubieran tenido. Ay, amigas. No hace falta arrepentirse de haber parido lo que cada una haya parido, aunque sea un Rubiales, lo que sí hay que plantearse es en virtud de qué mandato sexista ser madre es el papel estelar de la mujer, en Nueva York o en Motril. Puedo entender que una relación tan intensa y devoradora como la que existe entre una madre y un hijo, en especial un hijo varón, dé lugar a películas como Psicosis y a encierros en templos sagrados. Pero habrá que creer que la mayoría de las relaciones son sanas, aunque el cordón umbilical esté hecho a veces de alambre de espino.

No se me va de la cabeza que si Rubiales hubiera rectificado y pedido disculpas verosímiles y medio decentes la primera noche, esta España que sigue siendo la de una madre encerrada en un templo rezando por el perdón, hubiera optado por aceptar el arrepentimiento. España goza con la penitencia, y la imagen emblemática de la madre, una mujer sufrida y resignada, dispuesta a morir por el honor de su hijo contra las hordas feministas hubiera tenido más éxito si no hubiéramos visto, en directo y con la euforia del ganador, lo que hay, esto es, el sexismo en su expresión más cruda e internacional.

¿Qué quiere Jenni Hermoso? En ningún momento se nos ocurre hablar por ella, solo arroparla, dejar que se divierta, y decir que estamos ahí para que no se ponga el luto de Bernarda Alba ni cierre su casa a la luz. Mientras tanto, la madre de Rubiales perpetúa la imagen ideal de madre consagrada al martirio del hijo, tan inmersa en nuestra cultura como las estatuas de la piedad. La madre perfecta y virtuosa, creyente y fuente inagotable de verdad, no como esas lagartas que amenazan el bienestar del hijo perfecto. No existe, bien lo sabemos las madres, el instinto maternal irresistible, radicado en nuestros genes, que hace que no erremos nunca cuando hablamos o actuamos en nombre de nuestros retoños. El arquetipo de la madre perfecta y sufridora, católica y encomendada a fuerzas sobrehumanas es especialmente tenaz, aunque se forje sobre la soledad, la dependencia y a la desigualdad.

La responsabilidad legendaria de la mujer de proteger a sus hijos, a su camada, le dota de poderes especiales que, en el imaginario popular, puede usar según le salga del coño. Todo es mentira: las madres, pese a la leyenda, no tenemos capacidades especiales para sustentar y perpetuar la vida ni una bula papal para actuar en nombre de nuestros hijos. La elección es que la maternidad nos haga mejores o sea una correa de transmisión de lo peor de nosotros.

Etiquetas
stats